No se ha cumplido la implosión generalizada del sistema de partidos tras el multifacético derrumbe de diciembre de 2001 en Argentina, tal y como estaba previsto, ni tampoco el augurio de que nada importante cambiaría en el país sudamericano. Existen importantes líneas de continuidad en el sistema de partidos, como la primacía del peronismo (PJ), recompuesto y encolumnado detrás de Kirchner, y la continuidad del radicalismo (UCR), pero existen también tendencias de cambio.



EL CURSO POLÍTICO EN ARGENTINA DESPUÉS de su multifacético derrumbe en diciembre de 2001 ha sorprendido por igual a quienes predicaban una implosión generalizada y a quienes auguraban que nada importante cambiaría.

Las elecciones presidenciales de 2001 mostraron una escena inédita: tres de los principales candidatos provenían del Partido Justicialista (peronismo), aunque ninguno de ellos llevara en la papeleta los símbolos partidarios. La Unión Cívica Radical, por su parte, permaneció formalmente unificada pero su electorado –y buena parte de su elenco dirigente– abandonó en la ocasión al centenario partido cuya elección inferior a 3 por ciento de los votos presagiaba su pronta disolución.

Asimismo, un curioso calendario electoral provincial que abarcó casi todo ese año, arrojó resultados contrastantes: los dos grandes partidos que organizan las preferencias políticas argentinas en los últimos sesenta años se quedaron con la casi totalidad de las gobernaciones y con decisivas proporciones de ambas cámaras del Congreso de los Diputados. Parecía que todo volvía a su normalidad.

CONTINUIDAD CON EL PASADO
Ciertamente, para desilusión de quienes apostaban a una refundación del sistema político argentino, sobre la base de la brusca disolución de sus principales expresiones partidarias, parecerían existir en el país importantes líneas de continuidad con el pasado.

Una mirada más o menos superficial muestra a un peronismo (PJ) recompuesto y encolumnado detrás de la figura del presidente Néstor Kirchner, y a un radicalismo (UCR) que, marcadamente debilitado en materia de liderazgos nacionales, mantiene una estructura en todo el país e importantes posiciones de poder.

Y TENDENCIAS DE CAMBIO
Sin embargo, se insinúan tendencias al cambio en la configuración de la escena político-electoral. Los preparativos previos a las próximas elecciones presidenciales de 2007 no tienen en su centro a los partidos políticos tradicionales. El presidente Kirchner ha lanzado la consigna de la concertación que, aún en su ambigüedad, puede ser interpretada como la pretensión de darle a su gobierno –y a su dispositivo reeleccionista– una coloración más amplia que la que expresa el peronismo.

A favor de ese proyecto, se propone enrolar tras de sí a un grupo de gobernadores de provincias bajo el control radical (UCR), y, si es posible, a figuras connotadas del espacio progresista.

No cabe hablar de una coalición en términos más o menos estrictos, porque los actores que se acercan al proyecto oficialista carecen por ahora de autonomía orgánica y política; pero está claro que la maquinaria justicialista (PJ) no es el único componente de la construcción presidencial.

DISPUTAS EN LA FILAS DE LA OPOSICIÓN
La oposición participa también de esta lógica coalicional. Tampoco los partidos son centrales en los preparativos electorales en su seno: más bien se percibe una tendencia al reagrupamiento de fuerzas con base territorial alrededor de liderazgos con fuertes apoyos en la opinión pública.

Las figuras del ex ministro de Economía kirchnerista, Roberto Lavagna y las del empresario y presidente del popular club de fútbol Boca Juniors, Mauricio Macri parecen disputarse el rol de aglutinantes de una coalición opositora. La Unión Cívica Radical (UCR) aparece como un respaldo estratégico para cualquier opción opositora por su fuerte arraigo territorial; en su interior hay un fuerte debate entre quienes propugnan la candidatura de Lavagna y quienes tienden a encolumnarse detrás de la concertación de Kirchner.

DERECHAS E IZQUIERDAS
El interrogante principal es si esta dinámica de coaliciones abrirá paso en Argentina a un sistema de partidos ordenado en torno a los clásicos patrones de diferenciación entre derechas e izquierdas.

Existen muchos e importantes obstáculos para que ése sea finalmente el rumbo hacia el que se encamine la política argentina: particularmente la ausencia en el país de una fuerte tradición en ese sentido. Peronistas y radicales han sido partidos pluriclasistas y poco consistentes en términos ideológicos, aunque los primeros echaron fuertes raíces entre los sectores obreros y los segundos entre las capas medias.

ALIADOS Y ADVERSARIOS DEL GOBIERNO
De todos modos, el discurso presidencial ha trazado un campo de aliados y adversarios factible de responder a las coordenadas más normales de la diferenciación política. Los objetos de sus característicos ataques han sido los nostálgicos del régimen militar, los sectores más recalcitrantes del clero católico, los organismos internacionales de crédito, los ganaderos tradicionales y el poder económico concentrado.

Es discutible hasta qué punto, los enfrentamientos han sido eficaces o meramente declarativos, pero es innegable que el discurso presidencial tiene un poderoso impacto en la configuración del territorio político.

Más allá de la voluntad de sus organizadores y figuras centrales, la fuerza electoral de la oposición en los próximos comicios, vendrá muy probablemente de la Argentina conservadora.

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