Cuando la retirada militar sólo puede agravar el desastre

Por Manuel R. Torres Soriano (para Safe Democracy)

Manuel R. Torres Soriano explica por qué la retirada militar –completa e inmediata– de Irak puede agravar aún más el error de una intervención innecesaria, y podría hundir al país en el caos y la anarquía total. Torres Soriano cree que la falta de visión a largo plazo y los planteamientos demagógicos de determinados políticos y medios de comunicación podrían tener repercusiones inimaginables: enfrentamientos étnico-religiosos, desintegración territorial, genocidio, movimientos masivos de población, escasez de petróleo y expansión del terrorismo yihadista entre otras graves consecuencias.


Manuel R. Torres Soriano es experto en terrorismo internacional y profesor de Ciencia Política en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (España). Ha sido investigador del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada y Visiting Fellow de la Universidad de Stanford (California) y Johns Hopkins University en Washington D.C.

CASI CUATRO AÑOS DESPUÉS DE LA INTERVENCIÓN MILITAR en Irak todos los objetivos que la administración estadounidense poseía parecen diluirse en la nada. Incluso los más entusiastas defensores del derrocamiento de Sadam Hussein y de sus efectos beneficiosos para la seguridad y la libertad en la zona, empiezan a asumir como irrealizables determinados planteamientos iniciales. El deseo de instaurar la primera democracia real en el corazón del mundo árabe ha sido progresivamente desplazado por la esperanza de que algún día pueda existir un Estado benévolo con los derechos de sus ciudadanos y capaz de instaurar el orden en su territorio.

A diferencia de lo que proclamaban los neoconservadores norteamericanos, el derrocamiento del tirano lejos de suponer un revulsivo para el terrorismo internacional, ha creado el entorno idílico para que se movilicen y formen las futuras generaciones del terrorismo yihadista. En cuanto al supuesto mensaje disuasorio que se pretendía lanzar a los regímenes gamberros de la escena internacional, la parálisis militar estadounidense sólo ha avivado la actitud desafiante de países como Irán, Siria, Corea del Norte y Cuba.

ES PEOR EL REMEDIO QUE LA ENFERMEDAD
Si bien el desastroso balance en términos de vidas humanas, coste económico e inseguridad arroja pocas dudas sobre lo erróneo de la decisión de invadir Irak, las soluciones que se proponen para salir de este atolladero pueden agravar aún más este error.

Por primera vez empieza a cobrar fuerza dentro de la opinión pública estadounidense –la única realmente importante para el desarrollo de este conflicto– la hipótesis de una retirada militar completa e inmediata. El continuo goteo de vidas de soldados norteamericanos y la falta de una progresión palpable en los objetivos de la ocupación han erosionado irremediablemente el tradicional apoyo que los estadounidenses han prestado siempre a sus gobiernos en tiempo de guerra.

Algunos analistas han empezado a esgrimir un supuesto paralelismo con la intervención en Vietnam para resucitar viejos fantasmas y proponer la retirada ante la inminencia del abismo. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en el país asiático, el repliegue occidental puede agravar esta situación hasta extremos inimaginables.

DESINTEGRACIÓN TERRITORIAL
Irak ha vivido los últimos años en una situación de guerra civil latente. El concienzudo y brutal esfuerzo de los grupos yihadistas por desencadenar el enfrentamiento étnico y religioso, junto con el recelo de la minoría suní hacía un sistema político que le aparta del poder por meras razones de peso demográfico, ha sentado las bases para que el caos se adueñe del país desde el mismo momento en que el último soldado estadounidense cruce la frontera.

Una vez que haya desaparecido el elemento disuasorio y ante la impotencia de un Estado débil e incapaz de imponer su autoridad en todo el territorio, resulta inevitable que los diferentes grupos étnicos y políticos decidan recurrir a las numerosísimas armas disponibles en el país para dirimir el futuro reparto de poder.

Debido a la inexistencia de algún grupo armado, milicia, o ente –incluyendo al propio gobierno iraquí– capaz de imponerse militarmente al resto, el conflicto degenerará en una sangrienta y prolongada desintegración territorial donde cada señor de la guerra tratará de asegurar sus pequeños dominios exterminando cualquier tipo de oposición.

REPERCUSIONES MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS
La opinión pública internacional asistirá no sólo al inicio de un verdadero genocidio sino que tendrá que digerir las imágenes de movimientos masivos de población huyendo de los horrores de este enfrentamiento sin limitaciones.

Se calcula que, en un entorno mucho más seguro que el que previsiblemente generará la huida occidental de Irak, 1,2 millones de iraquíes han abandonado su país en busca de refugio en los últimos años. Los previsibles movimientos de población pueden convertir a los iraquíes en el nuevo pueblo emblemático de la diáspora, muy por encima numéricamente de lo propios palestinos.

A la tragedia humanitaria se sumará el riesgo de desestabilización para los países receptores de estos flujos de personas. La viabilidad de regímenes como el de Arabia Saudí, Siria, Jordania o Kuwait podría quedar comprometida ante los cambios que pueda aportar el ingreso de cientos de miles de chiíes, suníes y kurdos en la composición étnica de sus poblaciones.

Muchos de estos desplazados tratarán inevitablemente de usar sus nuevos refugios territoriales para incidir en el desarrollo del conflicto en Irak, participando en el envío de armas, dinero, formación de combatientes o presionando a sus países de acogida para que intervengan en el conflicto beneficiando a algunos de los contendientes.

LA REGIONALIZACIÓN DEL CONFLICTO
Los países vecinos pueden verse involucrados en el conflicto no solamente por la presión doméstica; la tentación de intervenir para extender su influencia es demasiado poderosa, ya que la guerra civil iraquí puede ser el escenario elegido por los aspirantes a potencia regional para consolidar su hegemonía.

Es lógico pensar que Irán utilice la mayor potencia militar de la región –incluyendo las milicias y grupos armados a los que hasta el momento ha prestado apoyo– para crear un régimen afecto a sus aspiraciones y eliminar la posibilidad de un nuevo control suní sobre su patio trasero. Ese escenario es impensable para las pretensiones y la supervivencia de la dinastía reinante en Arabia Saudí, que no permanecerá impasible ante el avance del régimen de los ayatolás.

La intervención de los países vecinos, lejos de ser contemplada unánimemente por la comunidad internacional como una injerencia intolerable por parte de un tercer país, será recibida como una posible vía de solución a la sangría iraquí. Sin embargo, la percepción sobre qué Estado debe imponer el orden en esta convulsa nación variará completamente en función de los intereses y premisas ideológicas del gobierno que debe respaldar esa intervención.

Lejos de pensar que China, la Liga de Estados Árabes, Rusia, Estados Unidos o Francia compartan un mismo candidato, cada uno de los actores relevantes de la escena internacional tratará de beneficiar sus intereses y alianzas particulares apoyando a uno u otro contendiente.

LA ESCASEZ DE PETRÓLEO
Por breve que pueda resultar la guerra abierta en Irak, ésta implicará un corte inaceptable en el suministro mundial de petróleo. La desaparición de la autoridad hará inviable la comercialización de crudo de uno de los principales productores mundiales. Al mismo tiempo, se pondrán en riesgo las instalaciones de extracción, que pueden ser contempladas por algunos de los contendientes como objetivos a batir, con lo cual la sequía petrolera puede extenderse incluso una vez finalizado el conflicto. La interrupción generará un drástico aumento en el precio del petróleo en los mercados internacionales, aumentos generalizados de los precios, recensión económica, paro y presión de las diferentes poblaciones domésticas para que sus gobiernos tomen cartas en el asunto.

La supervivencia económica puede arrastrar a muchos países –no sólo Estados Unidos– a volver a plantear una nueva intervención militar. Debido a la gravedad del asunto, dicha acción puede limitarse a asegurar las instalaciones de extracción y las vías de distribución, desinhibiéndose del desarrollo del conflicto. Independientemente del problema moral de esta intervención militar limitada a proteger objetivos económicos, se puede dar la paradoja de que los países que abandonaron Irak deban volver en unas condiciones aún más difíciles y costosas para la vida de sus propios soldados.

ONDA EXPANSIVA
La generalización del caos no sólo potenciará la capacidad de los grupos terroristas que operan en Irak para seguir utilizando este territorio como campo de entrenamiento y base de operaciones. El impacto simbólico y los efectos de la retirada estadounidense son inimaginables.

El universo ideológico del terrorismo yihadista actual está fuertemente condicionado por la interpretación que los islamistas realizaron de la retirada soviética de Afganistán en la década de los ochenta. Según ellos, este episodio demostró cómo los combatientes islámicos podían derrotar a una de las principales potencias militares del mundo, valiéndose únicamente de fe y determinación.

La retirada estadounidense será interpretada como una nueva confirmación de la invencibilidad de los muyahidín. El repliegue norteamericano será interpretado como una victoria de dimensiones cósmicas. Este esquema de pensamiento de los yihadistas se verá nuevamente reforzado y hará más factibles y realistas otra serie de objetivos intermedios en su búsqueda del califato universal. La onda expansiva en forma de nuevas ofensivas terroristas en occidente y el mundo musulmán será inevitable.

En definitiva, la falta de visión a largo plazo y los planteamientos demagógicos de determinados políticos y medios de comunicación no deberían arrastrar a Estados Unidos a incrementar el error de una intervención innecesaria y mal planteada, con el error aún mayor de una retirada inmediata que hunda el país en el caos y la anarquía.

Será necesario plantear nuevas propuestas que impriman un cambio de rumbo al modo en que se está desarrollando la ocupación aliada en Irak y lograr que este país se convierta en un Estado viable y pacífico.

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