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El autor explica por qué Bielorrusia se ha resistido a los encantos de las revoluciones naranjas que, en los últimos treinta meses, se han impuesto en Georgia, Ucrania y Kirguizistán y acepta hoy a un presidente autoritario y prepotente como Lukashenko.


(Desde Madrid) LA BIELORRUSIA DE LUKASHENKO PARECE HABERSE resistido a los encantos de las revoluciones naranja que, en los últimos treinta meses, se han impuesto en Georgia, Ucrania y Kirguizistán. Hora es ésta de preguntarse por las razones de semejante negativa.

IRREGULARIDADES
La primera, pero acaso no la más importante, remite, cómo no, a las irregularidades, muchas y no precisamente menores, registradas en el proceso electoral de marzo. Sabido es que la campaña fue particularmente sucia y que el propio recuento de los votos se vio marcado por patrones que invitan a la sospecha. Aun con ello, parece fuera de discusión que el triunfo de Lukashenko fue lo suficientemente claro como para que nos sintamos obligados a concluir que, por las razones que fueren, en el electorado bielorruso se hicieron valer procesos mentales y actitudes políticas diferentes de las que se revelaron en Ucrania en el otoño de 2004.

Para explicar lo anterior no hay que ir demasiado lejos. Si, por un lado, la oposición bielorrusa –sometida, bien es cierto, a trabas sin cuento– apenas ha acertado a levantar el vuelo, por el otro Lukashenko puede exhibir unos resultados económicos que, aunque modestos, parecen haber puesto coto a las situaciones extremas de penuria manifiestas en países del mismo entorno geográfico que optaron en su momento por reformas radicales. Al privilegiar el mantenimiento de las infraestructuras productivas propias, aun en detrimento de cualquier esfuerzo de adaptación a las reglas, a menudo abrasivas, de la competencia internacional, Lukashenko ha asentado un heterodoxo modelo que cuenta –no nos engañemos– con apoyos innegables entre sus compatriotas.

UNA ALIANZA CON MOSCÚ
No sólo eso: la alianza ultimada con Moscú ha permitido que Bielorrusia siga recibiendo petróleo y gas natural a precios sensiblemente inferiores a los de los mercados internacionales, circunstancia que ha operado como un balón de oxígeno para la economía.

A buen seguro que muchos votantes que no sienten particular simpatía por un presidente autoritario y prepotente se lo han pensado dos veces a la hora de acudir a las urnas y, al respecto, han sopesado lo que ocurriría en caso de que la relación de privilegio entre Minsk y Moscú se rompiese. En ese terreno, las vagas e interesadas promesas de las potencias occidentales no han tenido el reclamo suficiente.

EL FIASCO DE LAS REVOLUCIONES NARANJAS
Agreguemos una explicación más para dar cuenta de por qué el comportamiento electoral ha demostrado ser diferente en Bielorrusia: el efecto, indeleble, de la mala imagen que las propias revoluciones naranja producen en el momento presente.

Aunque nuestros medios de comunicación apenas se ocupen de ello, se multiplican los datos que sugieren que aquéllas son, en muchos terrenos, un formidable fiasco y que el desencanto se va instalando entre sus propios protagonistas. Por detrás no es difícil apreciar un elemento común en la forma de un descrédito general de unas elites dirigentes que han demostrado ser, en su conducta y en sus intereses, muy similares a aquellas a las que desplazaron en su momento. Ante semejante panorama no han faltado, con certeza, los bielorrusos que se han acogido a aquello de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.