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Acaban de disolverse los controles en una frontera históricamente polémica como es la que separa Alemania de Polonia gracias a la aplicación del Tratado de Schengen. La medida puede suponer un reforzamiento de un rol hegemónico de Alemania, lo que despierta enormes recelos entre sus países vecinos. Pero lo más importante es que si ayuda a deshacer los desequilibrios económicos y políticos de la zona, se contribuirá a un reforzamiento de la Unión Europea y al renacer de la prosperidad en la Europa central y oriental.

JOSEF STALIN, EL LÍDER SOVIÉTICO, fijó la línea Oder-Neisse como la frontera oriental de la República Popular Alemana con Polonia, castigando a los alemanes de esa manera por sus excesos durante la guerra. La demarcación dejó a Alemania sin territorios que habían pertenecido a reinos germanos desde el siglo XIII. La URSS se hacía, a cambio, con los territorios orientales de la Polonia de Entreguerras, que siempre consideró como propios. Polonia fue desplazada, por tanto, hacia Occidente.

La jugada de Stalin tenía una tercera y nada desdeñable consecuencia. Con la carambola conseguía convertir a Moscú en árbitro de esa frontera, discutida desde el principio por los camaradas comunistas del SED (Sozialische Einheitspartei Deutschland, el partido comunista de la Alemania Oriental), pero aplaudida por los del PZPR (Polska Zjednoczona Partia Robotnicza, el partido comunista polaco).

Ese trazado fronterizo se denominó en la terminología socialista de la guerra fría como la Friedensgrenze o frontera de la paz, lo que no se tradujo precisamente en que fuera más permeable, sino más bien en todo lo contrario.

“La apertura de fronteras supone en principio un paso decisivo en el proceso de integración europea de Polonia y de la República Checa, que se completará con la adopción del Euro como la moneda nacional” Desde el punto de vista legal, la demarcación fronteriza quedó fijada con carácter provisional por el artículo XIII del Tratado de Potsdam, aunque luego se consolidó en los tratados fronterizos bilaterales de Alemania y Polonia sobre la cuestión (Tratado de Varsovia de 7 de diciembre de 1970 y, sobre todo, con el Tratado Fronterizo del 7 de diciembre de 1990 y como precio a la nueva unificación del país). Se calcula que de los territorios alemanes o poblados por alemanes anteriores a 1939 que pasaron a formar parte de Chequia, Polonia y la URSS salieron después de la guerra entre 12 y 15 millones de personas, que buscaron refugio principalmente en la República Federal Alemana y, en menor medida, en la República Democrática Alemana, Austria y Estados Unidos. Algunos de ellos, o sus descendientes, plantean ahora reivindicaciones morales e incluso la restitución de sus viejas posesiones, poniendo un nuevo elemento de distorsión en las relaciones entre Alemania, Polonia y la República Checa.

CENTRALIDAD ALEMANA

El establecimiento de esa frontera por una línea no histórica hizo que dos ríos que no habían tenido nunca esa consideración de límite incorporaran, a partir de entonces, ese concepto. El nuevo diseño de la geografía política provocó situaciones extrañas. La ciudad silesia de Goerlitz quedó dividida durante décadas, a pesar de lo cual se empieza a recuperar ahora el sentido unitario del conjunto urbano que formaban la alemana Goerlitz y la ahora polaca Zgorcelec, situada en la otra orilla del Neisse. Lo mismo se puede decir de la ciudad alemana de Frankfurt del Oder y la polaca de Slubice y de las comarcas naturales asentadas en los márgenes de los ríos Oder y Neisse separadas por los cambios políticos de la postguerra.

La aplicación ahora en ese espacio de las medidas contempladas en el Tratado de Schengen viene a diluir años de forzada separación y contribuye a una mayor integración de Polonia en la Unión Europea. Al mismo tiempo, refuerza también sus relaciones con Alemania, por cuanto elimina trabas para la libre circulación de bienes y personas entre esos dos países vecinos. Desde Alemania, algunos sectores contemplan la medida con temor. Sobre todo, porque creen que favorece la llegada de criminales a territorio alemán. Ese ha sido el argumento de la Policía de la ciudad de Frankfurt del Oder, que se manifestó en contra de la eliminación de barreras. La pregunta clave, sin embargo, es si en un lugar históricamente tan sensible, la medida no tendrá otras consecuencias más políticas.

La apertura de fronteras que supone la aplicación del Tratado de Schengen tanto en Polonia como en la República Checa, así como en otros países de la zona, supone en principio un paso decisivo en el proceso de integración europea de esos Estados, que se completará con la adopción del Euro como la moneda nacional respectiva. “Alemania es vista por sus vecinos orientales como motor de la modernización de la zona (…) sin embargo, muchos países no le permiten a olvidar su pasado” Todo ello incide en un país como Alemania (frontera durante la guerra fría), que vuelve a tener parte del papel central que tenía antes de la II Guerra Mundial, tanto por geografía, como por influencia económica y, aunque menor, también en cuanto a su creciente influencia política. Para Alemania, esos cambios afectan a su propia idiosincrasia como país, en la medida en que su refundación en la postguerra y tras la caída del Muro de Berlín se hizo huyendo de esa centralidad, tan cara para la historia alemana. Los alemanes, además, se acostumbraron a vivir tras el conflicto sin los lazos históricos que tenían con la Europa central y oriental. Una vez diluido el Bloque Soviético han tenido que aprender desde finales del siglo XX a relacionarse de nuevo con esos países. La desaparición a efectos prácticos de las fronteras va a acelerar en todos los sentidos las relaciones de Alemania con todos ellos.

ESCALÓN ECONÓMICO

En la nueva interacción que viene a promover la aplicación en la zona del Tratado de Schengen juegan elementos positivos y negativos. Por un lado, Alemania es vista por sus vecinos orientales como motor de la modernización de la zona e impulsor político de su entrada en las instituciones occidentales. El peso de la historia, sin embargo, sigue contando en la medida en que muchos países no le permiten a Alemania olvidar su pasado.

La magnitud de lo alemán se ha convertido, además, en una nueva fuente de recelos hacia Berlín. Bien es cierto que por su peso económico (la mayor economía de la Unión Europea), por su importancia política (el país con mayor voto ponderado dentro de la UE tras el Tratado de Niza) y por su volumen demográfico (el país más poblado de la UE), Alemania es más grande que cualquier país de la región e incluso que el conjunto de todos ellos. La opinión pública checa y, sobre todo polaca, parecen ser particularmente sensibles a esa cuestión. “En 2001, Alemania compró ya el 34,4 por ciento de las exportaciones polacas y aportó el 24 por ciento de sus importaciones, en una tendencia que no ha hecho sino crecer desde entonces” Prueba de ello es el discurso anti-alemán instalado en organizaciones como el Partido de la Ley y la Justicia (Prawo i Sprawiedluwosc –PiS–) de los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski, en Somobroona, o en la Liga de las Familias, que formaron los tres la anterior coalición de Gobierno. Tampoco ha ayudado al mejor entendimiento germano-polaco las polémicas creadas por algunas declaraciones del actual presidente polaco, Lech Kaczinsky, y del anterior primer ministro, su hermano Jaroslaw. Por encima de esos aspectos más personales, buena parte de esos recelos se explican por el desequilibrio entre ambos países.

Alemania es vista por sus vecinos como mucho más grande, incluso desde el punto de vista psicológico. Aunque se ha atemperado bastante en la última década, el escalón económico que supone la frontera germano-polaca que ahora se diluye no ayuda a que desaparezca del todo la desconfianza. Según cifras del Banco Mundial, la República Federal de Alemania era 12,5 veces más rica que Polonia en el año 1990, al caer el Telón de Acero, y lo era sólo 5,5 veces más en el año 2000, considerada entonces Alemania en su conjunto tras la unión de los Estados alemanes de la guerra fría. A pesar de la reducción, se trata todavía de una diferencia considerable. La evolución de las relaciones económicas entre los dos países en los últimos años contribuye también a formar esa imagen. Alemania ha pasado a ser el primer socio comercial de Polonia, de forma que los intercambios de bienes y servicios con ese país representan cerca del 30 por ciento de todo el comercio exterior polaco. En 2001 (tres años antes del ingreso formal de Polonia en la UE), Alemania compró ya el 34,4 por ciento de las exportaciones polacas y aportó el 24 por ciento de sus importaciones, en una tendencia que no ha hecho sino crecer desde entonces. Alemania se ha convertido en estos años, además, en su segundo inversor extranjero, por detrás de Estados Unidos.

El incremento de la presencia alemana en Polonia no ha sido, sin embargo, exclusivo de ese país, ni se ha producido de forma súbita. Ha afectado casi en igual medida a otros países de la Europa central, en un fenómeno al alza que viene produciéndose de manera sostenida desde los últimos años del siglo XX. “La europeización de Europa central y oriental se trata en ciertos aspectos más de una germanización”

Y si bien en 1980 las importaciones que los países de Europa central en su conjunto hacían de la RFA suponían un 4,6 por ciento de sus importaciones totales y las exportaciones estaban en torno al 4 por ciento, las cifras no han hecho sino crecer desde entonces. Hoy, con los países de la Europa central dentro de la UE, Alemania es el destino de entre un tercio y un cuarto de las exportaciones totales de esos países. En sentido contrario, las exportaciones alemanas hacia esos países son de aproximadamente un 10 por ciento del total de su volumen exportador, similar a las que tienen por destino Estados Unidos.

Estas cifras dan cuenta de la importancia no sólo económica, sino política, que tiene cada vez más para Alemania esa zona de Europa, lo que se incrementa todavía más con la desaparición práctica de las fronteras internas en la región. Para los críticos con el peso de Alemania, todo eso hacer pensar que la europeización de Europa central y oriental se trata en ciertos aspectos más de una germanización. La eliminación ahora de las barreras y de los controles fronterizos con la aplicación del Tratado de Schengen, según ese análisis, va a favorecer todavía más la tendencia.

NUNCA ACTUAR SOLO

La creciente influencia de Alemania en la zona, favorecida por todas esas circunstancias no se produce, sin embargo, de forma dirigida desde Berlín y ni siquiera deseada en esos términos históricos. A favor de la nueva Alemania cabe decir que tras la caída del Muro de Berlín ha utilizado el mismo método empleado por la RFA de la postguerra para volver al escenario internacional: no actuar jamás sola y afianzar, por el contrario, su compromiso con instituciones colectivas como la Unión Europa y la Alianza Atlántica. Aunque hay que hacer notar cierta tendencia de la política exterior alemana durante los últimos años (sobre todo, pero no sólo, durante el Gobierno de Schroeder), que le hace actuar de forma más unilateral e independiente en sus relaciones precisamente con los países de la Europa central y oriental y con Rusia.

La desaparición a efectos prácticos de las fronteras internas europeas en esa zona del continente va a reforzar, por tanto, el papel central de Alemania, al tiempo que va a ayudar a que se acelere el proceso de integración de esos países. En la medida en que todo ello ayude a deshacer los desequilibrios económicos y políticos de la zona, se contribuirá a un reforzamiento de la Unión Europea y al renacer de la prosperidad en la Europa central y oriental.

Fuera de esos cauces, la medida puede suponer un reforzamiento de un rol hegemónico de Alemania, lo que despierta enormes recelos entre sus países vecinos y ni siquiera es pretendido ni por los políticos de Berlín ni por la opinión pública alemana.