rusosgeorgia.jpgEl conflicto entre Georgia y Rusia nos hace experimentar una vez más que en pleno siglo XXI –el mismo de Internet, la carrera espacial, del iPhone y otros ingenios asombrosos– la civilización, igual que en otros momentos históricos, se muestra con crudeza y con los mismos apetitos que han desencadenado otras tantas guerras: la ambición de poder y de hegemonía económica y militar.

(Desde Santiago de Chile) LA GUERRA QUE PROTAGONIZARON Moshe Dayan y Gamal Abdel Nasser en 1967, recordada universalmente como la Guerra de los Seis Días, impactó a la comunidad internacional por su crudeza, por el despliegue tecnológico –para la época– de los contendores y, sobre todo, por poner en evidencia que las fronteras políticas nada garantizan y, siempre, son potencialmente modificables conforme a los diversos escenarios del orden mundial.

La sociedad israelí, peregrina impenitente, nómada del devenir histórico, logra, en medio de un complejo entramado político militar, hacerse de las tierras del actual Estado de Israel, apenas un par de años de concluida la Segunda Guerra Mundial. De ahí –Guerra de los Seis Días mediante– hasta la actualidad, el área árabe-israelí ha sido un constante escenario de escaramuzas y combates. «Georgia es plataforma de emplazamiento de un conducto del que depende en medida superlativa el grado de poder entre Estados Unidos y Rusia» Probablemente siga siendo una zona de inestabilidad, más aún cuando el ingrediente religioso marca fuertes diferencias entre las partes, poniendo el acento también en la pugna de la fe.

El conflicto, aún entre los estertores del término, entre Georgia y Rusia, nos hace experimentar una vez más que en pleno siglo XXI –el mismo de Internet, la carrera espacial, del iPhone y otros ingenios asombrosos– la civilización, igual que en otros momentos históricos, se muestra con crudeza y con los mismos apetitos que han desencadenado otras tantas guerras: la ambición de poder y de hegemonía económica y militar.

LOS ACTORES Y SUS POSTURAS

Bajo el invisible manto del escudo antimisiles impulsado por Estados Unidos y la herencia imperial de Rusia, Georgia es plataforma de emplazamiento de un conducto del que depende en medida superlativa el grado de poder entre la nación norteamericana, que se ha acostumbrado a extender sus brazos en todo el orbe, y la Rusia que evoca aún, aunque trata de no hacerlo patente, el gran e indiscutido poder mundial que tuvo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

«Tiflis versus Moscú con ópticas centristas interpretan cada movimiento de sus fuerzas como acciones de protección de sus derechos soberanos» La URSS, hoy fragmentada en tantas naciones, con sus propios conflictos intestinos, parece no ceder. Por momentos nos parece seguir sintiendo los latidos de la bipolaridad que caracterizó al mundo durante más de treinta años.

Por su parte, Estados Unidos, insistiendo sin cesar, despliega sus propios esfuerzos por establecer una unipolaridad sin contrapesos; usando su poder militar e influencia económica, no se detiene en su afán de ser parte de escenarios políticos externos, aun cuando se encuentran en las antípodas territoriales.

La Liga de las Naciones, al dejar su sitio a la Organización de las Naciones Unidas, insufló una nueva esperanza al mundo, que aparentemente cansado de guerras y de desequilibrios constantes de la paz, parecía ver en la ONU un instrumento para apoyar la vocación pacifista que se desprendía aun de los más encendidos discursos de los principales lideres mundiales.

Sin embargo, hubo un Vietnam, una época de dictaduras en América Latina, una operación Tormenta del Desierto, «Las víctimas que pierden las vidas o deben sobrellevar una vida de luto son la única verdad que debe hacernos reflexionar sobre el futuro de la civilización» la Guerra de Irak con la caída del antiguo aliado de los Estados Unidos, Saddam Hussein, y el escenario surrealista existente en la actualidad en el proceso de ocupación estadounidense.

Las interpretaciones del conflicto, por parte del presidente de Rusia Dimitri Medvedev, apoyadas a rajatabla por el primer ministro Putin compiten con las del presidente de la república de Georgia, Mijail Saakashvili, por ganarse las simpatías o adhesión de la opinión internacional.

Triblisi versus Moscú con ópticas centristas interpretan cada movimiento de sus fuerzas como acciones de protección de sus derechos soberanos, representativas de sus autonomías y autodeterminación. Probablemente los ciudadanos de a pie de Abjasia y Osetia del Sur opinen algo muy diferente, sentados alrededor de las urnas de sus caídos.

LA ÚNICA VERDAD

Como sucede a menudo, los habitantes de naciones en conflicto representan el costo civil y humano de las conflagraciones. Para los estadistas son parte de los grandes números. Para los generales las más de las veces no existen, pues en sus mapas no ven personas, sino montañas, ríos, puentes y desfiladeros, a través de los cuales podrán desplegar sus fuerzas para materializar sus tácticas y estrategias.

Ellos se sienten depositarios de la alta misión de defender sus soberanías e intereses nacionales, los hombres y mujeres que caen, en uno y otro lado, jamás podrán comprender esta lógica pretoriana.

Desde una mirada histórica amplia, hemos avanzado en el tiempo –y seguimos haciéndolo– entre la paz y la guerra. La palabra de los hombres exhorta a la paz, aunque para alcanzarla haya que esgrimir las armas. Éste es el sinsentido del actuar humano. Es cierto que la fuerza puede emplearse legítimamente para apagar focos que atenten contra el equilibrio pacífico. No es menos cierto que, los innegables apetitos hegemónicos, también la invocan para sus propósitos.

Al final, las víctimas que pierden las vidas o deben sobrellevar una vida de luto, por pérdidas de seres queridos o partes de sus cuerpos, son la única verdad que debe hacernos reflexionar sobre el futuro de la civilización.