Por Fabián Bosoer (para Safe Democracy)

Fabián Bosoer explica cómo han celebrado Francia y Estados Unidos sus fechas fundacionales y señala que vuelven a aparecer las mismas cuestiones y preguntas de hace tres siglos. Bosoer cree que Estados Unidos seguirá siendo uno de los países más poderosos del planeta, pero el punto es cómo va a utilizar ese poder, si sobreextendiéndose o autolimitándose. En cuanto a Francia, el dilema es cómo pasar de la toma de La Bastilla y el tercer Estado a enriquecer la noción trinitaria libertad, igualdad, fraternidad, sumándole un pilar más, el de la diversidad. Sepa a continuación por qué lejos de los tiempos de las epopeyas fundacionales, Estados Unidos y Francia enfrentan nuevos desafíos que requieren de nuevas ideas, nuevas prácticas y liderazgos renovadores.


Fabián Bosoer es politólogo y periodista del diario Clarín. Es profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Belgrano.

LOS FESTEJOS POR LA INDEPENDENCIA HAN SIDO VIVIDOS DE DISTINTA MANERA EN FRANCIA Y ESTADOS UNIDOS. Las dos principales repúblicas democráticas occidentales celebraron sus fechas fundacionales con serios dilemas que evocan las mismas cuestiones y preguntas de aquel entonces y atraviesan las viejas o tradicionales formas de agrupamiento político y modos de pensarse como naciones en el contexto internacional.

Estados Unidos recordó sus 230 años de vida independiente cargando sobre sus espaldas un mismo interrogante: ¿cuál es la relación entre la independencia, la soberanía y la libertad?, en este caso de un país y un pueblo lejanos cuyo destino ha tomado entre sus manos tres años atrás. Con los balances de la invasión de Irak como trasfondo, la pregunta permanece, ¿cómo salir de la molesta condición de país ocupante y permitir que el país ocupado pueda comenzar a escribir su propia historia liberada de yugos internos y externos?

ESTADOS UNIDOS EN 2009
Y concentra la atención del debate doméstico con la mira en las elecciones legislativas de noviembre próximo, las que aproximarán un primer avance de la competencia por la sucesión del actual presidente en 2009.

Lo que asoma, en este caso, es un posible realineamiento de las tradicionales contraposiciones de la cultura política norteamericana entre republicanos y demócratas, conservadores y liberales, aislacionistas e internacionalistas en otro mapa en el que la política doméstica se redefine a partir del modo en que se entiende la relación con el mundo.

Por un lado, encontramos lo que el analista David Brooks definió en The New York Times como una división entre, aquí también, un nacionalismo populista (¿quién dijo que el populismo es un invento latinoamericano) y un globalismo progresista. Es cierto que la guerra contra el terrorismo le permitió a George W. Bush juntar ambos argumentos. Pero el dispositivo está agotando sus energías y capacidades persuasivas y la credibilidad va en baja.

QUÉ PAPEL PARA WASHINGTON
Aparece entonces una nueva bifurcación en el horizonte: quienes postulan volver a casa y declinar las ambiciones imperiales, liberadoras o democratizadoras, manteniendo la política exterior como expresión de la seguridad nacional, y quienes ven la necesidad de reorientarla a través de una intervención internacional liderada por la diplomacia, el soft power y la recomposición de la mala imagen sembrada en la opinión pública internacional por la guerra en Irak.

Curiosamente, las notas de portada del último mes de la revista Time fueron en el primer caso una semblanza evocativa de los tiempos de Theodore Roosevelt, cien años atrás, con su política del big stick, y un informe sobre el fin de la política del cowboy, calificando de tal modo la actual política exterior norteamericana y su ineficacia para enfrentar el desafío nuclear de Corea del Norte e Irán.

DE LA TOMA DE LA BASTILLA AL CUARTO ESTADO
En el caso de Francia, los 217 años de la toma de La Bastilla la encuentran frente a la presencia no ya de aquel tercer Estado –que reclamaba su lugar en la Asamblea y cuestionaba la legitimidad de la monarquía absoluta– sino de la aparición de un cuarto Estado, resultado de la exclusión social; esto es, el desafío social, demográfico y cultural que representan la población inmigrante y la presencia islámica para la tradicional concepción de la ciudadanía liberal.

Franceses hijos y nietos de inmigrantes reclaman sus derechos y levantan su voz frente a exclusiones y omisiones que dividen aguas a izquierdas y derechas entre un nuevo republicanismo que quiere enriquecer la noción trinitaria libertad, igualdad, fraternidad, sumándole un pilar más, el de diversidad y, del otro lado, un conservadorismo defensivo que reproduce las condiciones del malestar social.

NUEVOS DESAFÍOS, NUEVAS IDEAS
En síntesis, Estados Unidos seguirá siendo uno de los países más poderosos del planeta, eso no se discute. Pero el punto es cómo va a utilizar ese poder, si sobreextendiéndose o autolimitándose, y qué impactos, costos y resultados tendrá el modo en que utilice dicho poder.

Para Francia, el desafío no es menor, el modo en que asuma la realidad de los franceses que nacieron en otras tierras y sus hijos que reclaman sus derechos a la inclusión social y a la diferenciación cultural determinará también su política europea y las posiciones –proactivas o reactivas– en la marcha comunitaria. Son encrucijadas que inclinarán la balanza por una u otra tendencia y determinarán el perfil del liderazgo próximo en ambos países.

Lejanos los tiempos de las epopeyas fundacionales de estas dos grandes naciones, nuevos desafíos requieren nuevas ideas, nuevas prácticas y liderazgos renovadores para la realización de aquellos ideales y principios.

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