Japón y China se encuentran ahora con un gran motivo de unión: formular una política unificada hacia Pyongyang. Así como Washington desconfía de la posibilidad de una solución diplomática, pero carece de opciones militares viables, podría activarse una dinámica diplomática regional: dar paso a la formación de un sistema de seguridad propio.

EL 9 DE OCTUBRE de 2006, tal como había anunciado una semana atrás, Corea del Norte hizo explotar su primera bomba nuclear. Aumenta así el número de miembros del club de potencias nucleares, al tiempo que recibe un nuevo golpe el régimen de no proliferación. Por si la agenda de seguridad global no estuviera suficientemente completa –Afganistán, Irak, las propias ambiciones nucleares de Irán, o la inestabilidad de Oriente Próximo– ahora hay que añadir un nuevo desafío en Asia.

WASHINGTON TIENE LA PALABRA
Como en los demás problemas mencionados, corresponde a Estados Unidos la última palabra. Como única superpotencia, debería ser Washington el líder de un sistema multilateral que evite una mayor proliferación de armamento de destrucción masiva, pero la actual administración desconfía de tales esquemas. Su reciente acuerdo en materia nuclear con la India, sujeto aún a la ratificación del Congreso, esconde además una hipocresía que no escapa a los ojos externos.

Estados Unidos tendrá que preguntarse si su declarada hostilidad hacia Corea del Norte ha sido lo más acertado. Después de cuatro años perdidos, la administración de George W. Bush adoptó en 2005 una política similar a la de Clinton, que tanto había criticado con anterioridad, pero ya era demasiado tarde.

JAPÓN, COREA DEL SUR Y TAIWÁN, ¿TAMBIÉN?
No será fácil salir del dilema: Washington desconfía –quizá con razón– de la posibilidad de una solución diplomática, pero al mismo tiempo carece de opciones militares viables.

Mientras Estados Unidos reconsidera su estrategia, son los países vecinos los que tienen que formular una respuesta con urgencia. Con su prueba nuclear el régimen de Kim Jong-il ha alterado el equilibrio del continente y creado un grave riesgo de contagio. ¿Querrían también Japón, Corea del Sur o Taiwan dotarse de la bomba? Lo único cierto por el momento es que Pyongyang ha activado una dinámica diplomática que podría, más bien, ofrecer la oportunidad que la región necesitaba para dar paso a la formación de un sistema de seguridad propio.

A PEKÍN SE LE ACABA LA PACIENCIA
Pyongyang ha puesto en evidencia la política de acercamiento (sunshine policy) de Seúl, obligando a éste a un cambio de actitud hacia el Norte. Al mismo tiempo, China se ha visto traicionada por su antiguo compañero de viaje.

El ensayo nuclear indica los límites de la influencia china sobre Kim, pero ha acabado con la paciencia de Pekín: después de haberse jugado su prestigio diplomático como anfitrión de las conversaciones a seis bandas desde 2003, será ahora el primero en proponer la adopción de sanciones.

CHINA Y JAPÓN MIRAN HACIA EL FUTURO
El endurecimiento de las posiciones de Corea del Sur y de China favorecen un consenso con el país que más amenazado se siente por Pyongyang: Japón. Parece por ello cosa del destino que el nuevo primer ministro Shinzo Abe se encontrara en Seúl al anunciarse la detonación, sólo un día después de ir a Pekín.

Las visitas de su antecesor Junichiro Koizumi al templo de Yasukuni, donde se rinde homenaje a las víctimas japonesas de conflictos bélicos, incluyendo 14 criminales de guerra, impidió que durante cinco años Pekín y Tokio pudieran reunirse al más alto nivel. Apenas una semana después de su nombramiento, Abe se encontraba en Pekín, donde ambos gobiernos celebraron la reunión como un hito y se comprometieron a mirar hacia el futuro.

UNIDOS TRIUNFAREMOS
La normalización de las relaciones chino-japonesas no significa el fin de los problemas: la creciente interdependencia económica entre ambos y su rivalidad por el liderazgo de Asia crean un contexto complejo que exige un nuevo equilibrio. Pero Pekín sabe bien que, sin Japón, no podrá construir el orden asiático al que aspira en el siglo XXI. Tokio es consciente por su parte de que no puede permitirse su aislamiento diplomático en la región. Con la retirada de Koizumi, también será más fácil que Corea del Sur y Japón recuperen las relaciones que corresponden a dos democracias vecinas.

Los tres países del noreste asiático se encuentran ahora con un gran motivo de unión: formular una política concertada con respecto a Pyongyang. Kim Jong-il mide bien el tiempo de sus gestos, pero no sus consecuencias. Asia no está dispuesta a seguir tolerando sus chantajes.