Por Carlos Jorquera (para Safe Democracy)

Carlos Jorquera analiza la avalancha de críticas que se ciernen sobre la presidenta de Chile Michelle Bachelet y explica por qué su popularidad baja por un tobogán. Jorquera cree existen varias razones: la ambigüedad del discurso presidencial, un tono excesivamente conciliador y edulcorado, la sucesión de acciones equívocas y una mala dimensión comunicacional que preocupan a la ciudadanía. Sepa a continuación qué esperan los chilenos de Michelle Bachelet y por qué la presidenta –que es la esperanza de América Latina— debe decidirse a gobernar Chile de una vez por todas, y gobernar es precisamente salir de la ambigüedad y conducir el barco hacia un puerto seguro.


Carlos Jorquera A. es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad Finis Terrae (Santiago de Chile) y en la Universidad del Desarrollo.

UNA AVALANCHA DE CRÍTICAS SE CIERNE sobre la Presidenta Bachelet por estos días en Chile. Arreciaron luego que se diera a conocer una encuesta telefónica –ya validada por el Gobierno cuando le fue bien en ella– en que la popularidad de la mandataria bajó desde 61 por ciento en abril a 44,2 por ciento a principios de julio, vale decir, un descenso de más de 16 por ciento en apenas tres meses. Y a pesar de que el Gobierno ha reiterado que no se guía por encuestas, lo cierto es que el golpe se sintió con fuerza en el círculo próximo a Bachelet.

La ciudadanía ha tomado nota de este escenario, caracterizado por las continuas alzas en los combustibles y los problemas con Argentina por el abastecimiento del gas.

Hace pocos días, mientras Bachelet visitaba a pobladores damnificados por temporales en Chiguayante, en la VIII Región, recibió críticas y reprimendas de parte de algunos de ellos. Dijeron que quería arreglar su imagen a costa de la tragedia que vivían y que era mejor que se retirara para que pudieran seguir trabajando las máquinas que sacaban el lodo en busca de los cadáveres sepultados por un alud de piedras y barro.

DESCABEZANDO MINISTROS
La primera mujer Presidente de Chile, la que intenta desacralizar el rol de sumo sacerdote de la política nacional, cuyo último representante fue Ricardo Lagos, se vio descolocada y cundió el desconcierto entre sus consejeros.

Dos días más tarde descabezaba tres ministerios. Una de las cabezas que rodaron fue la del ministro del Interior, Andrés Zaldívar, un político democratacristiano de larga trayectoria, pero poco atinado, entre otras cosas, en el manejo de la crisis estudiantil –una de las más graves protestas contra el sistema ocurridas en los gobiernos de la Concertación– y en la violenta y mediática aparición del tema de la inseguridad ciudadana y la delincuencia.

LA AMBIVALENCIA DE LA PRESIDENTA
Aunque muchos esperaban una cirugía mayor, entre ellos la oposición, que en la misma encuesta también baja en su respaldo a apenas 21,8 por ciento –es decir que tampoco pueden capitalizar la caída presidencial–, el cambio de gabinete a los 125 días de asumir el cargo, deja al descubierto la ambivalencia en que se mueve la primera mujer Presidenta de Chile.

Después que hubo armado su equipo de colaboradores, se dijo que los había elegido con pinzas, al margen de los partidos, previendo todos los detalles, sólo guiada por una autoimpuesta búsqueda de paridad (tantas mujeres como hombres en los diversos cargos públicos). Pero apenas dos semanas antes de que la mandataria decidiera modificar su gabinete, Sergio Bitar, presidente del PPD (aliado dentro de la Concertación), advertía que si los ministros no funcionaban, había que cambiarlos. En una entrevista posterior a esos dichos la Presidenta expresó que no se movía por presiones. Pareciera que la realidad no se ajusta al discurso. Si es así, peor para la realidad.

¿QUÉ COLABORADORES?
Asimismo, respecto de la declarada minuciosa búsqueda de los colaboradores, perfectamente se puede cuestionar la prolijidad con que se hizo. Por ejemplo, el ministro de Educación, Martín Zilic, que tuvo que enfrentar las movilizaciones de los estudiantes, vivía en Concepción, a más de 500 kilómetros de la capital, y se trasladó a Santiago sin su familia, a la que veía sólo los fines de semana. Es decir, el máximo representante del Gobierno en la crisis no podía dedicar todas sus energías a ella, puesto que necesariamente debía elegir entre visitar a su familia o realizar las diligencias y gestiones que los acontecimientos urgían. ¿Se previó o no una situación semejante? Obviamente, fue Zilic el que pagó con su remoción.

Por otra parte, la defenestrada ministra de Economía, Ingrid Antonijevic, se fue del Gobierno con una frase que deja en muy incómoda posición a quien la eligió: Pastelero a tus pasteles, en alusión a que volvía al mundo privado, donde tan bien le iba antes de ser llamada al servicio público.

CONCILIACIÓN LIGHT
El problema mayor, ya captado por los medios y los analistas, ha sido la ambigüedad del discurso presidencial. Una ambigüedad que se expresa en un tono conciliador excesivamente edulcorado que choca contra las expectativas de quienes le piden cambios de fondo en la política nacional, pero también, evidentemente, contra las exigencias de la derecha, que siempre ha visto en la institución presidencial a la autoridad por antonomasia.

De este modo, con este frágil y delicuescente discurso, ella se encuentra en una posición en que debe equilibrar, por una parte, los requerimientos de un modelo económico que privilegia la libertad de mercado y, por otra, las acuciantes necesidades de grandes masas de ciudadanos que esperan con impaciencia que la prosperidad chilena –precio del cobre mediante– les toque a ellos también.

SUCESIÓN DE ACCIONES EQUÍVOCAS
El discurso de Bachelet se ha movido, por ejemplo, entre el reconocimiento de la legitimidad de las demandas estudiantiles y el reproche a la dura represión de la policía uniformada contra las manifestaciones de los jóvenes, donde también se infiltró el lumpen. Pero eso no le ganó el favor de los estudiantes, y sí el sordo repudio de quienes veían por televisión no sólo los excesos policiales, que los hubo, sino también los desmanes de los delincuentes.

Ha sido la propia Bachelet la que ha alentado, a través de su concepto del empoderamiento, la eclosión de las manifestaciones juveniles y la necesidad de crear una red participativa al margen del Congreso, lugar donde tradicionalmente se debaten los temas de interés para el país. Y aunque ello pudiera estar muy bien, el problema es que esos canales de participación son más una declaración que una iniciativa concreta. Las comisiones designadas para estudiar problemas como educación o previsión parecen actuar como elementos vicarios de esta voluntad.

LA DIMENSIÓN COMUNICACIONAL
Y es aquí donde nuevamente vemos esa sucesión de acciones equívocas, ya que la paradoja es que en el círculo de cercanos a Bachelet hay una preocupación notoria por la dimensión comunicacional del Gobierno y, sin embargo, los resultados muestran descoordinaciones, errores de oportunidad y movimientos apresurados o improvisados.

Un periodista chileno se preguntaba hace muy poco si no estábamos frente al fin del bacheletismo; mi pregunta es: ¿qué es el bacheletismo? ¿Ha sido alguna vez algo más que una especie de sello, de estilo de hacer las cosas? Si es así, es una idea volátil, sin sustento, sin filosofía, a lo más enganchada, para no difuminarse, a la sonrisa angelical de la dignataria.

CONDUCIR EL BARCO HACIA PUERTO SEGURO

Porque al fin y al cabo el capital político de Bachelet, el verdadero, es su propia vida, su historia personal, la consecuencia que vieron los que votaron por ella. No es su condición de mujer, no es el género, no es la imagen de ministra de Defensa arriba de un tanque anfibio.

Lo que se espera de ella es que vaya más allá de su prurito casi patológico de conservar el equilibrio –que a fin de cuentas neutraliza su propia acción– y que se decida a gobernar, y gobernar es precisamente salir de la ambigüedad y conducir el barco hacia puerto seguro, pese a quien le pese.

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