kirchnerenproblemasdos1.jpgLos Kirchner –presidenta de la Nación y presidente del Partido Justicialista– enfrentan una transversalidad inesperada: la de una oposición inorgánica pero visible, con los estilos, retóricas y lógicas clásicas del decisionismo presidencial, el verticalismo partidista y la ortodoxia gubernativa, en materia política y económica, explica el autor.

(Desde Buenos Aires) POCAS COSAS SOPORTAN menos los líderes políticos que encontrarse prisioneros de sus palabras y sus actos; víctimas de sus propios movimientos, fichas de un tablero en un juego que no logran dominar, que se mueve según sus propias reglas y no las que ellos imponen.

Muchas veces sienten que protagonizan los hechos, que inauguran un nuevo tiempo histórico merced a su extraordinaria voluntad política y clarividencia; pero muchas veces también son apenas actores interpretando –mejor o peor– un relato que obedece a una dinámica que los sobrepasa y que depende de otros factores. «La pregunta es quién representa lo viejo y quién lo nuevo ahora en la política argentina»

El ex presidente Néstor Kirchner tuvo el acierto de instalar la idea de la transversalidad política en Argentina como motor para volver a poner en marcha el sistema de partidos tradicional que había estallado con la crisis del 2001. La idea le permitió construir primero su propia gran base de apoyo al liderazgo presidencial atrayendo figuras y sectores políticos provenientes de distintas extracciones partidarias y sociales y luego conquistar el liderazgo del Partido Justicialista, que se había transformado en un gran cascarón de proa derruido en las costas y abandonado por sus viejos capitanes.

INVERSIÓN DE ROLES

Las ironías y astucias de la historia muestran una inversión de los roles, transcurridos tres meses de desgastante conflicto Gobierno vs. Campo y seis meses de más que complicada presidencia de Cristina Fernández Kirchner cuando tenía todo para ganar: «A veces, las formas de las políticas –en modo en que se elaboran, se deciden, se aplican y se transmiten– son tan o más importantes que los contenidos» Néstor Kirchner al frente del Partido Justicialista, con el apoyo de su estructura tradicional y su representación orgánica (un consejo partidario conformado por gobernadores, intendentes, dirigentes con base territorial y gremialistas) frente a una constelación transversal de fuerzas y figuras opositoras que atraviesan sus sellos originarios y confluyen en su oposición al oficialismo.

El gobierno que levantó las banderas de la movilización popular y el ejercicio de la participación ciudadana, y que defendió, con notable valentía, el derecho a la protesta por sobre otros derechos como el de libre tránsito, cuando se trataba de los piquetes y cortes de calles protagonizados por organizaciones populares y nucleamientos de desocupados, se ha encontrado de repente con una extendida movilización de base en el interior del país, iniciada por productores agropecuarios y extendida como válvula de escape del enojo de las clases medias urbanas y rurales con las políticas y estilos presidenciales.

¿UN PARTIDO DEL CAMPO?

La pregunta es quién representa lo viejo y quién lo nuevo ahora en la política argentina. El texto de la Carta Abierta firmada por 1500 intelectuales, que reproduce un lector en este blog, se anima a llamar a esta espontánea y latente coalición opositora como una nueva derecha que se inviste con el ropaje de la racionalidad ciudadana, adopta los giros de lenguaje y los deseos más significativos de una opinión colectiva sin la libertad última para ver que encarna los miedos de una época despótica y violenta. En una nota anterior, quien esto firma se preguntaba si no se estaba ante la semilla de un posible partido agrario en el país, edificado sobre el vacío que dejaron los partidos tradicionales. Ahora, esa hipótesis va adquiriendo visos más explícitos. El diario La Nación lo explica así en un editorial:

A lo largo de nuestra historia, la falta de un auténtico partido de oposición determinó que en muchos casos el imaginario colectivo se sintiera impulsado a reconocer como virtual fuerza política opositora a los más insospechados sectores de la sociedad. Así ocurrió en distintos momentos de nuestro pasado con la Iglesia, con la Universidad, con las organizaciones sindicales y, en ocasiones, con los grupos económicos que mantenían alguna disputa más o menos ruidosa con el poder (nota del autor: se omite, curiosamente, recordar a las Fuerzas Armadas, protagonistas de tantos golpes de Estado).

En las últimas semanas, fue evidente que el sector rural ocupó ese estratégico lugar. El «partido del campo», por llamarlo así, cosechó las preferencias y simpatías de los sectores independientes y fue percibido por muchos argentinos como el núcleo de oposición más vigoroso y más representativo frente a un oficialismo ávido de acumular poder (Editorial del Diario La Nación, sábado 14/6).

En el reverso de la historia deseada por Kirchner, un Gobierno con políticas progresistas, respaldado por un peronismo comprometido y movilizado como representante de las mayorías populares frente a minorías privilegiadas o más aventajadas pero incapaces de articularse como fuerza política, la trama viró en otra dirección y nos muestra, en esta secuencia, a un Gobierno a la defensiva, conservador en sus prácticas, acusando de desestabilizadoras a las protestas y necesitado de apelar a la Gendarmería para despejar por la fuerza las rutas cortadas, frente a un estado de activismo ciudadano que se confunde con el reclamo específico de las entidades agropecuarias que motivó este vendaval.

OPOSICIÓN INORGÁNICA PERO VISIBLE

Así las cosas, los Kirchner –presidenta de la Nación y presidente del Partido– enfrentan una transversalidad inesperada –la de una oposición inorgánica pero visible– «La presidenta invocó la necesidad de acuerdos sociales y económicos con los sectores productivos, precisamente lo que le reclama el agro» con los estilos, retóricas y lógicas clásicas del decisionismo presidencial, el verticalismo partidista y la ortodoxia gubernativa, en materia política y económica.

Acaso no esté tan mal el resultado, en tanto coloca el foco del conflicto en cuestiones como la ecuación crecimiento=distribución, imposición fiscal=asignación de recursos y los fuertes desequilibrios existentes en la relación entre Ejecutivo y Parlamento, entre la Nación y las provincias que derivan en centralismo y concentración del poder.

Todo eso está sobre la mesa de discusión planteada, pero falta que los actores se sienten ahora a esa mesa. Y a pesar de haberlo estimulado inicialmente, la paradoja es que el Gobierno puede perder ese debate.

ENTREVERSO FINAL

«A veces, las formas de las políticas –en modo en que se elaboran, se deciden, se aplican y se transmiten– son tan o más importantes que los contenidos» La presidenta Kirchner hizo campaña invocando la necesidad de acuerdos sociales y económicos con los sectores productivos, precisamente lo que ahora le reclaman las entidades del agro. Al anunciar un paquete de medidas para resolver el conflicto, rememoró desafiante las palabras de Raúl Alfonsín cuando sofocó la rebelión de los militares carapintadas en 1987: yo no voy a decirles «la casa está en orden», dijo Cristina y no tenía, realmente, razones para hacerlo.

Pero al día siguiente, las dos palabras que pronunciaron sus voceros evocaban la misma desafortunada respuesta, proclamando una vuelta de página y un punto final al conflicto con el campo. Los días subsiguientes mostraron lo contrario, una vuelta más en la espiral ascendente de esta confrontación que tuvo epicentro en la ciudad de Gualeguaychú, con la detención del dirigente agrario Alfredo De Angeli y otra ola de cortes de ruta y cacerolazos seguida de una prórroga más del paro agropecuario. Mientras tanto, las relaciones entre mayorías y minorías en el seno de la sociedad pueden moverse del eje sobre el que estuvieron situadas hasta el presente.

Hay lecciones inmediatas de este gran entrevero sin final a la vista. Las crisis brindan siempre una oportunidad. Y a veces, las formas de las políticas –en modo en que se elaboran, se deciden, se aplican y se transmiten– son tan o más importantes que los contenidos de esas políticas. La propia dinámica del juego democrático coloca a los protagonistas principales en su debido lugar, más allá de su voluntad. Y a veces, estos terminan siendo víctimas no solo de sus errores sino también de sus propios éxitos.