Hungry? Eat the Rich: de “indignados” a occupiers

Por Lilian Bobea, 28 de octubre de 2011

La recién pasada década que aperturó el siglo XXI, y la actual, serán probablemente recordadas por las generaciones presentes y sucesivas, entre otras razones, por la irrupción de movimientos y sujetos político-sociales glocales, es decir, característicamente locales pero con proyección global.

Muchos factores distinguen este fenómeno de otros levantamientos sociales globales y nacionales del pasado, como los movimientos estudiantiles del 68 en Europa, EE.UU. y América Latina, y las protestas masivas en Estados Unidos durante la recesión de los 30s. Baste mencionar solo algunos factores distintivos: su multidimensionalidad, su multi racialidad, sus perfiles demográficos, su espacialidad y sobretodo su conectividad. Ninguno de estos aspectos parece seguir una trayectoria previsible o lineal. Por un lado, si bien la diversidad de demandas responden a escenarios y condiciones nacionales específicas, ellas encuentran detonantes comunes que trascienden fronteras, a saber: la extrema desigualdad social provocada ya sea por una clase, una casta o una elite minoritaria, enquistada y perpetuada en sus privilegios políticos y su acceso al poder decisorio, proporcionándoles estos atributos inconmensurables beneficios sociales y económicos, al punto de perjudicar al resto de la ciudadanía

Contrapunteando el sentido común, aquí no estamos hablando exclusivamente de sociedades periféricas y tercermundistas, sino especialmente de países industriales y post-industriales, la vanguardia económica y financiera del sistema capitalista mundial.

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LA DIMENSIÓN INTERMÉSTICA DE UNA DECISIÓN PRAGMÁTICA

Por Lilian Bobea, 28 de octubre de 2011

Pocas veces el término “interméstico,” utilizado por cientistas sociales para describir un fenómeno que tiene expresiones domésticas y ramificaciones internacionales, encuentra una aplicación tan adecuada para reflejar un momento de decisiones políticas. Considero que ese es el caso al que asistimos con la decisión del Presidente Barack Obama al anunciar pública y oficiosamente el retiro de las tropas de Irak porque, según sus propias palabras “es tiempo de enfocar en la construcción de nación en casa.” En muchos sentidos, este llamado apremiante resulta mas pragmático que ideológico. Con un gasto promedio de $1.3 trillones de dólares invertidos a lo largo de una década para librar dos guerras que han sobredimensionado las reservas humanas y económicas del país; que han puesto a prueba sus capacidades estratégicas y a la vez comprometido las posibilidades de un desenlace exitoso, el argumento de mantenerse a toda costa resulta insostenible para un país que no termina de salir de su crisis financiera y que tan sólo en el presente año fiscal invirtió en ambos despliegues la friolera suma de US$120 billones de dólares. Con una creciente deuda externa que ya bordea los US$14.29 trillones, el excesivo gasto militar también es oneroso e injustificable ante la opinión publica, sobretodo para el creciente porcentaje de la población profesional y trabajadora desempleada que aún no tiene garantías para reinsertarse en los exiguos mercados laborales o para gran parte de los estados y pueblos de la Unión que actualmente enfrentan una crisis presupuestal sin precedentes, ante la cual tienen que hacer malabares para afrontar viejos y nuevos problemas como la reconstrucción de ciudades enteras abatidas por catástrofes naturales, o impactadas por el auge de la criminalidad violenta.

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