uribe-bush.jpg

La política (en singular) de seguridad nacional está llamada al fracaso, dice el autor. Colombia debe resolver los dilemas que la atraviesan, pero sin que se oscurezca su futuro por las falacias tejidas alrededor de un tema sensible (y vendible) para los colombianos, como es su conflicto con las FARC.

(Desde Bogotá) QUIENES DEBEN ENTENDER LA REALIDAD que vive el mundo actual no la quieren entender. Pero ahí están, contra toda evidencia, los ejemplos que demuestran cómo van las cosas. Ni las argucias de algunos dirigentes, ni la bien labrada campaña de desinformación de los medios (orquestada con los mejores recursos técnicos existentes) ni la demostración del poder económico, pueden contra la verdad verdadera. La mentira se sostiene por un tiempo, incluso por un largo tiempo, pero en el momento en que se descubre produce efectos mortales. Irak y Afganistán son el ejemplo más sonado de los últimos tiempos, pero no el único. Y Estados Unidos y sus aliados lo saben muy bien. Y ahora tienen miedo.

Desde hace décadas nadie gana una guerra. Y nadie volverá a ganar una guerra. “Antes de la tragedia que vivió Estados Unidos con el 11 de septiembre, y de las funestas ocupaciones de Irak y de Afganistán, el mundo creía saber qué era la seguridad” Se podrán ganar batallas, pero ellas nada dicen ni predicen. Ahora, cuando los ejércitos han alcanzado la perfección, las batallas tienen otros frentes y otras posibilidades. Se convierte en una derrota un número grande de muertos, una derrota son las ruinas que quedan, una derrota militar puede ser ahora un éxito inesperado. El Partido Popular en España probó con creces (ora multiplicadas) esta afirmación. Y el mundo está al tanto. Y lo están muchos dirigentes y según como lo traten podrán o no comprometer su futuro y su prestigio. Ya no es sólo ganar unas elecciones en las urnas, con un número amplio de sufragios. El verdadero éxito va más allá de ciertas premisas existentes sobre el triunfo. Y, además, es preciso juzgar que el triunfo no es el éxito.

EL CONCEPTO DE SEGURIDAD

Antes de la tragedia que vivió Estados Unidos con el 11 de septiembre, y de las ocupaciones de Irak y de Afganistán, por citar un ejemplo, el mundo (sobre todo el mundo poderoso), creía saber qué era la seguridad. “No es simple y sistemático el recurso de algunos dirigentes de hablar de seguridad como de un concepto plano. Desconocen ciertos valores que median los significados” Esa especie de galimatías que servía para vender progreso. ¿Qué es la seguridad? Una pregunta difícil para estos tiempos. ¿Dónde se está más seguro? ¿Cuál es el medio más seguro para viajar? O, ¿cuál es la forma más segura de invertir? Y si al sustantivo seguridad le agregamos adjetivos, es más delicado establecer, por lo menos con cierto rigor, su verdadera fuerza. Seguridad democrática, por ejemplo, puede hacernos pensar que también hay seguridad antidemocrática, o que también hay inseguridad democrática. O si es seguridad nacional, también puede existir inseguridad nacional o seguridad internacional.

Hasta este momento se trata de una simple disquisición retórica o lingüística. Pero ella va más allá de la simpleza semántica para constituirse en un problema político (en un grave problema político), y la política (o los políticos) se alejan cada día más del análisis gramatical, de la lógica (de la pragmática), si ustedes quieren llamarla así. Quiere decir que no es simple y sistemático el recurso de algunos dirigentes de hablar de seguridad como de un concepto plano. “Volver al caso de Irak y de Afganistán es apenas descubrir la mitad de una burda mentira del gobierno estadounidense. Una burda mentira que le va a costar muy caro” Desconocen ciertos valores que median los significados. Valores, por ejemplo, neurológicos, por sólo citar un caso. Y esos son valores de la cultura contemporánea (y también de otras culturas), que al mismo tiempo reconocen ciertos niveles de elaboración que, además, pueden precisar el carácter y la dimensión real (no metafórica) de un concepto.

La seguridad nacional, por ejemplo, la que piensa el común de los ciudadanos, tiene que ver con la no existencia de delincuentes, de injusticias, de desmanes. Su dimensión significativa alcanza incluso criterios religiosos e ideológicos. Es seguro un país en el cual todos puedan opinar y pensar como quieran. No sería seguro un país en el cual asesinan a los sindicalistas, a los homosexuales. Ni sería seguro un país en el que hay desempleo. En el inconsciente colectivo no hay seguridad si eso pasa.

SOBRE FALACIAS Y FRACASOS

Al mismo tiempo, ese inconsciente colectivo puede considerar que hay seguridad cuando se tiene acceso a todo lo que se necesita, desde una perspectiva individual o comunitaria, aunque todos vean y oigan que los demás no están seguros o no disfrutan de la citada seguridad. “Era más seguro para los estadounidenses (una paradoja increíble) el Irak de Sadam Hussein, que el país ocupado que es hoy” Una falacia desde varios puntos de vista. Una falacia que manejan con cierta desvergüenza los medios de comunicación que perfeccionan sus mensajes publicitarios, por ejemplo, fundados en la seguridad individual y no en la colectiva. ¿Qué sería, por lo tanto, comprar un teléfono seguro? ¿Por qué se destaca la seguridad en el uso de unas toallas higiénicas?

Es notorio, por lo tanto, el fracaso de la política (¿o las políticas?) de seguridad. Volver al caso de Irak y de Afganistán es apenas descubrir la mitad de una burda mentira del gobierno estadounidense. Una burda mentira que le está costando, que le va a costar muy caro. Imaginar que Irán e Irak se amisten, para hablar de una posibilidad ya no tan remota, ¿podría entonces constituirse en un problema de seguridad nacional? “¿Vale la pena, para la seguridad nacional, combatir a sangre y fuego a los guerrilleros y llegar a acuerdos con los paramilitares? ¿Es la seguridad de Estados Unidos, o la de Colombia, o las de los países vecinos la que peligra?” ¿De seguridad nacional para quién? Si el narcotráfico es un problema de seguridad nacional para Estados Unidos o para la Unión Europea, ¿por qué ahora con la inmensa presencia militar en Afganistán ha crecido el mercado de la heroína? ¿No era más seguro el Afganistán de los talibanes que el Afganistán actual? Era más seguro para los estadounidenses (una paradoja increíble) el Irak de Sadam Hussein, que el país ocupado que es hoy.

Y en América Latina también se enreda (o desenreda) la madeja de la seguridad estadounidense con el gravísimo conflicto que vive Colombia, por citar un caso digno de mención. Y vienen las preguntas que muchas personas se hacen ¿Son más seguros los terroristas paramilitares que los terroristas guerrilleros? ¿Vale la pena, para la seguridad nacional, combatir a sangre y fuego a los guerrilleros y llegar a acuerdos con los paramilitares? ¿Es la seguridad de Estados Unidos, o la de Colombia, o las de los países vecinos la que peligra?

WASHINGTON COMO AGRAVANTE DEL CONFLICTO DE COLOMBIA

“La crisis de Colombia tiene tanto de largo como de ancho. Se ha convertido en un problema para el continente. Un agente externo la ha complicado y agravado: la injerencia estadounidense” Habrá que pensar en fórmulas que puedan generar cierta confianza en todos los sectores en conflicto. La seguridad no puede ser excluyente, ni ser el patrimonio de unas mayorías o de unas minorías fuertes. Para que sea realmente efectiva (y creativa) debe cubrir a todos los ciudadanos, incluso a los malos ciudadanos. Juicios justos, respeto a la vida, a la dignidad, a los derechos humanos. La seguridad no puede ser racista, ni religiosa, ni sexual, ni ideológica. Es una garantía universal. La seguridad no necesita adjetivos, ella sola tiene todos los sentidos que se precisan para entenderla, para asumirla.

La crisis que vive Colombia tiene tanto de largo como de ancho. No sólo hay una crisis interna de proporciones inimaginables, sino que ella se ha prolongado de tal forma que hoy se ha convertido en un problema para el continente. “Estados Unidos necesita nuevas reservas no sólo de petróleo: de agua, alimentos, otros minerales fundamentales en el desarrollo técnico y científico” Y un agente externo la ha complicado y agravado: la injerencia estadounidense.

Una injerencia grave por cuanto no se propone ayudar a resolver el conflicto sino que se interesa en extenderlo para concebir su estrategia de supervivencia con la disculpa de la tan difundida tesis de la seguridad nacional. No son los simples esquemas de la intensidad de los problemas, sino los alcances económicos que tienen las zonas del mundo donde éstos se presentan. Estados Unidos necesita cuidar y crear nuevas reservas no sólo de petróleo, sino de agua, de alimentos, de otros minerales fundamentales en el desarrollo técnico y científico.

UN CABALLITO DE PELEA QUE SE COBRA VIDAS EN TODO EL MUNDO

“Las terroríficas bombas lanzadas por la aviación estadounidense y sus aliados sobre Bagdad también producen muertos y heridos” Si Colombia y sus vecinos no fueran inmensamente ricos no estarían en la mira de ninguna potencia ni de ninguna economía fuerte del mundo. Sólo serían objeto de la ayuda caritativa de los ricos y nada más: no habría Plan Colombia ni Plan Patriota, ni habría que pelear por la firma de un TLC. Si Sadam Hussein sólo hubiera cultivado patatas estaría en el poder y a nadie le habría importado que violara los derechos humanos, ni que fuera un dictador sanguinario. Entonces la seguridad nacional es un galimatías al que le han agregado con desaforado ímpetu, de un tiempo para acá, el macabro tema del terrorismo.

Y del terrorismo hablan Bush y Putin, Rodríguez Zapatero y Rajoy, Chávez y Uribe, los palestinos y los israelíes. Un caballito de pelea que mientras tanto cobra la vida de miles de personas en todo el mundo. “Hace unos 50 años era el comunismo, ahora es el terrorismo, con los agravantes semánticos que tiene cuando el término se convierte en un adjetivo” Las terroríficas bombas lanzadas por la aviación estadounidense y sus aliados sobre Bagdad también producen muertos y heridos. Los misiles de los palestinos contra los israelíes cobran la vida de personas de carne y hueso, incluidos niños, mujeres y ancianos, no importa que religión profesen, ni que piensen cuando mueren.

Si hiciéramos un recuento de las tantas veces que se pronuncia hoy la palabra terrorismo, ella le gana a palabras como democracia, justicia, bienestar, derechos humanos. Hace unos 50 años era el comunismo, ahora es el terrorismo, con los agravantes semánticos que tiene cuando el término se convierte en un adjetivo. Otro problema lingüístico sobre el que es recomendable tener cuidado.

El terror, del que deriva el terrorismo, no puede ser exclusivo de quienes tienen el poder económico y militar. Los bombardeos sobre Afganistán o Irak, son tan terroríficos como los que realizó la Rusia comunista, o como los atentados de Luis Posada Carriles o los de Pablo Escobar Gaviria, el ya legendario narcotraficante colombiano.

LA VERDAD VERDADERA

“Reconocer que la crisis es el resultado de una política mal elaborada y que la solución no es a sangre y fuego es el primer avance positivo para consolidar una democracia segura” Ahora, y para concluir esta primera parte, sólo podemos asegurar que la política (no las políticas) de seguridad nacional están llamadas al fracaso. Ésta no se han tejido con honestidad, ha propiciado un manto de impunidad y de deslealtades, no promueve consensos, no es justa con todos, y con frecuencia busca aniquilar a un presunto enemigo (reconocido) y con ello se extiende el problema de seguridad a otros rangos a otras fronteras. Colombia debe resolver, y muy pronto, los dilemas que la atraviesan. Pero debe hacerlo de tal forma que no se oscurezca el futuro por las falacias que se construyen alrededor de un tema sensible (y vendible) para los colombianos.

Las alianzas interesadas con algunos oscuros promotores del conflicto no son la mejor carta de presentación. Reconocer, por tanto, que la crisis es el resultado de una política mal elaborada y que la solución no es a sangre y fuego es el primer avance positivo, es la búsqueda de consolidar una democracia segura, sin más adjetivos que los que ella tácitamente reúne.

Desconocer, por ejemplo, los fracasos en la lucha contra las drogas, o los apuros que viven amplios sectores de la sociedad colombiana y querer achacarlos a otros es propiciar la inseguridad y trabajar al lado del terrorismo. No es un problema retórico, es histórico, y sólo los seres humanos (y que se entienda el término humano) resuelven esos problemas. Ésa es la verdad verdadera.