Mario Toer repasa los actos de violencia callejera que se cometen en gran parte de Latinoamérica, y razona por qué tales altercados son consecuencia de anteriores políticas opresivas con los sectores marginales de la sociedad.


EL PROCESO DE CAMBIOS que se viene produciendo en América Latina, la región con mayores desigualdades del planeta, está mostrando también aspectos con un perfil siniestro que pueden ampliarse de no obtener éxitos suficientes en lapsos más perentorios de los que sería deseable.

Me refiero, por un lado, a las formas organizadas fuera de la ley que se producen en los márgenes, que expresan variantes volcadas a la delincuencia y al tráfico de drogas y que suelen encontrar complicidades extendidas en los lugares donde se asientan.

MÉXICO Y BRASIL
En el último tiempo en distintas ciudades de México y en las dos mayores ciudades del Brasil, comandos con ese perfil han hecho ostentación de violencia que se ha cobrado un número notable de vidas y han mostrado los límites de las autoridades para avanzar sobre sus bases de sustentación.

También en Centroamérica, las denominadas maras, se han extendido entre jóvenes que carecen de perspectivas y que manifiestan un insistente rechazo a la participación en los escenarios donde se debate desde la política la situación en que se encuentran sus países.

En otros países, como Chile y Argentina, estas formas organizativas articuladas por la delincuencia no han alcanzado el mismo desarrollo. Quizá se deba a los procesos políticos del pasado que permitieron una amplia incorporación a la escena política de los sectores más postergados de la sociedad. Pero esto no quiere decir que las posibilidades de que en sus barriadas más empobrecidas no se estén desplegando variantes que tienen puntos en común con las que ya han alcanzado una importante presencia en otros países.

INSEGURIDAD, POLÍTICA Y DESCONTENTO
En todo caso, en distintas proporciones y con distintas modalidades, el tema de la inseguridad se ha convertido en un reclamo extendido en la escena política, muchas veces agitado por los sectores más conservadores, que así intentan captar el temor de los sectores medios de la sociedad.

Esto ocurre a pesar de los avances reales que ha hecho el gobierno argentino para desarticular el grueso de las bandas que se dedicaban a los secuestros y también a las diferencias que en este sentido siguen existiendo entre los países del extremo sur del continente en cuanto a un índice delictivo menor que el que se registra más al norte de la región.

Pero estas diferencias no significan que el descontento y la crispación no estén también presentes, aunque con otras formas de expresión.

LA CRISPACIÓN, EN LA CALLE
Hace pocas semanas, el día en que se recuerda a algunos militantes asesinados por la dictadura en Chile dio lugar a violentas expresiones de protesta en barrios necesitados que fueron reprimidos en igual forma por los carabineros.

En Argentina, la muerte de un maestro en la represión que se produjo durante el corte de una ruta en la provincia de Neuquén (al sur), volvió a mostrar un rostro que se quería dejar atrás. El mayor cuidado que las autoridades de la provincia de Santa Cruz, de donde es oriundo el presidente, han evitado una situación del mismo tipo pero no han podido disipar fuertes enfrentamientos y actitudes exasperadas como la que llevó a la agresión por parte de algunos huelguistas a la hermana del presidente y ministra de Acción Social Alicia Kirchner.

Días pasados, una violenta reacción, que ocasionó serios destrozos en la estación de trenes de Constitución, fue la respuesta airada de numerosos usuarios ante la suspensión de trenes que los debían llevar de vuelta a sus hogares en las áreas más postergadas del sur del gran Buenos Aires. El mal trato cotidiano explota con este tipo de reacciones, que algunos meses atrás también habían ocasionado la quema de un tren y una estación en el Oeste suburbano.

COMPRESIÓN, SOLIDARIDAD Y RECURSOS
No son estos hechos equiparables a los que mencionábamos en un principio pero tienen un signo en común. Los protagonistas son los postergados por una larga historia de opresión y marginación. Las diferentes variantes que se encuentran al frente de los gobiernos que se han pronunciado por un cambio lo saben.

También comprenden que la tarea de la inclusión social y de recuperar a los llamados inempleables es una tarea que no puede postergarse. Pero el problema es contar con los recursos y encontrar las modalidades ante una situación que se ha venido gestando desde demasiado tiempo atrás y a la que el establishment ha preferido ignorar o ha pretendido suponer que solo se trata de un tema de mera competencia policial.

Encontrar la comprensión sobre la índole del problema es una condición imprescindible para que también pueda contarse con la solidaridad y recursos a nivel internacional. Las dimensiones del retraso son muy grandes y puede llegarse a situaciones que no tienen retorno.