Reflexiones en torno a las relaciones entre Estados Unidos e Israel

Por Carlos Escudé (para Safe Democracy)

Carlos Escudé dice que es improbable que la lealtad actual del electorado moderado en Estados Unidos siga vigente en forma incondicional hacia el Estado de Israel en un futuro. El pasado demuestra que los norteamericanos no son sus aliados incondicionales: lo son sólo si creen que les conviene serlo. Estados Unidos se retirará parcialmente del Golfo Pérsico justo cuando se agudiza la retórica anti-israelí de Irán, que viene condimentada con un proyecto nuclear. Escudé ve indicios de que en el Oriente Medio con preeminencia iraní, el íntimo vínculo entre Israel e Estados Unidos podría deteriorarse.


Carlos Escudé es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Yale y profesor de Relaciones Internacionales. Dirige el Centro de Estudios Internacionales y de Educación para la Globalización en la Universidad del CEMA (en Buenos Aires). Ha sido asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores de su país.

EN MARZO DE 2006 se publicó un trabajo de John Mearsheimer y Stephen Walt donde se afirma que tal como está planteada, la alianza entre Estados Unidos e Israel es contraria a los intereses norteamericanos.

Su mera aparición con la firma de dos de los principales gurúes académicos de la disciplina, sugiere que algunas cosas ya estaban cambiando en las percepciones norteamericanas acerca de este tema aún antes de la guerra entre Israel y el Hezbolá. El trabajo, que se publicó en el London Review of Books y se colgó en la página web de la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, suscitó una polémica agitadísima. Se acusó a los autores de nutrir el antisemitismo cuando no de ser ellos mismos judeófobos.

AYUDAS DE LOS AMIGOS
Según el escrito, la cuestión de fondo es muy difícil de discutir en Estados Unidos porque el público moderado está muy influenciado por la exitosa labor de un lobby difuso que no sólo incluye la institución formal que se encarga de los cabildeos israelíes, AIPAC, sino también a múltiples agrupaciones ciudadanas no necesariamente judías, que apuntalan la alianza. Aunque el argumento fue tildado de conspirativo, no es difícil de sustentar. Como señalara Mearsheimer en un debate posterior, en 1991 Alan Dershowitz se jactó de que su generación de judíos había llevado a cabo el cabildeo y recaudación de fondos más efectivos de toda la historia de la democracia.

El susodicho, otro profesor de Harvard, es uno de los abogados más prominentes de los Estados Unidos. La cita, extraída de su libro Chutzpah, no resulta exagerada si consideramos que con una economía del tamaño de la de España, Israel todavía recibe ayuda económica norteamericana para su desarrollo, aparte de unos 2.300 millones de dólares anuales en ayuda militar.

UN DEBATE QUE SE INTENSIFICA
Por cierto, desde la década de 1970, para la gran mayoría de los norteamericanos moderados no existe duda de que lo que es bueno para Israel lo es también para Estados Unidos. Es una cuestión de fe que no se somete a un verdadero escrutinio racional. Cuando la premisa se pone en duda, salta la acusación de antisemitismo. Por eso, la publicación del trabajo de Mearsheimer y Walt fue tan impactante como criticada.

No obstante, es inevitable que este debate se intensifique a partir del decepcionante desenlace de la guerra contra el Hezbolá. También pesará el de las recientes elecciones norteamericanas.

Los demócratas no son menos pro-israelíes que los republicanos, pero es opinión generalizada que ningún presidente cedió tanto a la agenda de la política exterior israelí como el actual. Bill Clinton, Jimmy Carter y su propio padre impusieron límites que el hijo de Bush no quiso o no supo establecer, y el movimiento pendular resultante puede ahora ejercer un efecto debilitante sobre la alianza.

Además, Estados Unidos se estará retirando parcialmente del Golfo Pérsico justo cuando se agudiza la retórica anti-israelí de Irán, que viene condimentada con un proyecto nuclear.

LIMITACIONES DE LA INCONDICIONALIDAD
Por todo ello, es improbable que la lealtad actual del electorado moderado siga vigente en forma incondicional. Por el contrario, una mirada a la historia de las relaciones entre los dos países nos ayuda a comprender que la alianza no existió desde siempre. Entre 1948 y 1967 no hubo alianza. Los norteamericanos reconocieron a Israel en 1948 pero la ayudaron poco y nada. Negaron armas tanto a los países árabes como al Estado judío. Israel compró armas soviéticas. Los Estados árabes radicalizados que creían poder destruir a Israel hicieron lo mismo, gravitando hacia la Unión Soviética. Hubo escasa intervención norteamericana excepto cuando se desencadenaba una guerra, en cuyo caso intentaban detenerla.

La percepción estadounidense de Israel empezó a cambiar recién con su rápido triunfo en la guerra de 1967, y se consolidó con la victoria de 1973, cuando logró revertir un ataque sorpresa de Egipto y Siria, aplastando a su enemigo. Sólo entonces Estados Unidos comenzó a vislumbrarla como aliada estratégica potencial para contener la penetración soviética en Oriente Medio, ya que era capaz de derrotar por cuenta propia a aliados de la Unión Soviética, desprestigiando a los soviéticos entre los propios árabes. En otras palabras, el apoyo norteamericano a Israel nació como consecuencia de su fuerza.

¿ABANDONO?
Pero los acontecimientos recientes ponen esa virtud en duda. Hay muestras reiteradas de que el Estado judío está perdiendo la mística que le inspirara en tiempos de su fundación. De profundizarse estas tendencias, puede ser abandonado por Estados Unidos. El pasado demuestra que los norteamericanos no son sus aliados incondicionales. Lo serán sólo mientras crean que les conviene serlo.

Quizás a eso se deba que el viceministro de Defensa israelí especuló (10 de noviembre) con que, en caso de agravarse el peligro iraní, la única salida posible para Tel Aviv podría ser un ataque preventivo.

Israel se está preparando para defenderse por cuenta propia, y bastante más allá de sus fronteras.

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