ahmadinejadiranteheranLas protestas, en su mayoría no buscan una ruptura del régimen islámico sino cambiar a su presidente y las políticas que él representa. Qué debería hacer la comunidad internacional.

(Desde Madrid) DOS PERROS CON LOS MISMOS COLLARES. Así son las dos posturas que en estos momentos se enfrentan en Irán. Ahmadineyad versus Musavi y Jamenei versus Rafsanyani. Pese a que nos guste pintar con el color verde esperanza a los partidarios del candidato reformista Musavi y con un tinte grisáceo a los ultraconservadores de Ahmadineyad, no parece que ninguna que las dos facciones estén por la labor de dinamitar desde dentro el sistema político de la República Islámica.

«el poder divino está por encima del popular pese a la máscara de legitimidad democrática que suponen los comicios presidenciales»Irán vive bajo un régimen teocrático muy complejo y dual. Por un lado, tenemos la voluntad divina que representa el Líder Supremo, el ayatolá Ali Jamenei, y por otro, la voluntad popular que representa el presidente iraní: Mahmud Ahmadineyad, elegido por sufragio universal.

Sin embargo, esa dualidad del poder no está equilibrada pues existe una preponderancia de la ley islámica, la sharia, sobre la soberanía popular; tal y como se refleja en el complejo entramado institucional del régimen político iraní. Así, el Líder Supremo tiene a su cargo el Ejército, los servicios de información y seguridad, la política exterior, algunos cargos del gobierno, los jueces y la política nuclear.

La otra institución teocrática, el Consejo de los Guardianes de la Revolución, está formado por 12 miembros, seis de los cuales los elige Jamenei y puede vetar los candidatos a presidente y las leyes aprobadas por el Parlamento. Conclusión: el poder divino está por encima del popular pese a la máscara de legitimidad democrática que suponen los comicios presidenciales. Los 4 candidatos a la presidencia habían recibido el placet previo del Consejo de Guardianes.

MUSAVI: EL CANDIDATO MENOS MALO

Pese a ello, siempre hay un candidato menos malo y, en este caso, ese es Musavi. Fue primer ministro en los años ochenta, de la mano del ayatolá Jomeini. Y es admirado porque llevó con relativo éxito las riendas de la economía durante la guerra contra Irak. Sus objetivos eran mejorar la economía y las relaciones con Occidente, además de estar dispuesto a dialogar sobre el programa nuclear.

«La disyuntiva de la teocracia iraní es compleja: si aplastan las manifestaciones de manera violenta, acabarán con el mito de la revolución popular; en cambio si las protestas se mantienen, podrían socavar al régimen»Pero, ¿qué es lo que ha llevado a ese apoyo a su figura con el consiguiente levantamiento popular,  pese a no querer cambiar los cimientos del régimen teocrático?

En primer lugar: un presidente conservador que no ha sabido utilizar el dinero proveniente del petróleo para crear riqueza. Ahmadineyad tiene sus apoyos en el mundo rural, del que proviene, y en los sectores más conservadores. Es crítico con los Estados Unidos, negacionista del Holocausto y ha hecho del programa nuclear una de sus señas de identidad con tintes nacionalistas.

En segundo lugar: una situación económica nefasta con una inflación alta y fuerte incremento del desempleo debido a la crisis económica, a la mala gestión de Ahmadineyad y a la caída del crudo. Y es que la economía iraní es muy dependiente del petróleo cuyos precios se han desplomado en el último año. Un 80 por ciento de las ganancias en las relaciones comerciales con el exterior proviene del crudo que junto al gas representa el 70 por ciento de los ingresos del Estado.

En tercer lugar: la represión moral impuesta por el poder conservador ha dejado sin respiraderos a los jóvenes, las mujeres, artistas y clases medias y altas.

En cuarto lugar: la política exterior de los conservadores ha conseguido marginar al país pese a sus intentos de convertirse en un actor de liderazgo en la región gracias al impulso de su programa nuclear. Sus apoyos a Hezbolá en Líbano y a Hamás en los territorios palestinos a sí como su papel en Afganistán e Irak no ayudan a mejorar la imagen exterior del país persa.

En quinto lugar: una población en la que el 70 por ciento de sus 66 millones de habitantes es urbana y menor de 30 años. Además, un 50 por ciento de los 46 millones de electores son mujeres.

«el régimen de los ayatolás parece no poder controlar la situación. Se han visto obligados a reconocer el fraude electoral en 50 ciudades donde votaron 3 millones de votantes más de los inscritos»

FRAUDE ELECTORAL

Las protestas, en su mayoría no buscan una ruptura del régimen islámico sino cambiar a su presidente y las políticas que él representa. Asimismo, el régimen de los ayatolás parece no poder controlar la situación. Se han visto obligados a reconocer el fraude electoral en 50 ciudades donde votaron 3 millones de votantes más de los inscritos.

Sin embargo, el Consejo de Guardianes ya ha anunciado que no habrá un nuevo recuento y el Parlamento ya ha anunciado la investidura de Ahmadineyad para dentro de aproximadamente un mes. Previamente, el máximo líder religioso, Ali Jamenei, abandonó su poder arbitral dando la victoria al candidato conservador y abogó por reprimir las protestas de manera violenta culpando de las mismas al Occidente y a los medios de comunicación internacionales.

La disyuntiva de la teocracia iraní es compleja: si aplastan las manifestaciones de manera violenta, acabarán con el mito de la revolución popular; en cambio si las protestas se mantienen, podrían socavar al régimen.

El dilema de la Comunidad Internacional al respecto tampoco es fácil: si se impone el silencio y la absoluta neutralidad, se les podría acusar de complicidad con el régimen de los mulás; sin embargo, si se apoya incondicionalmente a las protestas, la teocracia iraní lo utilizará como excusa para ejercer una mayor represión y culpar a Occidente, como ya vienen haciendo.

¿QUÉ HACER?

Quizás los mas adecuado sea condenar, como hasta ahora, la violencia en la represión pero respetar, con críticas como hasta ahora, el resultado electoral. También sería conveniente ayudar al fortalecimiento de la sociedad civil, sobre todo, a los jóvenes y mujeres; apoyar a ONGs, a medios de comunicación para que puedan ser independientes y crear el embrión de futuros partidos políticos democráticos.

Y, evidentemente, en el caso del proyecto atómico, las sanciones económicas, que no militares, deberían ser eficaces de verdad, pues incrementarían, todavía más, las protestas pero esta vez con el objetivo del tránsito de una teocracia a una democracia real.