Por Carlos Taibo (para Safe Democracy)

Carlos Taibo explica por qué las relaciones bilaterales entre Rusia y Estados Unidos se han enrarecido en los últimos dos años y de qué manera Washington aplica un duro tono en su política hacia Moscú. Taibo cree que obedece al deseo de presionar sobre Moscú para cortocircuitar la posibilidad de que reaparezca una gran potencia contestataria, y que a Putin le resulta cada vez más difícil presentar ante su opinión pública una política exterior que apenas está produciendo resultados palpables.


Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los mayores expertos en Rusia y Europa del Este. Da clases en el el Master en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid y ha publicado decenas de libros sobre política internacional.

HAY QUE PREGUNTARSE QUÉ HA APORTADO ESTADOS UNIDOS a cambio de la general docilidad mostrada por Rusia desde los atentados del 11 de septiembre.

Dejemos claro desde el principio que la política norteamericana no se ha caracterizado por el deseo de recompensar generosamente a Moscú. La actitud de Washington, marcada por una visible prepotencia, apenas ha tomado en consideración, antes bien, las demandas de Rusia.

PERJUICIO PARA MOSCÚ
Así lo testimonian numerosos datos. El primero de ellos es el designio de denunciar el viejo tratado ABM, sobre limitaciones en las defensas frente a misiles balísticos, en provecho del despliegue de un ambicioso escudo antimisiles –por parte de Washington– llamado a reabrir la carrera de armamentos en su dimensión más tradicional y en franco perjuicio de la posición de Rusia.

A la decisión de no respetar el ABM se sumaron la de mantener en pie un proceso de ampliación de la OTAN que ha tenido como beneficiarias a las tres repúblicas del Báltico. Resulta asimismo extremadamente molesto a los ojos de Moscú las decisiones de ratificar la presencia de contingentes militares estadounidenses en Georgia y un par de repúblicas del Asia central, así como el respaldo a las revoluciones naranjas desarrolladas en Georgia, Ucrania y Kirguizistán, y, en suma, la jugada de colocar en el llamado eje del mal a países que guardan, o guardaban, una relación fluida con Rusia.

RELACIONES ENRARECIDAS
Para que nada falte, Washington en modo alguno ha proporcionado un trato comercial de privilegio a Moscú. Sorprendentemente, Estados Unidos no ha derogado la enmienda Jackson-Vanik, perfilada en 1975 para castigar a la URSS por sus obstáculos a la emigración de ciudadanos de origen judío.

De resultas, Rusia se ha visto privada de la posibilidad de importar ordenadores y otros dispositivos, sigue padeciendo trabas en sus deseos de penetrar en el mercado estadounidense y apenas ha podido apreciar resultado alguno del llamado diálogo energético. Las inversiones norteamericanas en Rusia son, en suma, irrisorias.

Las relaciones bilaterales parecen haberse enrarecido aún más en 2005-2006, ante todo por efecto de las numerosas, y a menudo duras, declaraciones de portavoces del gobierno estadounidense. Éstos se han referido con frecuencia al escaso respeto de las reglas del juego de la democracia en Rusia, al excesivo poder del Servicio Federal de Seguridad, a los ataques que habría experimentado la propiedad privada, a las presiones ejercidas sobre vecinos eventualmente díscolos y, en general, al autoritarismo que lo impregnaría casi todo.

CORTOCIRCUITAR A MOSCÚ
A esas críticas habrían seguido amenazas más o menos veladas como las que remiten a la posibilidad de denunciar los últimos acuerdos de reducción de armas estratégicas, a la de expulsar a Rusia del llamado grupo de los ocho (G-8) o a la de cancelar el reconocimiento de esta última como economía de mercado.

La mayoría de los expertos interpreta que el tono duro de la política norteamericana obedece al deseo de presionar sobre Rusia para que ésta introduzca cambios, de disuadir ante aproximaciones a lo que Estados Unidos entiende son rogues states (Estados fallidos), y, en último término, de cortocircuitar la reaparición de una gran potencia contestataria.

No es difícil arribar a la conclusión de que tomas de posición como las que nos ocupan reflejan el ascendiente de los grupos de influencia más conservadores en Estados Unidos y se asientan en la curiosa percepción de que no hay ninguna necesidad de recompensar a Moscú por su docilidad.

PUTIN Y SU (CRITICADA) POLÍTICA EXTERIOR
Sean las cosas como fueren, lo más sencillo es que a Putin cada vez le resulte más difícil presentar ante su opinión pública –si es que ésta existe, claro– una política exterior que, si por un lado se asienta en un reconocimiento implícito de la debilidad propia, por el otro apenas está produciendo resultados palpables.

Estas dos circunstancias generan, de forma inequívoca, críticas cada vez más agrias en los mentideros políticos y periodísticos en Moscú.

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