La recién pasada década que aperturó el siglo XXI, y la actual, serán probablemente recordadas por las generaciones presentes y sucesivas, entre otras razones, por la irrupción de movimientos y sujetos político-sociales glocales, es decir, característicamente locales pero con proyección global.
Muchos factores distinguen este fenómeno de otros levantamientos sociales globales y nacionales del pasado, como los movimientos estudiantiles del 68 en Europa, EE.UU. y América Latina, y las protestas masivas en Estados Unidos durante la recesión de los 30s. Baste mencionar solo algunos factores distintivos: su multidimensionalidad, su multi racialidad, sus perfiles demográficos, su espacialidad y sobretodo su conectividad. Ninguno de estos aspectos parece seguir una trayectoria previsible o lineal. Por un lado, si bien la diversidad de demandas responden a escenarios y condiciones nacionales específicas, ellas encuentran detonantes comunes que trascienden fronteras, a saber: la extrema desigualdad social provocada ya sea por una clase, una casta o una elite minoritaria, enquistada y perpetuada en sus privilegios políticos y su acceso al poder decisorio, proporcionándoles estos atributos inconmensurables beneficios sociales y económicos, al punto de perjudicar al resto de la ciudadanía
Contrapunteando el sentido común, aquí no estamos hablando exclusivamente de sociedades periféricas y tercermundistas, sino especialmente de países industriales y post-industriales, la vanguardia económica y financiera del sistema capitalista mundial.