La situación demográfica de Uruguay es grave: baja natalidad, emigración de jóvenes profesionales y nula inmigración. Si las tendencias actuales se mantienen sin la adopción de políticas robustas y consistentes habrá graves problemas de sustentabilidad económica y social.
A DIFERENCIA DEL RESTO DE AMÉRICA LATINA, Uruguay presenta indicadores demográficos que determinan un vertiginoso envejecimiento de su población; este proceso afectará decisivamente la capacidad de la población activa para hacerse cargo de la población retirada.
Uruguay registra una tasa de fecundidad cada vez más baja. En efecto, en los últimos cinco años los nacimientos se redujeron en más de un diez por ciento, ubicándose en la actualidad por debajo del nivel de reproducción social.
Esta tasa de fecundidad es, además, diferencial por nivel socio económico, los hogares de los sectores más necesitados son los que producen el mayor número de hijos; de tal modo que más de la mitad de los niños uruguayos nacen en hogares pobres. Mientras, las tasas de fecundidad de los sectores medios uruguayos son cada vez más bajas.
En el otro extremo de la estructura demográfica, Uruguay exhibe una prolongada expectativa de vida que ubica a este país en los estándares propios de los países desarrollados.
IGUAL… PERO DIFERENTE AL MUNDO DESARROLLADO
Hasta aquí las similitudes con los países desarrollados son evidentes y, en gran medida, estos indicadores refieren a procesos de modernización social que deben ser valorados positivamente.
«Uruguay tiene cerca del veinte por ciento de su población en el exterior y este proceso sigue avanzando (…) al tiempo que no ha podido atraer inmigrantes»
La reducción de la tasa de fecundidad está asociada a cambios en las relaciones de género, el ingreso de la mujer al mercado de trabajo, la mayor preocupación por su realización personal y la postergación de la maternidad restringiéndola a un menor número de hijos.
Por otra parte, la extensión de la expectativa de vida está asociada al desarrollo del sistema de atención de la salud, la cobertura médica, la capacitación en salud y la capacidad de acceso a las nuevas tecnologías médicas.
Sin embargo, las analogías con el mundo desarrollado terminan ahí. Uruguay acompaña estos indicadores junto con elevada emigración y nula inmigración.
Si observamos ahora, el cuadro completo, su resultado es fuertemente alarmante. En efecto, Uruguay tiene cerca del veinte por ciento de su población en el exterior y este proceso sigue avanzando.
De hecho, desde 2004 Uruguay ha crecido a tasas muy elevadas y ha mejorado sustancialmente en sus indicadores sociales (pobreza y desempleo). Sin embargo, las estadísticas indican que los jóvenes uruguayos siguen optando por irse del país.
Debe agregarse que esta emigración no es la emigración de ciudadanos desesperados que cruzan el Mediterráneo o el Caribe con una mano atrás y otra adelante. Es gente de nivel educativo medio o alto, con altas expectativas de realización personal que no encuentra posibilidades reales de satisfacerlas en su país. Es, por lo tanto, una emigración que afecta las capacidades del Uruguay para su desarrollo futuro.
A su vez, Uruguay ha sido incapaz de atraer inmigrantes. Su mercado de empleo es poco vigoroso y su ubicación al lado de mercados mucho más grandes y dinámicos impide que la mano de obra joven proveniente de otros países de América Latina se radique en estas tierras. La inmigración gris es muy pequeña, aunque seguramente es una de las perspectivas a desarrollar en el marco de una política demográfica.
NECESIDAD DE POLÍTICAS ACTIVAS
Justamente, el principal problema que acompaña este diagnóstico es la ausencia casi completa de un conjunto de políticas demográficas que tengan por objetivo modificar la actual situación.
«El hecho de que las políticas demográficas no generen efectos inmediatos ha contribuido a que no esté presente en la agenda política y electoral de este país»
Recién este año se ha llamado la atención del sistema político y de la opinión pública sobre esta realidad y comienza a surgir conciencia sobre la necesidad de elaborar una agenda de políticas de población.
El hecho de que las políticas demográficas no generen efectos inmediatos ha contribuido a que no esté presente en la agenda política y electoral de este país, puesto que estas políticas no coinciden en sus resultados con los tiempos electorales.
Como hemos dicho en un libro de reciente publicación, este es un caso en el que lo urgente ha desplazado la consideración de un tema muy importante; sin embargo la cuestión demográfica en el Uruguay es un tema importante y, además, urgente.
Publicado por:
javier del rey morató
fecha: 13 | 10 | 2007
hora: 2:11 pm
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Baja natalidad, elevada emigración y nula inmigración constituyen, las tres, variables entre las que existe una interna e íntima relación de solidaridad.
La natalidad -la producción de nuevos ciudadanos, que repongan a los que se jubilan y se mueren-, es un recurso de la economía. Cuando los números no cuadran, cuando la tasa de reposición no se produce naturalmente, urgen políticas responsables que actúen sobre las parejas, que también son recursos de la economía, porque la pareja es la que produce o deja de producir los nuevos ciudadanos que toda sociedad necesita para persistir en su ser, para sobrevivir contra las fuerzas de la entropía, que pueden sumirla en una situación indeseable, si la pirámide de población no se equilibra, y si el sistema productivo no tiene razonables expectativas de que los que la biología retira no serán sustituidos por nueva mano de obra.
Uruguay es probablemente, y desde hace demasiados años -¿medio siglo, tal vez?- una sociedad en vías de extinción. No extinguida, no extinguible, pero en vías de extinción. No extingible, decimos, porque el sistema no permite que una república se dé de baja del mapa, que cese oficialmente su actividad, que baje la persiana por cese de negocio, que ponga un cartel en la puerta que diga «Se Alquila», «Se Vende» o «Se Traspasa.
Pero sí en vías de extinción, aunque esas vías no se dirigan a una estación terminal en el que un país presenta la dimisión, vende sus enseres y su mobiliario, cede sus coches oficiales y sus empresas -o lo que quede de ellas- al país vecino, quema o dona sus archivos, abandona su escaño en la ONU, y se desvanece.
Claro que urge una política destinada a neutralizar esa tendencia. Pero esa política pasa por la economía, y si la economía no hace posible o no promete un futuro viable, lo único viable -y aconsejable-es no tener hijos -o tener uno-, es emigrar, y, naturalmente, es no inmigrar, porque difícilmente un inmigrante va a encontrar un futuro promisorio en un país en el que los nativos no lo encuentran, y llegan a otras playas en busca de un futuro prpomisorio.
En España también pasa algo de eso, aunque, naturalmente, la situación no sea comparable a la del país platense. Y tanto el Gobierno central como los gobiernos de algunas Comunidades Autónomas, han tomado cartas en el asunto:
– han decidido dar a los ciudadanos 3.000 € por hijo, cantidad que para algunas parejas puede ser un aliciente;
– llegan inmigrantes que hacen posible que el sistema productivo siga adelante, que no se paren las obras públicas, y tienen hijos entre nosotros y enriquecen nuestra cultura;
– no hay necesidad de emigrar, salvo los casos individuales, que prefieren buscar un horizonte de vida en otros países.
Y en los tres casos, la última palabra la tiene la economía. Los trabajadores son un recurso de la economía, y si España no los ha producido en los años ochenta del pasado siglo, se adquieren allí donde esos recursos son recursos sobrantes. Y son baratos: no hace falta «comprarlos», porque ellos se acercan a nuesto país, costeando el viaje de su propio bolsillo. Y la economía española los recibe, si haber inverido un euro en su formación, y sin preocuparse de trasladarlos desde su mercado de origen a su mercado de adopción.
La República del Uruguay, ¿está en situación de actuar sobre esas variables? No parece que sea así. Con lo cual, la tendencia no hará sino confirmars en los próximos años: no habrá inmigracion, no habrá natalidad suficiente, y habrá emigración, porque el horizonte nativo seguramente no es muy atractivo para un joven de 10 ó de 20 años.
Y esa «necesidad de políticas activas», de las que habla el articulista -seguramente más informado que este comentarista- necesitan el respaldo de una economía.
Antes decíamos que entre las tres variables había una relación de solidaridad, y esa relación se abre a una cuarta, que es la de la economía.
Sin economía suficiente, y sin un espacio social y terriorial suficiente, pues no se ve cómo es posible invertir la tendencia, y generar una economía para una sociedad que pueda apoyarse en ella.
En tiempos de desolación, no hacer mudanza, decía el ciudadano vasco Iñigo López de Recalde -más conocido como Ignacio de Loyola-, y a nosotros se nos ocurre decir que «en tiempos de globalización, hacer mudanza».
Y «la mudanza» no se identifica con el maquillaje, la pintura de la fachada y un par de arreglitos más. «Mudanza» es cambiar de casa, que en América Latina -y en el caso de la pequeña república de marras- no puede ser otra que ampliarla, con nuevas habitaciones y empresas compartidas, todo lo cual supone integración, integración e integración.
Pero no verborrea. No retórica. Integración. Joaquín Estefanía -que fue director de EL PAÍS-, recordaba recientemente que en España, desde 1959 -vivía Franco, y faltaban dieciséis años para su muerte-, todas las políticas públicas tenían como telón de fondo a Europa. Todas tenían esa orientación. Uno se pregunta si de las políticas públicas del «paisito» se puede decir lo mismo.
Tal vez sí, pero uno tiende a pensar que no. Y es que, si hay un mal endémico en América Latina, es el de la retórica: todos los esfuerzos de integración se quedan en mera retórica, y parece que nadie se da cuenta de lo que se nos viene encima a todos: un mundo en el que existe China -que va a más- Estados Unidos -que a partir de 2020 puede ir a menos, según algunos analistas-, y una Unión Europea que probablemente también irá a menos, y que, además, políticamente es un cero a la izquierda: no tiene un ejército, sino veinticinco, no tiene un ministro de exteriores, sino veinticinco…
Y eso, hoy, no es serio.
Y si volvemos los ojos a la pequeña república, y al contexto latinoamericano, no se comprende la cómo es posible que los gobernantes sigan hablando de la mar y de los peces, cuando las fuerzas ciegas de una economía globalizada convierte en irrisorios los problemas que les aquejan: en definitiva, la natalidad y la emigración no tienen fácil arreglo.
Publicado por:
Pablo Mieres
fecha: 18 | 10 | 2007
hora: 12:47 pm
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Estimado Javier:
Realmente mucho de lo que dices es cierto. Particularmente la necesidad de que se desarrollen ciertas políticas y opciones económicas en clave de crecimiento de la competitividad de nuestros productos con valor agregado que permitan el desarrollo de un sector exportador fundado no en «commodities», como es hoy en día, sino en un conjunto de productos con un componente importante de «valor agregado» que implica la creación de puestos de trabajo de buena calidad y estables.
De todos modos, Uruguay compite con el mundo a la hora de mantener a sus jóvenes en el país y esa competencia es muy dura y difícil de ganar. En efecto, los jóvenes uruguayos continúan emigrando, aun cuando el país está creciendo y la desocupación baja, porque conocen las oportunidades y expectativas de futuro que el mundo desarrollado, particularmente España y Estados Unidos, les ofrece. A ello hay que agregar que, a esta altura de los acontecimientos, existe en cada sitio de destino un grupo de uruguayos instalados que pueden ofrecer al nuevo emigrante un lugar para dormir y comer en los primeros tiempos mientras obtiene un empleo. Por otra pare, en una época en la que a través de Google Earth tú puedes visitar el lugar a donde vas a ir a vivir y conocerlo casi como si estuvieras allí, más la reducción de los costos de pasaje y la «cercanía creciente» a través de instrumentos tecnológicos que permiten estar comunicados más o menos como si viviéramos en el mismo país, todo favorece la continuidad de la emigración. Excepto que Uruguay logre convertirse en una oferta laboral atractiva y que de ciertas garantías de que trabajando en este país el joven y su futura familia, hijos, etc, tengan perspectivas de lograr un bienestar que, para los sectores medios, es cada vez más exigente y amplio, porque se contrasta con el nivel de vida del mundo desarrollado.
Frente a este panorama, las posibilidades de desarrollar políticas demográficas exitosas es muy estrecho, pero no inexistente.
Todo otro tema es la posibilidad de desarrollar estrategias activas para captar la inmigración gris, es decir personas retiradas de países vecinos o, incluso desarrollados, con buen pasar y que buscan un lugar para el tiempo de retiro con ciertos valores: seguridad, tranquilidad, clima benévolo, etc. Quizás en estos aspectos, Uruguay pueda capturar una pequeña porción del mercado disponible. De hecho no son pocos los gerentes argentinos jubilados que están viviendo en Colonia o Punta del Este. Son oportunidades de generación de divisas, demandantes de opciones de tiempo libre, recreación y servicios muy amplias e interesantes que puede promover la gestación de fuentes de empleo.
En fin, todo otro capítulo refiere a las tendencias de la fecundidad.
Pero lo dejamos para otra. Un abrazo. Pablo Mieres
Publicado por:
javier del rey morató
fecha: 18 | 10 | 2007
hora: 2:21 pm
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El lúcido analista que es Pablo Mieres sabe muchas cosas que este comentarista ignora, y enriquecer la visión que tiene uno, siempre limitada, con los análisis que se elaboran en contextos distintos y distantes, es acaso uno de los servicios más notables que nos brinda este foro de Safe Democracy.
Me escribe Joaquín Mirkin para anunciarme que había un nuevo comentario posterior al mío, y como anda uno enredado en una investigación larga y compleja sobre el pensamiento latinoamericano en los siglos XIX y XX, pues no la había visto.
Puedo estar equivocado en mi punto de partida, pero, hoy por hoy, es el que es: los Estados incapaces de actuar sobre las variables de su entorno, de las que depende su bienestar, su prosperidad, su estabilidad y su futuro, no tienen ni autonomía ni futuro.
Es más: no tienen soberanía. Otra cosa es que la pregonen, con razón o sin ella. Pero no la tienen. O, como dice, con acierto notable, ese sociólogo y pensador al que tengo el honor de conocer, y cuyos últimos libros acabo de encargar a Brasil, don Hélio Jaguaribe, son países con soberanía nominal y ejército de parada.
Y poco más. Y ese es mi punto de partida: el de que los problemas son nacionales, pero las soluciones ya no lo son. Y es inútil pretender que lo que es el problema, sea a su vez su solución.
Cuando Jaguaribe dice que en la globalización en curso, y en el incierto y complejo futuro, no hay lugar para una Argentina en solitario, ni para un Brasil en solitario, y uno piensa en esa esquina mal descolonizada del planeta que es Uruguay, pues no sabe si seguir argumentando o cambiar de tema, porque se le impone algo que para uno es obvio: las soluciones «nacionales» no parece que tengan más realidad que las pueda adoptar el ayuntamiento de Tacuarembó.
¿Que uno puede estar equivocado en esto? Bueno, pues uno está dispuesto a rectificar.
Hace muchos años, tal vez en los años veinte del siglo pasado, tal vez en los treinta, Ortega y Gasset decía aquello de que «España es el problema, Europa la solución». El filósofo llevaba razón.
¿Qué diremos del «paisito», aparte de que el diminutivo le viene como anillo al dedo? He escrito en un artículo que me pidió la Friedrich Ebert Stiftung desde Buenos Aires, que «el Uruguay no existe».
Algunos me lo han reprochado, dolidos. Les dije entonces que no es aconsejable mezclar los sentimientos con el análisis de la realidad, porque termina uno confundiendo el tocino con la velocidad.
Yo creo que no hay que dolerse por meros enunciados, que, claro, son discutibles, y que tienen sentido en un contexto, que son verdaderos en ese contexto, y acaso absolutamente falsos en otros.
No importa ahora lo que quise decir. Sólo que tiene sentido, para el
que lo quiera leer y sepa extraer el sentido. Y si lo lee, y le resulta falso, pues el autor no se ofende por ello: también lo entiende.
Por aquí, en tiempos del general Franco, y desde antes, se decía aquello de que «verdad a un lado del Pirineo, falso al otro lado», y a mis opiniones sobre «el paisito» se le podría aplicar una adaptación que dijera «verdad a un lado del Atlántico, falso al otro lado».
Pero, francamente, si viéramos en América del Norte cincuenta estados independientes, con cincuenta ejércitos, cincuenta ministros de exteriores, cincuenta ministros de cultura, cincuenta bancos centrales, cincuenta monedas, cincuenta deudas exteriores, y unas diez mil embajadas, aparte de que nos daría la risa, podríamos propinarle al ciudadano de la República Autónoma, Independiente, Inigualable y Soberana de Arkansas, el enunciado de que «Arkansas no existe». Y no andaríamos mal encaminados.
Dejo de lado si la captación de «inmigración gris» es un objetivo ambicioso, y de extraordinarias consecuencias, o es algo modesto y lateral. Conozco el fenómeno, porque por estas latitudes hay urbanizaciones enteras de europeos jubilados, creo que de Gran Bretaña y de Alemania, pero ignoro qué supone para la economía uruguaya, y me alegraría saber que es una fuente importante y estable de divisas.
A estas alturas de mi vida, sigo encontrando interesante aquella frase de Jürgen Habermas, que no cito textualmente, pero sí en su espíritu: a veces urge adoptar como problemático lo que muchas veces pasa como aproblemático. Si convertimos algo en aproblemático, nunca sabemos hasta qué punto somos víctimas de una realidad precaria, tal vez inevitable, pero que queda exenta de crítica, blindada contra toda posibilidad de ser cuestionado por enunciados adversos. Y es que queda blindado contra la crítica, como los dogmas de la Iglesia Católica.
Y es que también el nacionalismo tiene sus inmaculadas y su santoral. Uno descree del nacionalismo, le parece una ideología perversa, que acuña en la mente de los ciudadanos un mapa cognitivo destinado a legitimar… ¡Cualquier cosa! Es una ideología perversa, insisto, se dé en Montevideo o se dé en Euskadi, por cierto.
Por lo demás, es un gustazo conversar con personas inteligentes, dispuestas a soportar a heterodoxos irreductibles al desaliento, como es este comentarista, que suele hacer suyo aquel lema de John stuart Mill, cuya obra tengo sobre la mesa, porque en la clase de esta tarde citaré este texto:
«Existe la más grande diferencia entre presumir que una opinión es verdadera, porqueoportunamente no ha sido refutada, y suponer que es verdadera a fin de no permitir su refutación. La libertad completa de contradceir y desaprobar una opinión es la condición misma que nos justifica cuando la suponemos verdadera a los fines de la acción. Y por ningún otro procedimiento puede el hombre llegar a tener la seguridad racional de estar en lo cierto».
Y es que la heterodoxia y la herejía cumplen una función insustituible en una sociedad, como bien sabía el inglés:
«cuando existe una convención tácita para que los principios no sean discutidos;cuando la discusión de las más grandes cuestiones que pueden preocupar a la humanidad se considera terminada, no puede abrigarse la esperanza de encontrar ese general y alto nivel de actividad mental que tan notablexs ha hecho a algunas époicas de la historia».
Y coincidir o no en el análisis es lo de menos. Porque, como decía Ortega, lo más común en esta vida es no estar de acuerdo. Tenía yo quince años cuando Roberto Ares Pons me abrió la cabeza, y la hizo apta para convertir lo aproblemático en problemático: la incierta existencia del Uruguay, su incierto estatuto, que tal vez es el de Provincia Oriental, como el propio historiador sugería en la portada del libro, en el que estaba el escudo de la Provincia, y no el de la República.¿Cómo y por qué va a estar de acuerdo conmigo un uruguayo?
Francamente, no se lo exijo. Más bien le agradezco que se avenga a conversar conmigo, pues el honrado en esa decisión tan generosa soy yo.
Me disculpo, Pablo, por haberme extendido tanto, pero este comentario me pilla preparando una clase, y, sin darme cuenta, he sido fluvial, como los novelistas rusos del XIX. Prometo enmendar mi conducta.