Pedro Pérez Herrero analiza los avances de la democracia en América Latina y detalla qué temas están aún pendientes por resolver tras la superación de los períodos de la autarquía política (1950-1980) y del neoliberalismo (1990-2005). En este sentido, Pérez Herrero pone de relieve la necesidad urgente de transformar las estructuras de poder existentes a fin de poder impulsar el desarrollo social e institucional. Sepa a continuación por qué, a pesar de que hay muchos intereses en juego que se dedican a defender sus privilegios, es posible democratizar América Latina si existe decisión política para hacerlo.
Pedro Pérez Herrero es Doctor en Historia por El Colegio de México (México) y catedrático de la Universidad de Alcalá. Es miembro de la Academia Mexicana de la Historia y director del Programa Oficial de Postgrado (Master y Doctorado) «América Latina contemporánea y sus relaciones con la Unión Europea: una cooperación estratégica» ofrecido por la Universidad de Alcalá y el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. Es experto en América Latina y autor de numerosas publicaciones sobre la historia y la realidad actual de la región.
A COMIENZOS DEL SIGLO XXI, es posible comprobar que en América Latina se han superado bastantes los principios que rigieron las políticas autárquicas y los regímenes populistas de mediados del siglo pasado: se han abierto sus economías al exterior, se han eliminado muchas injerencias, y se ha generalizado el uso del voto como medio para elegir a los gobernantes, pero se observa también que todavía siguen existiendo importantes tareas pendientes para perfeccionar la democracia y el buen funcionamiento del Estados de derecho en la región.
NO TODO ES CULPA DEL POPULISMO
De ello se deduce que las políticas económicas autárquicas no pueden seguir identificándose como la causa única explicativa de todos los males que América Latina enfrentó durante la segunda mitad del siglo XX; ni tampoco seguir sosteniéndose que con la simple aplicación de los principios económicos neoliberales del Consenso de Washington se solucionarán todos los problemas derivados de los regimenes populistas.
Con ello no se quiere poner en cuestión que las políticas económicas autárquicas no ocasionaron problemas serios al provocar desequilibrios en las estructuras productivas; ni que las medidas de choque neoliberales no hayan conseguido corregir importantes defectos heredados del pasado. Sólo se pretende subrayar que los grandes problemas que no pudieron resolver ni los gobiernos del período de la autarquía (1950-1980) ni durante la fase del neoliberalismo (1990-2005) fueron los de carácter político antes que los económicos (sin negar su importancia).
TRANSFORMAR LAS ESTRUCTURAS
Esta interpretación nos ayuda a poner de relieve la necesidad urgente de transformar profundamente las estructuras de poder existentes –clave para la modernización de las estructuras productivas, las relaciones laborales, los sistemas fiscales, la gestión de lo público a través de administraciones públicas profesionalizadas y eficientes– a fin de poder impulsar el desarrollo social e institucional que permita el perfeccionamiento de los Estados de Derecho.
Sólo así se alcanzarán las certidumbres jurídicas y se construirán las reglas básicas necesarias que permitirán construir las arquitecturas institucionales de Estados sólidos capaces de impulsar la convivencia pacífica y el desarrollo económico integrado. Únicamente de esta forma se lograrán eliminar las desigualdades sociales, los privilegios y las exclusiones.
UN CAMBIO DE REGLAS
Un Estado eficaz no tiene por qué ser sinónimo de un aparato de gobierno abultado y de una excesiva injerencia de lo político sobre la economía. Tiene que haber un cambio de reglas. Los políticos tienen que dejar de ser intermediarios en una sociedad de desiguales, constituida por una demanda de favores ilimitada y una oferta de servicios reducida, para comenzar a actuar como gestores transparentes de lo público.
Los ciudadanos tienen que comenzar a aceptar sus obligaciones y derechos, dejando de ser meros receptores de favores de los políticos a cambio de su apoyo para la legitimación de aquéllos. Las bases de la obediencia política del populismo tienen que ser desmontadas.
CONSTRUYENDO UN MARCO ADECUADO
No se trata de combatir exclusivamente el narcotráfico y la corrupción, como algunos analistas y políticos repiten obsesivamente, sino en construir un marco adecuado para que se cumpla la ley. No hay que luchar exclusivamente para que las inversiones extranjeras lleguen a América Latina de forma masiva, creciente y constante, sino en lograr además un crecimiento equilibrado y autosostenido, ampliar los mercados internos y evitar que el ahorro interno fluya al exterior en los momentos críticos.
No se debe cumplir sólo con los pagos de la deuda externa, sino que hay que arreglar al mimo tiempo la casa por dentro. No sólo es urgente reducir la informalidad y disminuir la pobreza con ayudas solidarias, sino que es necesario también crear puestos de trabajo dignamente pagados y elevar la productividad.
TRABAS E INTERESES EN JUEGO
Hay que lograr que las leyes se cumplan de forma transparente en vez de que se negocie su aplicación. Es necesario transformar unas sociedades que todavía siguen rigiéndose en muchas ocasiones más por las lógicas de poder de las sociedades de Antiguo Régimen del pasado que por las del Estado liberal moderno.
Una tarea ardua, sin duda, pero no imposible si se enfrenta con decisión. Hay exceso de información y una gran falta de voluntad política. Se sabe bien qué lo que hay que hacer para fortalecer las democracias y el Estado de derecho, pero hay muchos intereses en juego en la región que se dedican a poner trabas a fin de defender sus privilegios.
Publicado por:
Leandro Schneider
fecha: 08 | 09 | 2006
hora: 6:14 am
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Los hechos son contundentes: eso que se suele denominar América Latina es cada vez más una entelequia, en la que la pobreza de millones de ciudadanos no hace otra cosa más que debilitar el valor de las instituciones democráticas y la propia idea democrática.
A esto se deba agregar que en los últimos años, todos los acuerdos regionales han sido debilitados por la preeminencia de los intereses nacionales (y no por el «imperialismo»).
Una breve vista a vuelo de pájaro….
México, con su formidable bagaje cultural, su población y sus riquezas resolvió estratégicamente ser parte de la América anglosajona. Maneja un nivel de riquezas tan enorme como la pobreza que no logra superar y por si fuera poco, hace tres meses está sumido en una crisis institucional gravísima cuyas consecuencias sobre el sistema democrático serán tanto o más dañinas que la que viene causando desde hace décadas la corrupción que campea impunemente en aquel país.
Con excepción de Costa Rica que no deja de tener por delante serios desafíos para resolver, los países de Centroamérica están sumidos en una pobreza estructural incontenible y evidencian unos niveles de violencia e inseguridad que pone de manifiesto con claridad que esos Estados recorren presurosos la ruta que los lleva a la categoría de «Estados fallidos». Solo se llega a esa categoría con «políticos fallidos» y con políticos de ese tipo no hay democracia posible. (Basta repasar la actualidad nicaragüense y recordar un poco la historia reciente de esa nación, para quedar perplejo, decepcionado y con muy poca esperanza).
Brasil -tan «Belindia» como siempre y con un gobierno de izquierda- no deja de aspirar a jugar entre las prinicpales potencias y su ascendencia portuguesa suele emergen en algunos reflejos «imperiales».
Chile se desarrolla económicamente, apuesta al libre comercio y comienza a ver cada vez más su vocación hacia el Pacífico y no deja descuida el poder militar heredado de la dictadura pinochetista.
Bolivia, con recursos energéticos que podrían ponerla entre los países con mejores niveles de vida de la región, distribución equitativa medicate, padece una pobreza lacerante.
A esto, se le suma el acceso al gobierno de un grupo que, tras debilitar al máximo el sistema democrático, una vez en el poder desarrolla un discurso extraño en el que entrevera un relato indigenista que es excluyente en lo social y tiene aspiraciones de «originario» -como si la historia no hubiera ocurriudo- a lo que suma los viejos versos de un comunismo perimido y fracasado (que ilustra con la imágen de Fidel Castro).
De todo esto lo único que queda claro son las enormes ambiciones de poder del grupo que se hizo del gobierno de La Paz pero no termina de quedar claro el proyecto que tiene para recuperar a la nación más pobre de la región a excepción de Haití. Todo esto, sin olvidar que la violencia, que favoreció y tuvo como objetivo el desgaste del sistema democrático y a la «revolución de los votos», no termina de desaparecer del horizonte político de Bolivia y es bien sencillo de prever que pronto habrá amargas noticias.
Argentina está gobernada por un presidente que debió coemznar su mandato dedicandose a construir el poder que sus advesarios le negaron en la contienda electoral y que hoy se ha convertido en una aplanadora «democrática» que avasalla todo lo que se le ponde delante. Armó una justicia a su medida, se atribuyó «superpoderes» que desvirtúan la esencia republicana y no deja de acentuar el autoritarismo, reflejo al que es tan afecto el peronismo. Dentro del país no puede controlar la inseguridad ciudadana (robos y secuestros a granel y a diario) y en las relaciones exteriores ha tenido conflitos con todos sus vecinos. (dejó sin gas a Chile, permitió el corte de libre tránsito hacia Uruguay, no cumplió con los compromisos asumidos en materia de bonos).
Venezuela y Uruguay, muy diferentes pero con algo en común: el descrédito absoluto entre la ciudadanía de sus respectivos países de sus partidos políticos tradicionales (Blanco y Colorado en Uruguay, AD y COPEI en Venezuela), cuyo fracaso (Ideológico, político y social) abrieron cauce a gobiernos de un nuevo signo.
En Uruguay su tradición democrática y la historia política de la izquierda que hoy gobierna, está promoviendo cambios esperables, pero que no ponen en cuestión el fondo del sistema. En Venezuela, el experimento de esta quinta república ha polarizado a la nación, ha provocado un increscendo de la violencia política y ha desvirtuado el sistema democrático de tal forma que el apelativo de «democracia autoritaria» no parece alcanzar.
El «mesianismo» del liderazgo venezolano y su desmedida ambición de poder, va a generar un problema grave en la región en el corto plazo (en los próximos 36 meses). El buen estratega que parece ser el presidente Chávez, no está apreciando con claridad las dimensiones de su «enemigo» y, lo que es peor, esta sobrevalorando sus propias capacidades.
Las democracias de la región no dieron respuestas a las necesidades de las mayorías.
La pobreza en todos, los países, es una afrenta que agobia la vida cotidiana de millones de ciudadanos desde hace décadas.
La realidad en la que los sumió la pobreza hace que las naciones descrean de la democracia. Si la democracia representa décadas de falta de trabajo, malos sistemas de salud, dificultad de acceso a la educación y en muchos casos cuando llegan a ella es de una calidad paupérrima y Estados incapaces de garantizar la seguridad ciudadana y evitar la corrupción, cualquier discurso de «cambio» levantado por el más histriónico de «mesías» puede llegar a ser apoyado, porque frente a esa realidad cotidiana no hay nada que perder.
La pobreza, los niveles indignos de vida de millones de personas en la región y el fracaso de los partidos que deberían haber fortalecido y garantizado los sistemas democráticos de la región son el nudo del problema.
Para millones de ciudadanos de la región la democracia debe rendir exámen. La democracia debe ser capaz no solo de asegurar los derechos políticos, las libertades o asegurar la supervivencia política de las minorías, sino que debe asegurar una vida digna -nada más que eso, digna- para quienes hoy no la tienen. Este debe ser el principal objetivo para fortalecer la democracia en la región.
En América Latina no habrá mejor institucionalidad sin una distribución de recursos que haga digna la vida de las mayorías.
Si la democracia no es capaz de asegurar vida digna para los ciudadanos, nunca habrá instituciones fuertes ni «demócratas» que la defiendan.
Leandro Schneider.
Montevideo