La resolución de la crisis de Líbano

Por Ricardo Angoso (para Safe Democracy)

Ricardo Angoso repasa la historia de Líbano desde su fundación hasta la actual crisis –con el asesinato del joven ministro Pierre Gemayel— y dice que lo que realmente late tras esta nueva espiral de violencia es la ausencia de una política coherente de las potencias occidentales con respecto a Oriente Medio. Angoso cree que Washington deberá hablar con todos los actores implicados, incluyendo a Siria, por mucho que le pese: la crisis de Líbano, como siempre, vuelve a pasar por Damasco.


Ricardo Angoso es periodista especializado en cuestiones internacionales y coordinador general de la ONG Diálogo Europeo, con sede en Madrid.

LA HISTORIA DE LÍBANO HA ESTADO, casi siempre, teñida de sangre desde su fundación, allá por el año 1941, y su posterior independencia, en 1946. Los sutiles equilibrios étnicos, religiosos y políticos, que se mantenían en pie sólo a merced de una suerte de pacto nacional firmado en 1943 –que repartía las instituciones y cargos entre las distintas confesiones y minorías–, estalló tras la llegada de miles de palestinos armados tras las fallidas guerras con Israel en 1956 y, sobre todo, en 1967.

Sin desearlo, aunque sobre este aspecto siempre habrá dudas, los países árabes que habían alentado la masiva migración de los palestinos de la entidad sionista que pretendían arrojar al mar sentaron las bases para la destrucción de Líbano. Poco a poco, los grupos extremistas palestinos fundaron otro Estado dentro del Estado libanés y minaron las instituciones libanesas. Los cristianos –que veían peligrar su influencia cada día que pasaba, también en crisis demográfica frente a los musulmanes– se enfrascaron en una guerra contra los palestinos y sus aliados musulmanes, que más tarde crearían Hezbolá. Luego, los musulmanes también se enfrascarían en su guerra propia contra Israel.

LA PRESENCIA SIRIA
La guerra, que duró entre 1975 y 1989, tan sólo terminó con la firma de los Acuerdos de Taif, firmados en Arabia Saudí en el último año de la guerra, y el despliegue de las tropas sirias en territorio libanés bajo mandato internacional con el fin de supervisar lo rubricado, que implicaba el regreso a los privilegios anteriores a la guerra de los cristianos. Sin embargo, las espadas seguían en alto y los musulmanes nunca olvidarían las alianzas tácitas entre los cristianos y las fuerzas israelíes que entraron en Líbano en 1982, cuando obligaron a la OLP a abandonar el territorio libanés (gran favor) y asesinaron a miles de palestinos (musulmanes) en Sabra y Chatila.

Luego llegó la paz, no la mejor, pero de todas maneras se puso en marcha la reconstrucción política, moral, económica y social de Líbano. La presencia siria sirvió para asentar la estabilidad, la seguridad y la cooperación entre las distintas confesiones del país. Además, se consiguió que en muy poco tiempo se restableciese el marco político anterior, llegase la ayuda internacional y el contexto regional, dentro de su siempre crónica inestabilidad, llegase a recomponerse.

RETIRADA PRECIPITADA, UN ERROR DE MANUAL
Este esquema, prendido con alfileres, saltó por los aires con el asesinato de Rafik Hariri, en el año 2005. Un extraño asesinato que desde luego no beneficiaba a nadie y que señalaba directamente a Damasco, aunque Siria siempre ha negado estar detrás del mismo.

Luego llegó la insistente presión de Estados Unidos y Francia para que los sirios abandonasen Líbano y lo dejasen a su libre albedrío. Y los sirios se fueron, precipitadamente, a la vista está. Fue un error de manual que trajo los resultados que hoy todos conocemos. No fue un error, fue un suicidio político para un país que todavía no tenía consolidado su proceso de paz y que aún no había cicatrizado las heridas de la guerra civil. De aquellos barros vienen los actuales lodos.

Luego llegaron más asesinatos, más sangre sobre las calles de Líbano, y el país parecía encaminarse por la misma pendiente que a comienzos de los años setenta.

Paradójicamente, la última intervención de Israel contra los terroristas –no tienen otro nombre– de Hezbolá provocó una cohesión hasta ahora desconocida en la sociedad libanesa y un sentimiento de unidad entre musulmanes y cristianos que casi nunca se había visto. Pero, nuevamente, las influencias externas –¿cui prodest este último asesinato?– vuelven a llevar la inestabilidad y el caos a las calles de Líbano.

WASHINGTON TENDRÁ QUE DIALOGAR
Pero que nadie se engañe: estamos mucho peor que hace dos años cuando estaban los sirios patrullando por el país de los cedros. Y, otro aspecto a reseñar, mientras que el Estado libanés no sea capaz de poner orden y desactivar a Hezbolá –otro Estado dentro del país–, no habrá paz en Líbano. No obstante, el proceso no será fácil, pues Irán y Siria no ocultan que están detrás de esta organización para atacar desde territorio libanés a Israel y sembrar la inestabilidad en la región; también para ejercer su influencia en Líbano.

Esta nueva crisis, tras el asesinato del joven ministro del clan Gemayel, vuelve a poner de actualidad lo que realmente late tras esta espiral de violencia: la ausencia de una política coherente de las potencias occidentales con respecto a Oriente Medio y el fracaso de la estrategia política norteamericana para la región.

Habría hecho falta, en estos seis años perdidos del segundo Bush, una conferencia regional que hubiera puesto fin a los diferentes contenciosos del área y superar, de una vez por todas, la tendencia a la inestabilidad de la zona.

Ya no se trata de la crisis israelí-palestina, sino de una serie de contenciosos que nos afectan a todos. Para afrontarlos habría hecho falta algo más que acciones militares.

Hablar de política y abrir un diálogo sin exclusiones con todos los actores implicados, lo cual no se ha hecho. La crisis de Líbano, como siempre, vuelve a pasar por Damasco. Por mucho que le pese a Washington, habrá que hablar con los sirios.

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