Mucho se habla de la principal aspirante a la presidencia argentina, Cristina Fernández de Kirchner, pero, ¿qué se sabe del resto de los candidatos? ¿Por qué la oposición no ha logrado presentar una alternativa unificada, ni tiene propuestas creíbles para la sociedad argentina?, interroga el autor.

A POCOS DÍAS DE LA CRUCIAL ELECCIÓN presidencial puede intentarse un balance provisorio de la campaña previa. De modo casi unánime, los analistas políticos hablan de una campaña sin voltaje, sin dramatismo, algo así como una no campaña. Hay quienes –particularmente en los comités de campaña de los candidatos opositores– atribuyen esta supuesta apatía al clima creado por las encuestas de opinión que vaticinan, de modo unánime, un amplio triunfo de Cristina Kirchner en la primera vuelta. Es un modo de culpar al mensajero por la naturaleza de las noticias que trae.

Lo más visible de esta competencia electoral es la debilidad de la oposición. En esto también hay un generalizado consenso. Ahora bien, sería interesante explicar esa debilidad con un poco más de profundidad que la que se observa en general. La oposición no supo presentar una alternativa unificada, está limitada por la falta de recursos o no tiene propuestas creíbles son, tal vez, afirmaciones parcialmente ciertas, pero no suficientes, en ningún caso, para explicar la asimetría política que hoy existe en Argentina.

RELACIÓN CON EL PROGRESISMO

Como es obvio, los rasgos de una oposición política no nacen en abstracto, sino que son inseparables del tipo de oficialismo que enfrentan y no pueden ser pensados al margen de la historia reciente de un país; el caso argentino lo confirma. El gobierno de Kirchner tiene, entre otros, tres rasgos importantes: es un gobierno exitoso, según lo muestran los principales indicadores sociales y económicos, tiene un origen popular y peronista y ocupó, a través de muchas de sus medidas y de su retórica, la franja progresista de la política argentina.

«Es muy poco probable que lo fundamental del voto opositor provenga de sectores partidarios de una mayor radicalidad de las políticas distributivas desde el gobierno» La geografía política de sus adhesiones (o de sus potenciales votantes) es el territorio de las capas más populares de la población, las más propensas al voto peronista y suma, además, buena parte de los votos que en años anteriores se dirigían a la centroizquierda expresada por el Frepaso hasta el fracaso del gobierno de la Alianza.

Una importante curiosidad de la lucha electoral argentina es, mientras tanto, que los principales desafiantes de la candidata oficialista han tenido una trayectoria política muy vinculada al progresismo. Lavagna fue el ministro de Economía que protagonizó el cambio desde las certezas neoliberales que estallaron ominosamente en diciembre de 2001 a un paradigma de tipo neodesarrollista. Su figura está asociada a uno de los episodios emblemáticos del último período: la negociación de la deuda, en la que Argentina consiguió una quita inédita, y la modificación de las relaciones con los organismos internacionales de crédito, en un sentido de mayor autonomía de la política económica local.

Por su parte, Elisa Carrió alcanzó notoriedad política sobre la base de conectar sus denuncias de corrupción política en el país con la supuesta existencia de planes de grandes corporaciones transnacionales de apoderarse del agua y otros recursos estratégicos del país.

DETERMINACIÓN DEL VOTO

Sin embargo, la dinámica política no se reduce a la subjetividad de sus actores. Existe cierta determinación, por así decirlo, estructural o posicional que enmarca las conductas.

Concretamente, es muy poco probable que lo fundamental del voto opositor provenga de sectores partidarios de una mayor radicalidad de las políticas distributivas desde el gobierno, de una mayor intervención del Estado en la regulación de los mercados o de una mayor agresividad en la relación con el poder económico concentrado.

Ese reclamo existe, pero parece que sus portadores votan a las variantes más testimoniales de la izquierda o se resignan a aceptar al kirchnerismo como el punto más alto de reformismo que acepta la sociedad argentina, sin contar con el también testimonial voto en blanco o abstención. El gobierno ha ocupado ese lugar simbólico y ha corrido a sus críticos hacia un discurso más inclinado a la preocupación por las formas institucionales y la ética pública.

La oposición más encarnizada al kirchnerismo presenta una combinación de los motivos clásicos (y en algunos casos clasistas) del antiperonismo con el repertorio de la derecha neoliberal concentrada en los temas de la seguridad jurídica entendida de modo excluyente como seguridad de los grandes capitales.

LAS ESTRATEGIAS ANTIOFICIALISTAS

Frente a este panorama, cada uno de los candidatos en condiciones de desafiar al oficialismo ha adoptado una conducta diferente. Lavagna mantuvo en toda la campaña el perfil de su desempeño como ministro de Economía de Duhalde y de Kirchner; no se sumó a los reclamos de enfriar la economía como terapia antiinflacionaria y se concentró, más bien, en criticar las maneras en que el kirchnerismo administró el legado que él dejara hace dos años.

«Parece claro que la oposición argentina capaz de desafiar al predominio de los Kirchner tendrá deberá aglutinar al clásico voto de la derecha con un grado de respaldo popular»

En cambio, Carrió salió rápida y audazmente a buscar al electorado más distante de esas preferencias progresistas. Lo hizo, hay que decirlo, apoyada en su propia conducta de los últimos años en los que reemplazó la idea de una fuerza política de centroizquierda por la de una coalición prepolítica apta, como tal, para sumar adhesiones en todas las franjas del arco político-ideológico. Su referente económico adoptó las posturas más ortodoxas y sus listas de candidatos se poblaron de figuras conspicuas de la centroderecha.

Carrió hizo causa común con todos los sectores que se sienten afectados por la política oficial: apoyó a los grandes ganaderos organizados en la Sociedad Rural, a la cúpula católica enfrentada al gobierno por su orientación en materia de salud reproductiva y, aunque no renegó de la reivindicación de justicia para los crímenes del terrorismo de Estado, hizo un recurrente y significativo llamado a la reconciliación. A juzgar por los actuales sondeos, la táctica resultó efectiva: todos la ubican en un claro segundo puesto.

Sin embargo, el tablero de la oposición al kirchnerismo no se agota en los candidatos actuales. Será muy difícil que Carrió alcance un resultado electoral que la sitúe en el centro de la escena opositora, aunque un probable desempeño de 20 a 25 por ciento de los votos la dejaría dentro de esa escena.

LA BATALLA EN EL INTERIOR DEL PERONISMO

Todo indica que la figura de Macri (quien el 10 de diciembre asumirá la jefatura de Gobierno en la estratégica ciudad capital de la república) será el punto de referencia central. Ya ha mostrado en la elección porteña que su figura es capaz de generar una convocatoria que supere la clásica audiencia conservadora y penetre fuertemente en los sectores populares.

«A quienes nos dedicamos a reflexionar críticamente sobre la política nos gustaría que las opciones vinieran en un envase discursivo de mayor calidad»

Pero, más allá de los nombres, parece claro que la oposición argentina capaz de desafiar al predominio de los Kirchner tendrá que ser capaz de aglutinar al clásico voto de la derecha con un grado de respaldo popular; algo así como la coalición que sostuvo la experiencia de Menem en el gobierno. Cualquiera que conozca la historia política argentina sabe que eso tiene un nombre concreto: es el peronismo. La batalla en el interior del peronismo será, muy probablemente, una de las claves de comprensión del próximo período político en Argentina.

Si estos análisis son pertinentes, tal vez sea el caso de reconocer que el supuesto vacío de opciones alternativas no es verdad en la política argentina. A quienes nos dedicamos a reflexionar críticamente sobre la política nos gustaría que estas opciones vinieran en un envase discursivo de mayor calidad y hasta que tuvieran una mayor dosis de dramatismo. Pero ese deseo no parece corresponder a la época y, acaso, tampoco a la naturaleza de la democracia, un régimen que no asigna el poder de decisión a unas minorías ilustradas sino que se apoya en lo que Jorge Luis Borges llamaba un raro abuso de las estadísticas y que, en clave más democrática y optimista, podríamos llamar el derecho de las mayorías a equivocarse.