c. 1868

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Los valores son captados intuitivamente por las emociones y por los sentimientos, que son parte constitutiva de la conciencia humana, junto a la inteligencia y a la voluntad.

La inteligencia identifica racionalmente objetos también inmateriales (conceptos, juicios, raciocinios, figuras geométricas, números, etc.) que los reconoce y dispone en procesos intelectuales que desarrolla el pensamiento.

Así como la vista y el tacto no pueden dejar de percibir objetos materiales, las emociones y los sentimientos captan inevitablemente valores.

Mientras los objetos materiales son en sí como son, los valores indican caminos opcionales. Cuando se expresan como deber ser, su realización por medio de la conducta humana, dependerá de las decisiones positivas o negativas que adopte cada persona. De la predominancia de respuestas positivas o negativas se derivará la calidad de cada persona, y de las relaciones interpersonales.

La voluntad combina sentimientos y pensamientos para facilitar la toma de decisiones, y ejecutarlas por medio de la acción.

Los valores son referentes apreciativos indispensables y que, por tanto, se presentan a la conciencia para que esta capte los aspectos cualitativos de la realidad total. La razón y la voluntad contribuirán también a la toma de conciencia de la libertad.

Es justamente la libertad la que permite al ser humano dar respuesta a los valores, y formar el sentido de responsabilidad. Valores, responsabilidad y libertad están intrínsecamente unidos.

La cultura de una sociedad estará siempre en consonancia con la educación que han recibido sus integrantes, la cual es a la vez fuente y resultante de la predominancia colectiva de los valores positivos, o en su defecto, negativos.

La educación proporciona conocimientos e información, que en gran parte deben ser compartidos por los componentes de una sociedad, y desarrolla simultáneamente la sensibilidad para captar valores, y también modela la inteligencia y la voluntad, para que en su integración conduzcan al predominio de un estilo colectivo comprometido con los valores positivos.

Pensar, pensamos todos. Aprender a pensar correctamente aplicando la lógica, que aleja el error y acerca la verdad, hace la diferencia. El pensamiento ilógico, atado a paralogismos, nos distancia de la verdad.

Todos tenemos voluntad. Pero no hay dos voluntades iguales. Llegar a decisiones correctas, mediante la coordinación de inteligencia y emociones, es una etapa decisiva de nuestra conciencia. Pero tomar decisiones y no ejecutarlas, no es lo mismo que comprometerse por medio de la acción. Equivale a dar el salto del pensamiento a la acción. Por la acción, las decisiones se convierten en historia.

Los valores no se conforman con decisiones. Reclaman la acción. Aparecen a la conciencia por medio de un llamado interior. Es la acción comprometida,  la que realmente responde al llamado. Quien responde, se hace responsable.

Tal vez estas reflexiones puedan modestamente ser aplicadas para entender en alguna medida lo que acontece en estos tiempos, de avances importantes y retrocesos angustiantes.

Nunca como ahora, la humanidad ha alcanzado tantos conocimientos e información. El progreso de la ciencia es admirable. Sus Conocimientos incrementan nuestro saber, y cuando parte de ellos son aplicados por la técnica, proporcionan al hombre mayor bienestar y posibilidades de vivir más y mejor. La expansión de estos beneficios a sectores cada vez más amplios de la humanidad, es un ideal que todos debemos compartir.

Sin embargo, comprobamos con tristeza y miedo, el desenfreno en el comportamiento de mucha gente, el incremento casi incontrolable de la agresividad y de la violencia, el avance de la criminalidad, las amenazas, el descaecimiento del buen estilo en las relaciones interhumanas, el irrespeto por las más elementales reglas de buena convivencia, el daño irreversible a nuestro planeta común, el ataque despiadado a la confianza y a la credibilidad,  y la preocupante erosión y el deterioro embotador de muchas conciencias con respecto a la captación y adecuada comprensión del mensaje que proviene de los valores.

Ante ello, pensamos que estamos ante un creciente eclipse de valores.

Si la Luna se interpone entre el Sol y la Tierra, quienes seguimos el eclipse,  dejamos de ver el Sol. Que dejemos de verlo, a causa del eclipse, no nos puede llevar a la conclusión que el Sol ha dejado de ser. Queda oculto. Deja de iluminarnos.

Si comparamos los valores con el ejemplo que acabamos de dar del Sol, queremos decir que los valores no desaparecen. Pero por el embotamiento de la sensibilidad, podemos dejar de captarlos o captarlos deformados. La sensibilidad, como receptor del valor y su mensaje, puede deteriorarse por descuido propio o por influencia del medio general.

En la medida que no cuidamos nuestros sentimientos y emociones, o los dejamos contaminar, pueden ir desvaneciéndose y perder calidad propia. Si no los sabemos proteger del ambiente general que compartimos por estar en sociedad, cuando comienzan a prevalecer conductas antivalores sin ser frenadas o condenadas debidamente, se irá interponiendo un prisma deformante entre los valores y nuestra conciencia para captarlos.

Sin embargo, queda siempre un margen grande para la esperanza.

Ningún eclipse es definitivo. Todos comienzan y terminan.

Cuando acontecen los eclipses en el firmamento, es aconsejable colocarse gafas adecuadas para no dañar la vista, y protegerla para usarla adecuadamente luego del eclipse.

Mientras en la sociedad moderna y global endiosemos la tecnología (que, como tal, no es ni buena ni mala) sin cuidar los valores con que debemos usarla. Mientras se siga pensando que el conocimiento sea considerado lo máximo a que el hombre puede aspirar, sin educar simultáneamente la sabiduría que enseña a saber usarlo para el bien. Mientras se piense que la razón debe predominar sobre los sentimientos y las emociones, sin cuidar su armonía e interacción. Si estas tendencias, en fin, penetran el espíritu y terminan por apoderarse de él,  se acentuará el eclipse de valores, y disminuirá nuestra capacidad para captarlos y nuestro compromiso por lograr que predominen en nuestra vida personal, y en las relaciones interhumanas.

El eclipse de valores no puede durar mucho tiempo. Su duración indefinida puede generar un proceso de tremendas consecuencias. La vida sin valores no tiene valor. Se desarrolla un nefasto desprecio por la vida, del cual muchos hacen gala hoy día.

La vida es esencial. Sin valorarla y respetarla, el hombre se deshumaniza. Pero no hay vida posible y digna, si el “eclipse de valores” continúa y amenaza con tornarse definitivo.

Como siempre, el hombre debe saber ser el protagonista principal que lo conduzca a su destino histórico y trascendente.

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