Mario Esteban señala que tras el fracaso del llamado Consenso de Washington –que comenzó a exportarse de manera activa desde Estados Unidos a multitud de países emergentes durante los noventa– el mundo ha asistido al ascenso de China y con ello al nacimiento del Consenso de Pekín. Este nuevo modelo de desarrollo –añade– está basado en un gobierno autoritario que mantiene un fuerte intervencionismo en la economía. Esteban cree que el ejemplo de China no sólo resulta atractivo para numerosos líderes autoritarios del mundo, sino para regímenes democráticos como Brasil, India, o Sudáfrica, que dan la bienvenida a un creciente peso político de China, pero fundamentalmente a su búsqueda de un orden internacional multilateral.
Mario Esteban es Profesor Ayudante Doctor en el Centro de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma de Madrid. Coordina el Panel de Expertos sobre Asia-Pacífico del Observatorio de Política Exterior Española de la Fundación Alternativas. Su área de especialización comprende las relaciones internacionales de Asia Oriental y los sistemas políticos de China y Taiwán.
TRAS LA CAÍDA DEL BLOQUE COMUNISTA pareció que se imponía mundialmente un patrón de desarrollo social basado en la promoción de la democracia y el libre mercado. Dicho modelo, conocido como Consenso de Washington, comenzó a exportarse de manera activa desde Estados Unidos a multitud de países emergentes, recomendándoles que fomentasen la gestión privada de los medios de producción, la libertad de los mercados, una fuerte disciplina fiscal y la internacionalización de sus economías. Este enfoque miope y simplista ha fracasado en numerosos lugares del planeta.
EL ASCENSO DE CHINA
Paralelamente, el mundo ha asistido al ascenso de China, país que rechazó explícitamente las pautas marcadas por el Consenso de Washington a favor de lo que se ha dado en llamar el Consenso de Pekín.
China encarna un modelo de desarrollo basado en un gobierno autoritario que mantiene un fuerte intervencionismo en la economía y una gran preocupación por conjugar crecimiento económico y estabilidad social.
LA AMENAZA
Lejos quedan los años en que la China maoísta exportaba su versión sui generis de la revolución comunista por todo el mundo.
Actualmente, la República Popular China (RPC) es un país mucho más comprometido con el mantenimiento de un orden mundial pacífico, propicio para el florecimiento de la economía internacional. Sin embargo, el mero hecho de que China se postule como un modelo social alternativo al imperante en Occidente, hace que algunos la perciban como una amenaza para nuestras sociedades.
LA EXTENSIÓN DEL PODER BLANDO
China está incrementando notablemente su poder blando en el mundo. Una encuesta realizada por la CBS y la Universidad de Maryland en 2005 mostraba que la mayor parte de los 23.000 entrevistados en 22 países tenían una visión más positiva del papel de China en el mundo que del de Estados Unidos o Rusia. Es más, muchos países en vías de desarrollo esperan que China ejerza un mayor liderazgo internacional, como se evidencia en el seno del G-20 o en el Grupo de los 77.
El ejemplo de China no sólo resulta atractivo para numerosos líderes autoritarios, que defienden una visión tradicional de soberanía con vistas a perpetuarse en el poder. Regímenes democráticos como Brasil, India, o Sudáfrica, también dan la bienvenida a un creciente peso político de China, gracias a su compromiso con un orden internacional multilateral.
QUÉ DEBE HACER OCCIDENTE
La UE debe seguir impulsando un orden internacional multilateral donde se sientan representados los países emergentes. Occidente debe reconocer de facto la aspiración legítima del grueso de la comunidad internacional para mantener su independencia, proteger sus modos de vida y sus opciones políticas autónomas.
Una medida claramente beneficiosa para promover los valores democráticos sería una aplicación ecuánime del Derecho Internacional, utilizado demasiadas veces como instrumento de los países poderosos frente a los débiles.
UN ORDEN CON PRIVILEGIOS
Hasta entonces las críticas de las democracias occidentales a los regímenes autoritarios serán percibidas por gran parte de la población local como un esfuerzo por mantener su posición de privilegio en el orden internacional vigente, no como el fruto de una preocupación sincera y altruista por la protección de los Derechos Humanos fundamentales.
Esto hace que estas amonestaciones tengan con frecuencia un efecto contraproducente, facilitando el mantenimiento en el poder de élites autoritarias que apelan a un nacionalismo de carácter anti-imperialista.
Publicado por:
Carmen
fecha: 14 | 06 | 2006
hora: 1:10 pm
Link permanente
Muy buena reflexión!
Estoy de acuerdo con que las democracias occidentales intentan mantener su posición de privilegio y no se oponen al autoritarismo por una preocupación sincera y altruista por la protección de los Derechos Humanos fundamentales.
Publicado por:
Brenda Finkelstein
fecha: 16 | 06 | 2006
hora: 6:44 am
Link permanente
Me parece que debemos ser cuidadosos a la hora de presentar el «consenso de pekin» como alternativa. Dado que si bien es cierto que la nueva fórmula de autoritarismo e intervención estatal en la economía logró un mayor crecimiento; no debemos olvidar que es un modelo basado en el autoritarismo, donde hay censura y un pluralismo político limitado. Por otro lado este modelo también aplicado por Japón y otros países del Este Asiático tuvo un gran crecimiento a principios de los 90 pero entró en crisis en 1997, si las causa de las crisis fueron endógenas o fueron causadas por cambios en el mercado financiero internacional es discutible, pero lo cierto es que este modelo encontró su ciclo de crisis también.
No solo no es una receta mágica sino que debemos tener mucha cautela a la hora de querer pensar este modelo para países latinoamericanos que tienen otras carcaterísticas.