Miles de ciudadanos birmanos, liderados por los monjes budistas, han puesto en jaque a una dictadura bestial. Las imágenes de las manifestaciones y la consiguiente represión han expuesto ante la opinión pública internacional un régimen detestable y una ciudadanía cuya lucha por la libertad y la democracia debería ser una referencia en el mundo actual.

EL COMIENZO DEL MOVIMIENTO, conocido ya como Revolución Azafrán, tuvo lugar hace unas semanas cuando el gobierno militar de Birmania, autodenominada Myanmar por la propia Junta, decidió unilateralmente subir de manera significativa el precio de los combustibles. Esta decisión repercutió de forma inmediata en los precios de los productos de primera necesidad en todo el país.

Birmania es un país con recursos naturales y gran potencial económico, pero la corrupción y el mal gobierno de la Junta Militar lo han llevado a la pobreza y la subida de precios castigó especialmente a los miles de ciudadanos que viven en condiciones de extrema dificultad.

A partir de esta subida, manifestaciones puntuales de pequeños grupos de ciudadanos pidiendo la bajada de los precios se sucedieron en diversas ciudades birmanas. Rápidamente, y pese al clima de represión y falta de libertad impuesto por los militares durante décadas, lo que era un movimiento espontáneo se convirtió en una campaña organizada para promover un cambio político en Birmania, liderada por los monjes budistas.

LA IMPORTANCIA DE LOS MONJES EN EL CONTEXTO SOCIAL

El liderazgo de los monjes se explica por su importancia en el contexto social birmano. La represión constante de la Junta Militar ha socavado los cimientos de la sociedad civil y, salvo en la clandestinidad, no existen organizaciones políticas, culturales y sociales que no estén controladas por el ejército. La Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, encarcelada por los militares desde hace 20 años, sigue siendo el símbolo de la oposición al régimen pero su partido no tiene capacidad de operar desde las calles.

«La Junta Militar no reconoce oficialmente más de veinte muertos, pero las cifras de organizaciones birmanas hablan de cientos»

La única excepción a este férreo control por su prestigio histórico y moral en la sociedad birmana son los monasterios budistas. Los monjes ya jugaron un rol clave en las manifestaciones contra el régimen militar de 1988, saldadas con más de 3.000 muertos. En este caso, con la lección bien aprendida han generado un movimiento muy bien planificado, basado en la política de la noviolencia y en una campaña de movilización en fases crecientes.

En un primer momento, y aprovechando el escudo moral contra la represión que les proporciona su prestigio social, los monjes se conformaron con pedir cambios económicos y marchar en torno a los símbolos religiosos. Después lo hicieron en torno a la embajada china, principal aliado internacional del régimen, rescatando los lazos de cooperación y hermandad con este país, y sólo en la última fase tomaron una actitud más desafiante, marchando hacia los centros de poder y llamando a la participación masiva y noviolenta de la sociedad para propiciar un cambio político pacífico.

LA REPRESIÓN DEL GOBIERNO MILITAR Y LA REACCIÓN INTERNACIONAL

El régimen militar se ha visto sorprendido por los miles de manifestantes en las calles de Birmania y ha reaccionado con su habitual represión violenta. El Tatmadaw, el ejército birmano, ha movilizado a sus unidades de elite que combaten contra grupos rebeldes en las zonas fronterizas, para combatir contra los manifestantes pacíficos liderados por los monjes. El resultado ha sido la detención de centenares de personas, el saqueo de conventos y numerosos manifestantes muertos a quemarropa en las calles. La Junta Militar no reconoce oficialmente más de veinte muertos, pero las cifras de organizaciones birmanas hablan de cientos.

Sin embargo, la presión internacional ha limitado el alcance violento de esta represión y el régimen se ha visto forzado a recibir al Enviado Especial de Naciones Unidas, Ibrahim Gambari. La reacción de la sociedad internacional ha sido casi unánime en la condena a la Junta Militar, incluyendo países con relaciones comerciales con el régimen como India o los integrantes de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático).

LA PRESIÓN SOBRE CHINA

Estados Unidos, la Unión Europea y Japón han abanderado una política de renovadas sanciones diplomáticas y económicas para Birmania pero la clave geopolítica de la crisis la tiene el gigante chino, debido a su tradicional apoyo internacional al régimen militar birmano con quien mantiene relaciones estratégicas en el ámbito energético y militar. La postura tradicional del gobierno chino de oponerse a la interferencia en asuntos internos de otros países se ha puesto en cuestión por parte del resto de actores.

«La clave para una salida positiva a la crisis, que implique el comienzo de un cambio político real en el país, pasa necesariamente por la fortaleza del movimiento noviolento de protesta»

Parece difícil que el gobierno chino pueda mostrarse sensible a estas presiones, teniendo en cuenta su cuestionable política interna en relación a los derechos humanos y a la democracia pero existen dos factores que pueden modificar su comportamiento: su deseo de estabilidad para los países fronterizos que parece que la Junta Militar birmana no puede seguir proporcionando y los Juegos Olímpicos en Beijing que se celebrarán el próximo año. China quiere que estos Juegos simbolicen su nuevo papel como potencia mundial en el siglo XXI y una política exterior de apoyo claro a gobiernos que no dudan en masacrar a ciudadanos que se manifiestan pacíficamente no ayuda en este propósito. El gobierno chino quiere evitar por todos los medios el fantasma del boicot político, como ya sucedió en los casos de Moscú 1980 o Los Ángeles 1984.

ESCENARIOS POSIBLES EN EL MEDIO PLAZO

La clave para una salida positiva a la crisis, que implique el comienzo de un cambio político real en el país pasa necesariamente por la fortaleza del movimiento noviolento de protesta. Mientras éste siga vivo en las calles o pueda reconstituirse en las próximas semanas, la Junta Militar recibirá más presiones para sentarse a negociar con la oposición.

Los países democráticos deben seguir presionando al gobierno chino para que cumpla un rol constructivo en la crisis y al mismo tiempo añadir a las condenas, incentivos y propuestas para una transición como el hecho de sanciones que puedan irse retirando, condicionadas al comportamiento positivo del régimen.

Por otra parte, Aung San Suu Kyi y su partido deben mantenerse fieles a sus principios pero al mismo tiempo ser capaces de mostrar cierta flexibilidad si el gobierno militar toma decisiones en el camino correcto: un diálogo constructivo con representantes de toda la oposición política para facilitar una transición hacia un régimen democrático, encabezado por civiles, donde los monjes puedan volver a sus monasterios y los militares a sus cuarteles.