zpgveinte.jpgLa participación de Rodríguez Zapatero en la cumbre del G-20 en Washington es una excelente oportunidad para que España deje de lado sus complejos de inferioridad y convenza al mundo de que el país puede jugar un papel relevante a nivel global, a través de la aportacion de ideas, compromiso y liderazgo.

(Desde Madrid) ESPAÑA ESTARÁ FINALMENTE representada en la cumbre del G-20 que se celebrará el 15 de noviembre en Washington. Y lo hará gracias a una ofensiva diplomática sin precedentes, pero sobre todo gracias a la gentileza de Francia, que ha optado por ceder a nuestro país uno de los dos asientos que le correspondían como presidente de turno de la Unión Europea (UE) y como miembro del G-8. Desde el mismo momento en que Bush, Sarkozy y Barroso propusieron la celebración de una cumbre sobre la crisis económica mundial, hace casi un mes, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero desplegó una campaña desesperada para asegurarse su presencia en Washington.

«Desde la llegada de Bernardino León, la agenda internacional de Zapatero se ha multiplicado» España no estaba invitada a una cita reservada a los países pertenecientes al G-20 –esto es, los ocho más ricos del mundo (G-8), los cinco emergentes (G-5) y otros representantes de todos los continentes–, a pesar del peso político y económico de nuestro país, lo que resultaba a todas luces injusto, argumentó el Ejecutivo de Zapatero.

Por ello, se ganó sucesivamente los apoyos de Reino Unido, Francia, el presidente del Banco Central Europeo, los países latinoamericanos, el presidente de la Comisión Europea y Japón, entre otros actores, pero recibió la negativa infranqueable de Estados Unidos. De nuevo afloraba la enemistad entre la Administración Bush y el Ejecutivo de Zapatero, una enemistad que se empezó a forjar cuando el aún candidato a la presidencia decidió no levantarse al paso de la bandera norteamericana durante el desfile de la Fiesta Nacional de 2003. La retirada de las tropas españolas de Irak y el subsiguiente enfriamiento de las relaciones bilaterales hicieron el resto.

BERNARDINO LEÓN, PUNTO DE INFLEXIÓN

A punto de concluir el mandato de Bush, y con un Zapatero esperanzado en el aterrizaje del demócrata Obama en la Casa Blanca, nada ni nadie confiaba en una eventual distensión entre los dos gobiernos que acercase a nuestro presidente a la cumbre de Washington. «Hasta ahora, la escasa presencia de Zapatero en el extranjero se explicaba por razones de política interna de mayor calado» Y así ocurrió. Sólo la invitación in extremis de Francia salvó a España de un nuevo ridículo en la arena internacional. Pero, ¿cómo se explica al desmesurado interés de España por asistir a la conferencia?

El punto de inflexión hay que buscarlo en el nombramiento, la pasada primavera, de Bernardino León como nuevo secretario general de la presidencia del Gobierno. Desde su llegada al cargo, la agenda internacional de Zapatero se ha multiplicado, lo que incluye una gira por Oriente Próximo que se materializará antes de que termine el año. Será su primera visita a la región desde que alcanzó La Moncloa en la primavera de 2004, lo que no deja de resultar chocante si tenemos en cuenta que Zapatero presentó hace dos años una iniciativa de paz para Oriente Medio que Israel no tardaría en tachar de plan de cafetería. Es como decir que para parar la guerra hace falta hacer la paz, valoró entonces Tel Aviv. Su otro gran proyecto en política exterior, la Alianza de Civilizaciones, «El diario El País acusaba a la política exterior española de adolecer de una estrategia de Estado a largo plazo» tuvo más éxito, aunque tampoco se libró de las críticas por la ausencia de países de peso, empezando por Estados Unidos e Israel, y su contenido vago e impreciso.

Hasta el momento, la escasa presencia y visibilidad de Zapatero en el extranjero se explicaba por razones de política interna de mayor calado, según su gabinete. Pero ahora que la crisis económica se ha tornado en una problemática planetaria, la óptica ha virado radicalmente y nuestro país no sólo quiere estar allí donde se toman las grandes decisiones, sino también participar en la confección de las mismas. La participación en la cumbre de Washington representa un primer paso en la nueva y ambiciosa dirección que pretende tomar la diplomacia española. Que Turquía o Argentina o Indonesia fueran a estar en el foro que analizará y revisará el sistema financiero internacional, y España no, tratándose de la octava potencia mundial por PIB, era un argumento indiscutible.

PUESTO DE RELEVANCIA

«España no debería estar pendiente sólo de la foto, también de entrar en los encuentros preparatorios, es allí donde realmente se adoptan los acuerdos» Ahora que se ha alcanzado el primer objetivo, no cabe sino seguir trabajando con igual o mayor ahínco para lograr que España sea un actor global relevante. Para ello, habría que comenzar por reforzar, de una manera decidida y con carácter inmediato, el servicio exterior. Tener menos diplomáticos que Holanda no ayuda. Tampoco que el presupuesto del Ministerio de Asuntos Exteriores sea uno de los más reducidos con relación al PIB de Europa, señalaba recientemente el diario El País, que acusaba además a la política exterior española de adolecer de una estrategia de Estado a largo plazo.

En este sentido, España no debería estar pendiente sólo de asistir a las cumbres, de hacerse la foto, sino también de entrar en los encuentros preparatorios, puesto que allí es donde realmente se adoptan los acuerdos. Así ocurrió en la reunión de ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales del G-20 que tuvo lugar en Sao Paulo (Brasil) hace algunos días, «España debería sacar pecho y dar lecciones por la fortaleza de su sistema financiero, que ha resistido mejor que el de otros países los avatares de la crisis» donde nuestro país no estuvo presente.

Por otra parte, España no debería reclamar un puesto de relevancia en la escena internacional amparándose sólo en datos macroeconómicos –ya que según qué apartados aún no somos una potencia mundial–, sino también en ideas y propuestas. Cuenta una leyenda urbana que el anterior ministro de Economía, Rodrigo Rato, planteó al entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Larry Summers, la posibilidad de que España estuviera en el G-7. Su respuesta fue que para qué queríamos estar en el G-7 si nunca habíamos planteado nada en el debate sobre la economía internacional.

Acudir a Washington sin una batería sólida de medidas con las que sobrellevar mejor la crisis sería como cerrarnos las puertas a nuestra futura presencia en similares foros de decisión. Tal y como han señalado numerosos analistas, así como el propio Gobierno, España debería sacar pecho y dar lecciones por la fortaleza de su sistema financiero, que ha resistido mejor que el de otros países los avatares de la crisis. Pero, para ello, hay que tratar de superar tanto el orgullo patrio más rancio e irracional como los viejos complejos de inferioridad de una España de otro tiempo. Sólo así podemos ser un interlocutor serio, fiable… e importante.