cristinaevita.jpgSesentidós años han transcurrido desde la primera elección de Juan Domingo Perón como presidente, y el peronismo sigue en el poder en Argentina. ¿Cómo se explica este fenómeno? ¿Por qué los líderes argentinos cambian de un discurso ideológico a otro, pero son siempre peronistas?

(Desde Madrid) HABLAR DE LA CULTURA POLÍTICA de una sociedad obliga a simplificar una realidad muy compleja, y a generalizar un poco –en toda sociedad hay diversas culturas políticas–, al tiempo que exige recurrir a la filosofía.

Argentina –como toda la América Latina, como la Europa continental–, pertenece a la matriz cultural racionalismo, y su cultura política es del tipo ideología, en tanto que la cultura política inglesa –y la norteamericana– pertenecen a la matriz cultural empirismo, y su cultura política es del tipo pragmatismo. Y una y otra difieren.

Eso no quiere decir que no haya habido momentos pragmáticos en la política argentina, pues hablamos de una tendencia o predominio de lo uno sobre lo otro, y no de una absoluta exclusión de comportamientos alternativos a los que predominan o caracterizan una determinada cultura política.

SI LA REALIDAD NO DA LA RAZON, PENALICEMOS LA REALIDAD

En la matriz cultural racionalismo la doctrina prevalece sobre la práctica, los principios se imponen a los precedentes, los fines prevalecen sobre los medios, y las percepciones son indirectas, fuertemente mediadas y condicionadas por teorizaciones e ideologías: positivismo, marxismo, peronismo o nacionalismo.

«La mentalidad ideológica se encuentra a gusto sólo con sistemas abstractos, pero tropieza con los problemas reales que tiene que resolver la política» En el racionalismo, si la práctica falla, la culpa es de la práctica, no de la teoría. Y si los datos de la inflación son alarmantes y adversos, pues se ignoran, y se cambian por otros, que sean más favorables. El gobierno de los Kirchner sabe algo de esto. En definitiva: si la realidad no nos da la razón, penalizamos a la realidad, salvamos a la doctrina de la deshonra de la falsación, y que viva el peronismo por cuarenta años más.

En el empirismo las cosas acontecen de otra manera: como recuerda Sartori, la práctica prevalece sobre la doctrina, los precedentes se imponen a los principios, los medios prevalecen sobre los fines, y las percepciones son más directas, y se relacionan con los hechos y no con enunciados prestigiosos, o de autoridad, ni con líderes venerados.

La forma mentis racionalista es superior en la concatenación deductiva, pero es sorda en la recepción empírica, y no sabe resolver los problemas. La mentalidad ideológica se encuentra a gusto sólo con sistemas abstractos y omnicomprensivos, pero tropieza con los problemas reales, los únicos que tiene que resolver la política.

EL CONTROL DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA

Tampoco es casual que el estilo retórico de los norteamericanos fuera sobrio, y pegado a los hechos, y el de los latinoamericanos desplegara un lenguaje barroco, que –escribe Pérez-Díaz–, facilitó la desconexión entre la apariencia y la realidad, entre una fachada constitucional liberal y una realidad autoritaria, de patronazgo y clientelismo político. «El secreto del éxito de Perón era el control de la comunicación política»

El peronismo instauró un lenguaje que fungió como una representación del mundo con trampa, algo así como un mapa en cuyo centro estaba Argentina, y, en su periferia, ocupando un modesto rincón, el resto del mundo. Perón era el primer trabajador, y sus seguidores eran los descamisados, a los que trataba como compañeros.

Martínez Estrada dirá de Perón: Su oratoria era pedestre, pobre, opaca, pero con un don que no encuentro cómo calificar mejor que de fascinante. Persuadía, y sobre todo, se colocaba tan en el mismo plano de su auditorio, que parecía que estaba conversando con cada uno de sus oyentes.

En efecto, ése era el secreto de su éxito: el control de la comunicación política. El 15 de marzo de 1951 su mujer pronunció estas palabras, que describen la perversión de su pensamiento: «Franco está bien muerto, pero Perón se pavonea por los pasillos y habitaciones de la Casa Rosada» Nosotros los peronistas concebimos el cristianismo práctico y no teórico. Por eso, nosotros hemos creado una doctrina que es práctica y no teórica. Yo muchas veces me he dicho, viendo la grandeza extraordinaria de la doctrina de Perón: ¿Cómo no va a ser maravillosa si es nada menos que una idea de Dios realizada por un hombre? ¿Y en qué reside? En realizarla como Dios la quiso. Y en eso reside su grandeza: realizarla con los humildes y entre los humildes.

O sea, como en la antigua metrópolis: Franco era Caudillo de España por la gracia de Dios. Pero Franco está bien muerto, y los jóvenes casi no saben quién fue, y Perón se pavonea por los pasillos y habitaciones de la Casa Rosada. Mientras los ingleses –generadores de la matriz cultural empirismo, y con una cultura pragmática, indiferente a los cantos de sirena de los ismos que arrasaban el mundo–, soportó estoicamente la II Guerra Mundial, nunca suspendió las elecciones, hizo oídos sordos al marxismo, no se inventó líderes providenciales que le sacaran las castañas del fuego, y vivió siempre en las instituciones, Alemania se entregó a su patético redentor, y otro tanto de lo mismo hicieron Italia y España. Y Argentina se refugiaba, con ardor infantil, en las manos de su mesías criollo, un prestidigitador en cuyos malabarismos lingüísticos quedaron atrapadas generaciones enteras de argentinos.

UNA DE CAL, OTRA DE ARENA

La Europa continental dio a Hegel, a Comte y a Marx, Inglaterra dio a Hume y a Locke, y no es casual que en la primera surgiera Adolf Hitler, Benito Musolini y Francisco Franco, y en la segunda Winston Churchill o Climent Attle.

La América del Norte dio a William James, a Peirce y a Rorty, y la América Latina dio a una pléyade de filósofos que se preguntaron el por qué del fracaso latinoamericano. Y no es casual que la primera diera a Jefferson, a Washington, a Lincoln y a Clinton. «La cultura política del peronismo pertenece a la categoría ideología, y ya se sabe lo que ocurre: como en la Iglesia católica, la doctrina siempre tiene la razón» También a Bush hijo, es cierto, pero sabemos que en Estados Unidos los malos presidentes no se perpetúan, ni degeneran en ese oprobio prescindible que es el caudillo: sólo duran entre cuatro y ocho años. Tampoco es casual que América del Sur diera a Perón, a Pinochet, a Castro, a Duvalier, a Somoza, a Batista, a Fujimori, a Stroessner, a Videla o a Chávez.

Bertrand Russell decía que realidad es aquello que es generalmente aceptado, mientras que fantasía es aquello que es creído sólo por un individuo o un grupo reducido de individuos, y fantasía y realidad tienen fronteras distintas en una cultura política y en la otra: en el área del empirismo, la realidad de los enunciados es puesta a prueba, la fantasía está seriamente vigilada, y la ficción está penalizada por el tribunal de la razón; en la del racionalismo, al prestigio de algunos enunciados –y de algunos emisores– les basta para fungir como prueba de realidad, de modo y manera que a veces consiguen pasar de contrabando la fantasía, que sienta plaza de realidad.

EL RIESGO DE VIVIR EN LA FICCIÓN

Cuando cayó Perón, Ernesto Sábato escribió El otro rostro del peronismo, libro en el que afirma que el motor de la historia no es la razón, pues el mundo está gobernado por la pasión. Y las masas –que son femeninas, decía–, se enamoran de un líder, con un amor en el que no hay cálculo ni sensatez. Para Sábato los peronistas eran unos resentidos, y para algunos Perón también era un resentido.

La cultura política del peronismo, históricamente pertenece a la categoría ideología, y en la ideología ya se sabe lo que ocurre: como en la Iglesia católica, la doctrina siempre tiene la razón.

Llevado a la política, el argumentador pasa como prueba de la verdad del argumento: lo dijo Perón –¡Perón, Perón, qué grande sos!–, ergo, es verdad. Así pasó con el peronismo, con el castrismo, y con tantos ismos como han llegado a las playas americanas, desde el positivismo hasta el marxismo.

EL ANÁLISIS DE ROSENDO FRAGA

¿Por qué hablamos de estas cosas? Porque, más de sesenta años después, el peronismo sigue en el poder. Porque en Fernández y en Kirchner creemos ver los rasgos autoritarios y la soberbia del peronismo. A la presidenta la cultura del pacto y de las concesiones mutuas le cae lejos, «Kirchner tiene el gen del peronismo. En 2003, cuando visitó España, dijo que España y Estados Unidos tenían la culpa de la debacle económica de su país» y acaba de ser derrotada por el campo.

La soberbia del matrimonio Kirchner-Fernández recibió un duro golpe, y el peronismo quedo dividido. Siete meses antes de este episodio, en el Hotel Conrad de Punta del Este, el analista Rosendo Fraga dijo estas palabras: Para mí, el peronismo es una cultura política. Cuesta comprender por qué la gente cambia de un discurso ideológico a otro, pero siempre es peronista. Después de todo, para Perón, la ideología era secundaria. Kirchner es peronista en materia de cultura política, pero en materia ideológica es setentista.

En eso quedó el uso meramente instrumental de la filosofía, y la adopción de una ideología como recurso para ganar elecciones: sólo es una ejecutoria camaleónica, en la que lo único real es el intento de conservar el poder.

LA PERENNE ENFERMEDAD

El peronismo va de ficción en ficción, desde sus orígenes hasta esta primera década del siglo XXI. En sus manos, la presidencia de la República puede convertirse en bienes gananciales, que se reparten cuando conviene. Y es que Kirchner tiene el gen del peronismo. En 2003, cuando visitó España, les dijo a los empresarios españoles que España y Estados Unidos tenían la culpa de la debacle económica de su país.

«El verdadero muro que se interpone entre Chile y Argentina no es la cordillera de los Andes, sino el legado del peronismo y su lógica perversa» Oppenheimer escribía poco después que el presidente corría el peligro de caer en la perenne enfermedad argentina de estar siempre culpando a otros por los males del país y jamás asumir sus propias responsabilidades.

Manuel Rocha, ex encargado de negocios de Estados Unidos en Argentina entre 1997 y 2000 sobre Argentina, le dijo a Oppenheimer: Gran parte de la inmadurez argentina se debe al Estado paternalista creado por el peronismo, basado en el modelo corporativista que el general Perón había aprendido durante su estancia en la Italia de Benito Mussolini.

Oppenheimer recuerda también el testimonio de Ignacio Walter, canciller del presidente Lagos: el verdadero muro que se interpone entre Chile y Argentina no es la cordillera de los Andes, sino el legado del peronismo y su lógica perversa.

LA PALABRA DE JORGE LUIS BORGES

La historia no recordará al general, ni a su mujer (tampoco al consorcio Kirchner-Fernández), pero sí a Borges, que escribió: Perón no era Perón ni Eva era Eva, sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología.

Y es que el peronismo fue una fábula, una fantasía impuesta por un Narciso criollo a una nación ávida de narraciones mágicas y de caudillos providenciales, y aceptada por ésta como una realidad. Mientras unas sociedades viven en las ficciones, otras sólo consienten realidades.

Y la diferencia entre aquéllas y éstas es que unas consiguen modificar las circunstancias, a las que le imponen un proyecto, progresando en el camino de la modernidad y del desarrollo, y otras padecen la venganza de una realidad que han ignorado durante demasiado tiempo, y retroceden hacia la caverna de Platón, en la que, como es sabido, sólo hay sombras, no realidades, siendo ese desfile de sombras sobre un muro la única realidad.