Corea del Norte ha buscado chantajear a la comunidad internacional lanzando un misil intercontinental para lograr así una cesión ante sus exigencias, pero la provocación de Pyongyang ha demostrado que las sanciones económicas están haciendo efecto y que al régimen le queda poco que perder, dice el autor, que cree que el lanzamiento del misil ha puesto en una situación incómoda a China y se traducirá seguramente en un aislamiento internacional aún mayor para Pyongyang.



CUANDO EL PASADO 4 DE JULIO COREA DEL NORTE LANZÓ siete misiles, confirmó una vez más su afición a las estrategias de chantaje. Como en otras ocasiones (1993 o 2002), parece creer que provocando una nueva crisis conseguirá que la comunidad internacional responda a sus exigencias. Es muy posible que esta vez haya errado en sus cálculos.

El fracaso de la prueba –el misil intercontinental que probó, el Taepodong-2, apenas se mantuvo 40 segundos en el aire– ha sido revelador de sus capacidades. No debe sorprender por tanto que el asesor de seguridad nacional del presidente Bush, Steve Hadley, haya calificado los ensayos como una provocación, no una amenaza.

POCO QUE PERDER
Con su gesto, Pyongyang reconoce implícitamente que las sanciones económicas están haciendo efecto y que poco le queda que perder arriesgándose a nuevas medidas de castigo por parte de la potencias.

Corea del Norte venía observando, por otra parte, cómo el proceso negociador sobre su programa nuclear permanece bloqueado desde septiembre del pasado año; mientras Estados Unidos ofrece a India (que no ha firmado el tratado de no proliferación nuclear) un acuerdo de gran alcance en esta materia, y, junto a la Unión Europea, negocia con Irán un paquete de incentivos para resolver la actual crisis abierta con ese país.

UN AISLAMIENTO AÚN MAYOR
Las propuestas que se contemplan se parecen por cierto mucho a las del Acuerdo Marco mediante el cual la Administración Clinton pudo cerrar la anterior crisis nuclear con Corea del Norte en 1994, ofreciéndole energía nuclear civil a cambio del compromiso de Pyongyang de abandonar todo programa militar.

El régimen de Kim Jong-Il ha querido llamar la atención sobre su problema, consciente de que a George W. Bush le quedan más de dos años en la Casa Blanca. Pero si lo que buscaba era un nuevo comienzo de las negociaciones con Washington, en realidad se ha asegurado un aislamiento aún mayor.

GANAN LOS ESCÉPTICOS
Con su provocación, Corea del Norte ha reforzado la opinión de quienes en Estados Unidos se mostraron escépticos desde un principio sobre la posibilidad de un arreglo diplomático.

En Japón, los ensayos le permitirán al gobierno contar con un mayor apoyo al reforzamiento de su alianza con Washington y a su participación en un ambicioso (y costoso) sistema de defensa antimisiles.

Por su parte, Corea del Sur dará marcha atrás en su política de acercamiento y de incentivos económicos al Norte. Pero probablemente nadie se ha visto más traicionado por los ensayos que China.

LA INCOMODIDAD DE CHINA
Pyongyang no sólo ha desoído los llamamientos hechos por Pekín en días anteriores para que no realizara las pruebas, sino que ha colocado a los líderes chinos ante una incómoda posición. El gobierno chino ha puesto a prueba su prestigio diplomático en su labor como anfitrión y facilitador de las negociaciones a seis bandas sobre el problema nuclear norcoreano desde 2003.

Aunque la oposición de Pekín y Moscú ha impedido por el momento la adopción de una resolución en el Consejo de Seguridad contra Corea del Norte, ésta ha complicado extraordinariamente su relación con la República Popular.

Bush sigue haciendo frente a un problema en el que cuenta con pocas opciones viables salvo la del diálogo multilateral. Pero quizá China se vea obligada ahora a dar un giro con respecto a Pyongyang, del que dependerá el próximo capítulo de esta historia interminable.