Frente a la derrota segura, una escalada

Por Carlos Escudé (para Safe Democracy)

Carlos Escudé analiza el complejo escenario de Irak y explica por qué la nueva política de la Casa Blanca sólo podrá destruir a las milicias radicales chiíes si el gobierno iraquí percibe que el gobierno de George W. Bush es sólido. Escudé cree que la posición estadounidense –de fundar una república multiétnica– es imposible a largo plazo, ya que su éxito depende de la improbable cooperación política entre tres grupos étnicos que se odian entre sí: chiíes, suníes y kurdos. Frente a la perspectiva de una derrota segura, la superpotencia bien podría optar por una escalada.


Carlos Escudé es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Yale y profesor de Relaciones Internacionales. Dirige el Centro de Estudios Internacionales y de Educación para la Globalización en la Universidad del CEMA (en Buenos Aires). Ha sido asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores de su país.

EL DISCURSO DEL ESTADO DE LA UNIÓN, un rito norteamericano de todos los eneros, no deparó sorpresas en el plano de la política hacia Irak. Fue pronunciado en momentos críticos para George W. Bush, cuando una encuesta de CBS le adjudica un 28 por ciento de aprobación y otra de ABC un 33 por ciento. El presidente ha perdido una parte importante de la base electoral de su propio partido. Si pierde el apoyo de un número proporcional de legisladores republicanos, no podrá gobernar.

Eso aún no ha sucedido. Por eso puede tomar iniciativas con recursos que ya están adjudicados. Es verdad que el Congreso podría cortarle esos fondos. Pero la mayoría demócrata no alcanza para eso, porque cualquier ley de ese tipo sería vetada por el Ejecutivo, en cuyo caso se requerirían dos tercios de los votos para sancionarla. Para llegar a eso, unos cuantos legisladores republicanos deberían plegarse a la oposición.

¿Qué probabilidades hay de que eso ocurra? Es lo que se preguntan iraníes e iraquíes. La nueva política de la Casa Blanca sólo puede conseguir su objetivo de destruir las milicias chiíes si el gobierno iraquí percibe que el de Bush es sólido y puede cumplir con promesas y amenazas.

UN TABLERO MUY COMPLICADO
Por cierto, si los norteamericanos estuvieran dispuestos a usar todo el poder necesario para pacificar a Bagdad, no cooperar con ellos sería suicida para el gobierno de Nouri al-Maliki. Pero si no están dispuestos a exponer sus tropas a altos números de bajas, no vencerán a las milicias, y el alto costo para Maliki provendrá de la cooperación con Estados Unidos. Su gobierno sería desbancado por chiíes radicalizados que hoy son sus aliados.

El tablero de Irak es muy complicado. Hay tres grupos étnicos importantes: chiíes, suníes y kurdos. El parlamento unicameral tiene 275 escaños. Los chiíes son la minoría dominante, con 128 legisladores. Suyo es el gobierno. Pero de estos tres grupos, son los más divididos. Hay chiíes moderados y radicalizados. El subgrupo más importante es el del extremista Múqtada al Sáder, con 32 escaños. Detrás suyo están el Ejército Mehdi y Ciudad Sadr, un inexpugnable barrio de Bagdad. Sus intereses y los del régimen iraní son casi idénticos.

La situación del gobierno iraquí no es fácil. Hasta ahora había incurrido en connivencia con al Sáder. Por ejemplo, hace poco ordenó levantar las barricadas que las fuerzas estadounidenses habían puesto en torno de su sector de Bagdad. También les obligó a liberar supuestos agentes iraníes que habían capturado.

Pero frente a la táctica norteamericana de aumentar su presencia militar en la capital, tanto el gobierno como los chiíes radicalizados han cambiado de actitud. El gobierno teme terminar del lado perdidoso. Los milicianos temen que el ingreso de unos 31.500 soldados adicionales en Bagdad (21.500 nuevos y otros 10.000 trasladados desde otros emplazamientos) pueda ocasionarles daños severos.

FIN AL BOICOT PARLAMENTARIO
Por eso, Múqtada al Sáder anunció que su boicot del parlamento ha terminado y que regresa a la brega política. Simultáneamente, el Ejército Mehdi guardó sus armas y uniformes. El dirigente también ordenó una razzia de elementos rebeldes de sus propias huestes. Así, si a Estados Unidos le va bien, podrá alegar un comportamiento encuadrado en la ley, y si le va a mal podrá convertirse en el principal referente de la política iraquí.

En el largo plazo, la posición norteamericana parece imposible. Su éxito depende de la improbable cooperación política entre tres grupos étnicos que se odian entre sí. Sin eso no se puede fundar la república multiétnica que Estados Unidos ha querido establecer.

Además, está el factor iraní. Irak ha sido un enemigo histórico de Irán, al punto de que éste apoyó la invasión norteamericana de 2003. El objetivo de Teherán era entonces la destrucción de Irak. Con esa meta alcanzada, ahora su interés de mínima es evitar una unión iraquí bajo égida norteamericana. Para eso cuenta con los chiíes iraquíes radicalizados. Sin embargo, desde la astucia que árabes y persas comparten, este es el momento de bajar el perfil para darle a Estados Unidos la oportunidad de equivocarse.

¿DERROTA SEGURA?
Mientras tanto, desde Washington los análisis huelen a desconcierto. Charles Krauthammer, influyente columnista conservador del The Washington Post, propone que su país se retire de Bagdad, reteniendo el aeropuerto. Así caería el gobierno, que según dice no merece ayuda.

Simultáneamente, el ultra-conservador Patrick Buchanan interpreta que Bush tiene un as bajo la manga y que su próximo paso será bombardear a Irán. Basa su profecía en un discurso del 10 de enero en que el Presidente acusó a Teherán de brindar ayuda a las milicias iraquíes, advirtiendo que había trasladado a la zona un nuevo portaviones con su grupo de batalla, misiles Patriot incluidos.

Frente a la perspectiva de una derrota segura, la superpotencia bien puede optar por una escalada. Esa movida podría cambiar todos los términos de la ecuación, tanto en el Golfo Pérsico como en Estados Unidos.

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