Luciano Anzelini cree que el presidente argentino Néstor Kirchner, está lejos de tener una política de confrontación con Estados Unidos. A diferencia de lo que ocurrió en la década de 1990 –dominada por la lógica del alineamiento irrestricto–, lo que explica las actuales coincidencias de Buenos Aires con Washington no es una insustancial política de seducción, sino la existencia de una estrategia pragmática combinada de gestos reactivos en el marco de intereses comunes, que se explican a continuación.


ENTRE LAS TAREAS MÁS COMPLEJAS a la hora de analizar la política exterior de América Latina se cuenta, sin dudas, la de catalogar la estrategia internacional del presidente argentino Néstor Kirchner.

Mucho se ha dicho recientemente acerca de la existencia de diferentes corrientes políticas en la región. Por ejemplo, hay quienes suponen la existencia de tres líneas bien definidas, en función del tipo de vínculo que los países han enhebrado en su relación con Washington. Así pues, estaríamos en presencia de una izquierda moderada o socialdemócrata, encarnada por figuras como Michelle Bachelet, Lula da Silva y Tabaré Vázquez; una centroderecha, con Rafael Calderón, Álvaro Uribe y, posiblemente Alan García; y una izquierda populista representada por líderes como Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa.

UN PRESIDENTE DIFÍCIL DE CLASIFICAR
En este contexto, ¿en qué grupo debería incluirse al primer mandatario argentino Néstor Kirchner? La respuesta es: en ninguno de ellos. Está claro que Kirchner no tiene por objetivo hacer de Argentina una confusa democracia participativa de corte bolivariano, al mismo tiempo que resulta evidente que ideológicamente se halla a la izquierda del grupo que lideran Uribe y Calderón. Sin embargo, tampoco resulta apropiado equipararlo con Bachelet, Lula o Tabaré. Éstos últimos han hecho de las cuidadas formas diplomáticas un estilo gestión que contrasta fuertemente con el desapego hacia ellas que demostró el presidente argentino en sus cuatro años de gobierno. Y no es éste un dato menor, pues en política exterior las formas afectan la sustancia de las decisiones.

Prestigiosos analistas se han encontrado con enormes dificultades en su búsqueda por comprender la orientación de la política exterior argentina. El simple ejercicio de revisar las columnas dominicales de uno de los periodistas más destacados de la Argentina, Joaquín Morales Solá, nos da cuenta de una política exterior plagada de oscilaciones. Así pues, el domingo hace pocos meses (11 de febrero) este columnista escribía: Kirchner ya no es el mismo con Washington. La nota hacía referencia a una sustancial mejora en el vínculo con Estados Unidos, a partir de la visita realizada a Buenos Aires por parte de varios funcionarios de eleva-do rango dentro del Departamento de Estado.

OSCILACIONES QUE DAN BENEFICIOS
Sin embargo, un mes más tarde (el domingo 11 de marzo), el mismo periodista afirmaba: Kirchner, más cerca de Chávez que del mundo. En este caso, el columnista principal del diario La Nación se refería a la controvertida decisión del mandatario argentino de colaborar en el armado de un mitin en la Ciudad de Buenos Aires que tuvo a Hugo Chávez como figura estelar. La retórica antiimperialista del líder bolivariano se hacía oír en un céntrico estadio de la capital argentina, en el mismo momento en que el presidente George W. Bush aterrizaba en el vecino país del Uruguay, que, como es sabido, mantiene con Argentina una tensa relación diplomática a causa del diferendo popularmente conocido como la crisis de las papeleras.

¿Constituye un error de apreciación del periodista la dispar evaluación que, en dos notas con sólo 30 días de diferencia, realizó de la política exterior de Néstor Kirchner? La respuesta es la misma que frente a la pregunta que nos formuláramos más arriba respecto de las corrientes políticas latinoamericanas: nuevamente no. No se trata de una incoherencia en el análisis por parte de Morales Solá. Por el contrario, y aquí radica el punto que se quiere destacar, la política exterior de la actual administración ha estado dominada por las oscilaciones que son producto de una singular combinación de pragmatismo y gestos reactivos. Mientras el primero se orienta hacia la consecución del interés nacional, los segundos responden más bien a necesidades coyunturales de política doméstica.

LA RELACIÓN DE COOPERACIÓN CON WASHINGTON
En su primer discurso como presidente afirmaba Kirchner: No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye, en verdad, un ejercicio de hipocresía y cinismo. Frente a esta afirmación, y sin poner en tela de juicio las convicciones que orientan al primer mandatario argentino –las que son evidentes, por ejemplo, en su política de derechos humanos–, resulta claro que la crítica al pragmatismo no se condice con la realidad de los hechos. Un buen ejemplo de ello está dado por el vínculo que Kirchner ha construido con Estados Unidos. En este sentido, a contramano de lo que sugieren muchas de las diatribas que desde la tribuna el presidente argentino ha conferido al norteamericano George W. Bush –por ejemplo en la cumbre de las Americas de Mar del Plata en 2005–, la relación bilateral ha estado dominada por el pragmatismo.

Kirchner está lejos de tener una política de confrontación con Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en la década de 1990 –cuando la política exterior argentina estuvo dominada por la lógica del alineamiento irrestricto–, lo que explica las actuales coincidencias con Washington no es una insustancial política de seducción, sino la existencia de una gran cantidad de intereses comunes entre ambos países. No son casuales, entonces, las buenas calificaciones que el Departamento de Estado ha dispensado a Buenos Aires en sus informes anuales.

Entre otras cosas, Washington ve con buenos ojos la cooperación argentina en materia de lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y la proliferación nuclear. Por citar tan sólo algunos ejemplos, durante 2005 el país ratificó el Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo y firmó la Convención para la Represión de los Actos de Terrorismo Nuclear. Asimismo, la administración Kirchner ha mostrado una firme decisión de resolver la causa del atentado contra la (sede de la comunidad judía) AMIA. En línea con este último caso, las buenas relaciones que la administración Kirchner ha mantenido con la comunidad judía nacional y con la de países por los que Washington manifiesta especial pre-ocupación –el caso emblemático es el de Venezuela, donde la comunidad judía es un referente de la oposición al chavismo– también representan un ejemplo de la coincidencia de intereses entre Washington y Buenos Aires. Finalmente, la alta política en materia de derechos humanos también ha sido resaltada por el gobierno estadounidense, lo mismo que la cooperación argentina en un caso tan sensible para los intereses hemisféricos de Washington como es la reconstrucción de Haití.

GESTOS REACTIVOS DESDE LA TRIBUNA
Pese a que Kirchner no tiene una política confrontativa con Washington, en la hora actual pegarle a Bush desde la tribuna es un ejercicio sumamente redituable en materia de política doméstica. Un presidente desdibujado y en retirada como el estadounidense, con el fiasco de Irak sobre sus espaldas, es un buen target para un líder como Kirchner, permanentemente pendiente del humor de una opinión pública dominada por un claro antinorteamericanismo.

Así pues, mientras desde el atril se critica el lenguaje de la guerra contra el terrorismo y el despliegue de tropas en los lugares más recónditos del planeta, en los hechos no ocurre lo mismo con las políticas de seguridad estipuladas por Washington hacia la región, especialmente aquellas atinentes a un mayor control de la Triple Frontera, la ejecución del Plan Colombia y el despliegue de tropas en Haití.

En breve, no se trata ni más ni menos que de una estrategia que le ha dado buenos resultados al presidente argentino: la de criticar en público de modo ampuloso y acordar en privado. O lo que es lo mismo: una política exterior de gestos reactivos, pero al mismo tiempo de un profundo pragmatismo.