El autor analiza los desafíos que enfrenta Naciones Unidas ante la inaplazable reforma de su Consejo de Seguridad, propuesta en 2005 por Kofi Annan. El estancamiento del proceso se debe a que el Consejo de Seguridad es un órgano exclusivista y falto de representatividad que evidencia un flagrante desfase respecto de la realidad internacional, afirma. Conozca a continuación qué reformas deberían hacerse y cuáles no para avanzar en el camino de la democratización de Naciones Unidas de una vez por todas.


(Desde Buenos Aires) LOS PAÍSES QUE COMPONEN LA ORGANIZACIÓN de Naciones Unidas no pudieron acordar la reforma del organismo durante el año 2005.

Entre los principales tópicos comprendidos en el proyecto de transformación, la situación del Consejo de Seguridad ha venido ocupando un lugar prioritario. Sin embargo, pese a los repetidos intentos de alcanzar una votación, la existencia de coaliciones opuestas en el seno del organismo ha impedido llevar a buen puerto la tarea.

De este modo, la reforma del Consejo de Seguridad ha quedado atrapada en un atolladero y se mantendrá así por un tiempo. Un claro indicio de ello es la notoria ausencia del tema en el Programa del 61º período de sesiones ordinarias del organismo. No obstante, y más allá de su virtual desaparición del centro de la agenda, la reforma del máximo órgano de Naciones Unidas continúa siendo una cuestión de enorme relevancia.

UN GRUPO DE ALTO NIVEL

En marzo de 2005, el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, presentó un informe titulado En mayor libertad: desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos. Allí expuso un ambicioso plan de transformación para el organismo, retomando varias de las conclusiones a las que arribara en diciembre de 2004 el Grupo de Alto Nivel convocado por el mismo Secretario General.

Lo novedoso de estos documentos es que ofrecen una definición de seguridad que trasciende la clásica esfera de las disputas entre Estados.

De esta manera, las amenazas pueden cristalizarse indistintamente en los planos transnacional, interestatal e intraestatal.

LA TRABA PRINCIPAL

Nadie duda de la necesidad de adaptar el organismo internacional a los desafíos representados por las nuevas amenazas globales. Sin embargo, hay que decirlo, son conflictos interestatales clásicos –como la guerra de Irak en 2003 o la escalada del conflicto norteamericano-iraní por el programa nuclear de este último país– los que desnudan los argumentos geopolíticos que desde hace mucho tiempo paralizan la reforma de Naciones Unidas.

En este marco, si bien está claro que una amplia reforma administrativa de todos sus órganos –Asamblea General, Secretariado y Consejo de Seguridad– resulta vital, es la adaptación del último de ellos a la actual realidad internacional lo que ha representado hasta el momento la traba principal.

UN CÍRCULO MUY EXCLUSIVO

La estructura de Naciones Unidas se asienta sobre dos componentes: uno democrático, la Asamblea General, y otro de realpolitik, el Consejo de Seguridad.

El primero de ellos es el principal órgano deliberativo de la organización y allí están representados todos los Estados miembros, cada uno de los cuales cuenta con un voto. Así pues, se cumple en la Asamblea el principio de la igualdad soberana de todos los miembros.

El Consejo de Seguridad, por su parte, es un órgano exclusivista que guarda un status diferencial para las potencias que salieron fortalecidas del Acuerdo de Yalta de 1945: Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, la Federación Rusa (asiento antes ocupado por la Unión Soviética) y la República Popular de China (asiento antes ocupado por Taiwán).

¿DÓNDE ESTÁ LA REPRESENTATIVIDAD?

Esta pentarquía cuenta con lo que se conoce como regla de unanimidad de las grandes potencias o poder de veto, lo que significa que si uno de estos cinco países no está de acuerdo con una decisión del Consejo –recordemos que son 15 los miembros que lo componen–, puede emitir un voto negativo con efectos paralizadores de la acción.

En este contexto, la actual composición del Consejo de Seguridad evidencia un flagrante desfase respecto de la realidad internacional. Esta falta de representatividad es aludida por la mayor parte de los Estados miembros de Naciones Unidas, hecho que ha motivado intensas deliberaciones sobre los posibles modelos de reforma.

En esta dirección, la propuesta más difundida es la de ampliar el número de bancas. De este razonamiento se deriva un problema crucial: ¿Cuántos miembros se deberían sumar al Consejo y en qué calidad?

DOS PROPUESTAS

Frente a este interrogante han surgido diversas posturas. Una de ellas es la del Grupo de Alto Nivel convocado por el Secretario General que plantea la necesidad de incorporar nueve puestos más, distribuidos de acuerdo a dos modelos alternativos.

1) El primero de ellos, prevé seis nuevas bancas permanentes y tres no permanentes, todas ellas sin derecho a veto.
2) Este segundo modelo no incluiría nuevos puestos permanentes, pero se crearía una nueva banca no permanente, a la que se sumaría otra categoría: ocho asientos con un mandato renovable de cuatro años (las bancas no permanentes actuales tienen un mandato no renovable de dos años).

De las fórmulas sugeridas por el Grupo de Alto Nivel, es la segunda la que mejor se adapta al verdadero desafío que hoy enfrenta Naciones Unidas.

GARANTIZAR LA PAZ Y LA SEGURIDAD

Sabido es que el organismo tiene por misión garantizar la paz y la seguridad internacionales, para lo cual la expansión de la democracia se revela como un requisito indispensable.

La tendencia mundial, desde los procesos de descolonización en la Posguerra hasta nuestros días, nos muestra que la corriente histórica ha marchado en el sentido de la democratización. ¿Por qué entonces añadir más miembros permanentes al Consejo de Seguridad reforzando así el costado oligárquico de Naciones Unidas?

En virtud de lo anterior, la visión que aquí se postula es la de no sumar nuevos miembros permanentes al Consejo de Seguridad.

Asimismo, se entiende como inadecuado mantener –y más aún extender– los privilegios asociados al derecho de veto por considerarlo un componente profundamente antidemocrático del organismo.

Finalmente, sería conveniente evitar en el futuro que, como consecuencia de los reclamos que se han venido formulando por un sillón permanente, diversos países terminaran minando la estabilidad en sus respectivas regiones.

Así pues, la mejor solución frente a este dilema sería que quienes acudieran al Consejo, lo hicieran contando con el endoso de sus vecinos.

De este modo, se estarían limitando los criterios oligárquicos del Consejo de Seguridad y se estaría avanzando hacia la tan mentada democratización de Naciones Unidas.