Cómo derrotar a la insurgencia talibán
Manuel R. Torres Soriano dice que Afganistán continúa siendo un Estado fallido, incapaz de garantizar el monopolio legítimo de la fuerza dentro de sus fronteras y que su futuro depende de la capacidad de garantizar el orden. Torres Soriano cree que la principal amenaza que se cierne sobre Afganistán son los restos del talibán y el terrorismo yihadista internacional: por tanto, es necesario redefinir e incrementar la presencia internacional para pasar de la limitación en el uso de la fuerza –y la mera autodefensa de los efectivos dedicados a la reconstrucción– para concentrarse en el combate planificado y coordinado contra la insurgencia.
Manuel R. Torres Soriano es experto en terrorismo internacional y profesor de Ciencia Política en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (España). Ha sido investigador del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada y Visiting Fellow de la Universidad de Stanford (California) y Johns Hopkins University en Washington D.C.
LA ÚLTIMA REUNIÓN DE ALTO NIVEL DE LA ALIANZA ATLÁNTICA (OTAN) celebrada en Riga (los últimos días de noviembre) ha supuesto una de las más claras constataciones del delicado momento que vive Afganistán.
Cinco años después de la intervención militar estadounidense, el futuro de este país asiático parece seguir siendo una incógnita, a pesar del patronazgo internacional y de la presencia de cerca de 30.000 tropas internacionales dedicadas a la reconstrucción y a la estabilización.
La invasión norteamericana a este país supuso una auténtica revolución en la doctrina militar. La utilización extensiva de una aplastante fuerza aérea, complementada por un reducido número de soldados de las fuerzas especiales y el apoyo de las milicias locales anti-talibán, demostró lo equivocado de algunos augurios que pronosticaban cómo la potencia estadounidense repetiría los pasos de la Unión Soviética y quedaría empantanada en un interminable y sangrienta guerra irregular.
TROPAS INSUFICIENTES
La rápida caída del despótico régimen fundamentalista fue un auténtico éxito desde el punto de vista de la estrategia militar, sin embargo, algunas de las supuestas lecciones que se extrajeron de esta intervención están dificultando el éxito en el día después. Gran parte de esta victoria fue atribuida a la utilización de un reducidísimo número de soldados, que lejos de tratar de controlar el territorio y quedar expuestos a los ataques hostiles, estarían dotados de una gran movilidad y se dedicarían por completo a perseguir y golpear al enemigo allí donde éste se encontrara. Este mismo concepto de una reducida presencia militar se extendió al tiempo de paz con un éxito muy distinto.
Afganistán continúa siendo un Estado fallido, incapaz de garantizar el orden y el monopolio legítimo de la fuerza dentro de sus fronteras, e imposibilitando de ese modo un desarrollo real y sostenible. La asistencia de las manifiestamente insuficientes tropas internacionales no ha permitido asentar las débiles estructuras de un Estado incapaz de extender su autoridad más allá de la capital del país.
EL ALCALDE DE KABUL
El presidente electo Hamid Karzai recibe el irónico apodo de el alcalde de Kabul como muestra de su limitada capacidad para gobernar el territorio. Gran parte de la ficticia calma en la que ha vivido el país durante esta media década, no se ha debido a la creación de unas minúsculas e ineficientes fuerzas de seguridad afganas, sino que ha sido posible gracias a la existencia de un pacto tácito con los señores de la guerra y los grandes narcotraficantes, los cuales han ofrecido paz y lealtad a cambio de que se respeten sus actividades dentro de sus respectivas zonas de influencia.
Los frutos de esta estrategia han sido varios y generalmente catastróficos. La producción y exportación de opiáceos ha alcanzado cifras sin parangón en la historia del país, el territorio se ha fragmentado de manera efectiva en pequeños reinos sometidos al arbitrio de las milicias locales, pero ante todo, la situación de seguridad se ha deteriorado año tras año. La población afgana ha contemplado cómo se evaporaba el que catalogaban como principal –y tal vez único– logro del régimen talibán: la seguridad pública. En este sentido, el Estado afgano difícilmente ha podido cultivar la lealtad de unos ciudadanos desengañados que buscan otras alternativas para garantizar la protección de sus vidas y de sus escasos bienes.
POTENCIACIÓN DE LOS TALIBÁN
Sin embargo, la principal amenaza que se cierne sobre el futuro de Afganistán se halla en la nueva ofensiva encabezada por los numerosos restos del talibán y el terrorismo yihadista internacional. En los últimos tiempos, se ha podido constatar el incremento de los ataques armados contra los representantes y funcionarios gubernamentales, la población leal al nuevo régimen y las tropas internacionales.
Existen visiones contrapuestas acerca de las razones de este deterioro de la seguridad. Según algunos analistas, ésta sería la respuesta a los intentos de la OTAN de ejercer el control efectivo sobre todo el territorio. No estaríamos, pues, ante una nueva ofensiva, sino que nos hallaríamos ante la reacción defensiva de unos sectores hostiles que con anterioridad no habían sido excesivamente molestados.
Otras visiones, enfatizan que el incremento de los atentados es fruto de la reorganización y potenciación de los talibán y Al-Qaeda tras varios años en huída. Según esto, la insurgencia estaría reforzada y dinamizada por componentes del terrorismo internacional que habrían exportado algunos modelos exitosos de enfrentamiento como los que tienen lugar, por ejemplo, en Irak.
REDEFINIENDO LA MISIÓN INTERNACIONAL
De ese modo, hemos podido asistir en los últimos meses a la aparición, por primera vez, de atentados suicidas y de la explotación propagandística de esta nueva yihad afgana. Los talibán –antiguos iconoclastas– se han modernizado y no han dudado en poner en marcha sus propias páginas web donde es posible encontrar los videos de su guerra contra la ocupación occidental.
Posiblemente, la situación actual sea la combinación de ambas hipótesis. El hecho es que el futuro de Afganistán está ligado a su capacidad de garantizar el orden. Pero sin embargo, las tropas alidadas deben enfrentarse ahora a un entorno mucho más hostil que el que encontraron al inicio de su misión.
La cumbre de Riga ha escenificado la necesidad de redefinir la misión internacional y hacer frente de manera decidida a las graves amenazas que se ciernen sobre el país. En ese sentido, el gobierno estadounidense ha hecho un llamamiento para que los distintos países incluyan entre las misiones de sus tropas el combate planificado y coordinado contra la insurgencia talibán y no limiten el uso de la fuerza a la mera autodefensa de los efectivos dedicados a la reconstrucción.
LA INCÓMODA ALTERNATIVA
La decisión del gobierno español de no atender esta llamada, supone no solamente un flaco favor al pueblo afgano, sino también, una peligrosa obstinación al ignorar el nuevo escenario al que deben hacer frente sus soldados. Sus tropas han experimentado en sus propias carnes los zarpazos de esta nueva ofensiva que amenaza con hacer fracasar la misión internacional y con la instauración de un nuevo despotismo en el corazón de uno de los países mas misérrimos de la tierra.
Plantear, en este momento, el incremento de la presencia internacional en este país puede resultar, tal vez, incómodo. Sin embargo, el costo de no hacerlo será el derroche –durante más de cinco años– de dinero, tiempo y vidas humanas, que habrán sido inútilmente malgastadas para volver a arrojar al país a la indigencia y la opresión en la que ha vivido sumido a lo largo de su historia.
¿Qué opina usted de este análisis? Le invitamos a publicar su comentario