mccain-obama.jpg

Lo que ha entrado en crisis no es únicamente la economía mundial, como sucedió en los años 90, sino que se cuestiona un modelo completo. A pesar de que la campaña electoral se ha vaciado de contenidos, es Barack Obama quien proyecta más soluciones para el cambio que se avecina.

(Desde Madrid) UNA DE LAS CONSECUENCIAS más remarcables de la crisis que azota el mundo entero, es el vaciamiento de la campaña electoral norteamericana. Desde el punto de vista argumentativo y programático no había ido muy allá y ésta era una crítica permanente que se intercambiaban no sin razón los dos candidatos principales, así como muchos comentaristas. En Estados Unidos y en la mayoría de países democráticos la perentoria necesidad de los aspirantes a cargos electos de ganarse los sectores de votantes tibios, centristas, moderados, irresolutos o indecisos, les empuja sistemáticamente a evitar compromisos muy concretos y a aligerar los programas electorales. Y si hace falta, a lanzar mensajes contradictorios para satisfacer a unos y otros y no pillarse demasiado los dedos. «Más que un contrato, que es lo que significa en definitiva un programa, se buscaba un depósito de confianza, fiándolo todo al crédito del candidato elegido»

Se partía, pues, de un nivel de promesas bajo y sólo la duración de la campaña y una paciente labor de búsqueda en los discursos, las entrevistas y los debates permitía a los más interesados reconstruir algo parecido a un programa, y no en todos los temas, ni mucho menos. Por lo tanto, el grueso de la controversia era de corte personalista y de imagen, buscando la consolidación de un carisma propio que lo englobara todo, lo concreto y lo vaporoso. Bien es verdad que en la psicología política de los norteamericanos, al revés que los europeos, determinados aspectos como el entorno de cada candidato, y concretamente el familiar, y su conducta privada pesan mucho como aval de sus compromisos y reflexiones, como recuerda acertadamente Celeste López. La trayectoria de Sarah Palin lo ha demostrado hasta la saciedad.

LA PALABRA ES IMAGEN

Más que un contrato, que es lo que significa en definitiva un programa, se buscaba un depósito de confianza, fiándolo todo al crédito del candidato elegido. Barack Obama basó la aceptación de sus promesas de cambio sin especificar bien cual era este cambio más allá de diferenciarlo de la gestión del presidente Bush. John McCain, por su parte, puso como garantía simplemente sus valores patrióticos y la seguridad de que con él no habría aventuras socializantes. «Signo de este enredo monumental fue la actitud de McCain: primero se opuso al plan, después lo apoyó y en el segundo debate con Obama propuso destinar otros 300.000 millones para comprar hipotecas» Para explicar su apoyo a Obama, el New York Times decía el 23 de octubre que ha crecido como líder y ha transformado en reales sus promesas de esperanza y de cambio, o que se ha ganado legiones de nuevos votantes con mensajes poderosos de esperanza y llamadas al sacrificio compartido y a la responsabilidad social, o que ha mostrado tener la cabeza fría y un juicio sensato. Creemos que tiene los deseos y la habilidad para forzar el consenso político necesario para encontrar soluciones a los problemas de este país.

Líder, promesas de esperanza y cambio, sacrificio compartido, responsabilidad social, cabeza fría, sensatez, consenso, etcétera, esto es lo que ofrece Obama en lugar de planes. Igualmente para el Washington Post su alejamiento de McCain fue debido a que la imagen que ha proyectado está lejos de proporcionar seguridad. Imagen, ésta es la palabra.

Sin embargo, la crisis no ha dejado ni eso, desde el momento en que los grandes defensores del neoliberalismo en el poder, empezando por el propio presidente Bush, han adoptado las odiadas fórmulas keynesianas y han acudido a un intervencionismo descarnado del Estado, revalorizando las ideas hasta ahora rivales. En cualquier caso, la confusión también es global y no afecta sólo a las medidas ya adoptadas, especialmente el famoso plan de rescate de 700.000 millones de dólares. Signo de este enredo monumental fue la actitud de McCain que primero se opuso al plan, después lo apoyó y en el segundo debate con Obama el 7 de octubre propuso incluso destinar otros 300.000 millones para comprar hipotecas impagadas.

UN FUTURO DESCONOCIDO

Y con ser esto grave, no es lo peor. Lo peor, reconoce todo el mundo, probablemente está por venir. «Sin saber ni siquiera donde estamos ni qué es lo que realmente se hunde, resulta difícil hacer promesas electorales creíbles, acertadas y que comprometan de verdad» Habrá que tomar grandes y con seguridad dolorosas decisiones que nadie se atreve a pronosticar y mucho menos los candidatos en plena búsqueda de votos. Los analistas de la crisis no van más allá de constatar que como mucho se ha frenado su deriva financiera. Por lo demás, las fuertes oscilaciones bursátiles o las tremendas dificultades por las que atraviesan algunos países, hacen inciertas las previsiones a corto o medio plazo. En una palabra, nadie sabe con exactitud qué es lo que va a suceder.

Y no se trata tan sólo de hacer prospectivas económicas, sino de reconstruir valores, tendencias y comportamientos sociales y políticas válidas. Lo que ha entrado en crisis no es únicamente la economía mundial, como sucedió en los años 90, sino que se cuestiona un modelo completo, aunque algunos todavía defienden la validez de un prototipo de gestión, de ejecutivo o de directivo, volcado hacia el riesgo y el dinero rápido (y fácil), referencia que en los últimos años arrastró en una locura global a las clases medias norteamericanas, europeas, asiáticas, árabes, latinoamericanas, etc. «Obama, dice el New York Times, ofrece más posibilidades y más abiertas para el cambio que se avecina Habrá que rebobinar, nos dicen ya, sin precisar hasta donde ni hacia donde ir a continuación. Sin saber ni siquiera donde estamos ni qué es lo que realmente se hunde, resulta difícil hacer promesas electorales creíbles, acertadas y que comprometan de verdad.

Barack Obama, el favorito de momento, presume con buenas razones de tener un equipo económico en el que figuran muchos antiguos colaboradores del ex presidente Bill Clinton (Bob Rubin, Larry Summers, Paul Volcker, Laura Tyson, Gene Sperling, Dan Tarullo, etcétera), pero a los medios, a la calle no trascienden consignas nítidas sobre lo que se puede y se debe hacer para poner orden a este descomunal desbarajuste. Teniendo en cuenta, además, que lo que se decida tiene que pasar por fuerza por la resolución de conflictos enquistados desde hace décadas, desde la pobreza y las agresiones al medio ambiente, hasta la lucha efectiva contra el crimen organizado y sus aliados los paraísos fiscales.

SE VENDE CONFIANZA

Por todo ello, esta campaña se ha ido vaciando desde la vuelta del verano y se ha ido haciendo más y más personalista, a lo cual ha contribuido no poco la desacomplejada estrategia de McCain y sobre todo de Sarah Palin, tal como demuestra el demoledor comentario de Jon Meachan sobre Sarah Palin (The Palin Problem) por cierto rebatido por Karl Rove. «Si la crisis está destruyendo el viejo orden creado durante 30 años ¿cómo no se va a hundir la vertiente programática de la campaña electoral en curso?» Ni siquiera ha aparecido hasta ahora la noticia bomba característica de los últimos días de las últimas campañas presidenciales, seguramente porque no conseguiría superar las que cada día marcan la actualidad de los ciudadanos.

En esta confrontación entre carismas frente a la crisis galopante y multifacética, al parecer se impone Barack Obama, no por sus planes, sino porque, como dice el New York Times, ofrece más posibilidades y más abiertas para el cambio que se avecina y que él prometió desde que empezó su carrera a la presidencia, sólo que refiriéndose a la Administración y no al mundo entero.

Sea quien sea el vencedor de la contienda electoral, accederá al cargo con las manos atadas y buena prueba de ello es la reunión del G-8 más el G-20 prevista en Washington para el 15 de noviembre con la finalidad de fundar un nuevo capitalismo, según el anuncio de alguno de sus promotores.

Es decir, que la decisiones se tomarán con el presidente in pectore como convidado de piedra, pero al que le encargarán la ejecución de los acuerdos tomados. Con este panorama, ¿para qué enzarzarse ahora en debates bizantinos acerca del futuro inmediato que paradójicamente diseñará (con otros) el presidente saliente, y dicho sea de paso uno de los más impopulares y desprestigiados de la historia de Estados Unidos? Mientras tanto, como señala Antonio Núñez, rellenan la campaña con relatos para darle coherencia formal.

Si la crisis está destruyendo el viejo orden creado durante 30 años por Ronald Reagan, George Bush padre, Bill Clinton y George Bush hijo, ¿cómo no se va a hundir la vertiente programática de la campaña electoral en curso?