pemex.jpgLos pronósticos trazan un paisaje preocupante: México podría convertirse en veinte años en un país importador neto de petróleo cuando ha figurado en las grandes ligas de la producción de hidrocarburos. La petrolera PEMEX no sólo necesita una inyección millonaria para reflotar como empresa, sino también la tecnología punta para explorar y perforar en profundidades en las que sólo algunas compañías multinacionales están en condiciones de trabajar a pleno rendimiento.

A TENOR DE LAS CIFRAS Y LAS NECESIDADES, parece inevitable acometer la reforma energética en México con el fin de revitalizar a la desfallecida PEMEX y espantar los malos augurios que pesan sobre el futuro petrolero del país norteamericano.

El gobernante Partido Acción Nacional (PAN) está impulsando una reforma energética que se antoja inaplazable, pero que despierta una férrea oposición en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y también, aunque en menor grado, “PEMEX necesita una inyección millonaria para reflotar como empresa, y también tecnología punta”
en la tercera formación política de envergadura, el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

México se dispone a discutir en foros variopintos el alcance de una reforma que podría abrir las puertas al capital extranjero en un sector estratégico, lo que despierta sentimientos populares de agravio en el que es probablemente el país más nacionalista de América Latina. Y ello, a pesar de que el presidente Felipe Calderón ha insistido en que el reciclaje energético busca la modernización de PEMEX y no su privatización.

UNA REFORMA ENERGÉTICA APREMIANTE

Los pronósticos trazan un paisaje preocupante, ya que, según los cálculos de los expertos, México podría convertirse en veinte años en un país importador neto de petróleo cuando en los últimos lustros ha figurado en las grandes ligas de la producción de hidrocarburos. “Los grandes partidos mexicanos necesitan aparcar los prejuicios y avanzar en la confección de una reforma energética que aplaque las suspicacias y satisfaga a todos en lo esencial” PEMEX no sólo necesita una inyección millonaria para reflotar como empresa, sino también la tecnología punta que le permita explorar y perforar en profundidades en las que sólo algunas compañías multinacionales están en condiciones de trabajar a pleno rendimiento.

El tiempo apremia y México debe tomar cartas en el asunto. Por una banda, procurando la localización y explotación de yacimientos que PEMEX es incapaz de gestionar debidamente, endeudada como está por la excesiva carga fiscal a la que se ha visto sometida y con un rezago tecnológico de 25 años, según relatan los analistas. Y por la otra, blindando a su favor los contratos con las trasnacionales de tal manera que la intervención de capital extranjero en la aventura petrolera no sirva para esquilmar las arcas públicas del país más allá de la pertinente rentabilidad.

En cualquier caso, los grandes partidos mexicanos necesitan aparcar los prejuicios y avanzar en la confección de una reforma energética que aplaque las suspicacias y satisfaga a todos en lo esencial, contribuyendo al progreso colectivo.

EL PRD Y SU LECTURA SIMPLISTA

“López Obrador intentó impedir el incipiente debate de la reforma energética con el secuestro de las tribunas parlamentarias y la movilización de la ciudadanía” Hasta ahora, el Gobierno de Felipe Calderón no ha ofrecido las suficientes garantías de que la reforma energética que avala no supondrá a medio largo y plazo un atracón para las multinacionales que participen en los trabajos de exploración, refinación y almacenamiento.

Por su parte, el partido (PRD) que con más ahínco se opone a lo que considera una venta inaceptable de PEMEX, lleva a cabo una lectura demasiado simplista de la reforma energética, sin ofrecer propuestas concretas, al calificarla de afán privatizador detrás del cual sólo está la voracidad de una minoría de políticos corruptos y de algunos potentados nacionales, asociados con empresas extranjeras.

Ésta es al menos la versión que maneja Andrés Manuel López Obrador, ex candidato del PRD a la Presidencia de México, que intentó impedir el incipiente debate de la reforma energética con el secuestro de las tribunas parlamentarias y la movilización de la ciudadanía en un escenario de abierta beligerancia, como el que ha montado una y otra vez desde que denunció el fraude electoral de 2006 que, según sus cuentas, le privó de la Presidencia.

EL RIESGO DE CONVOCAR UN REFERENDO

Consciente de que el PRD no es un partido determinante para los resultados de la discusión, López Obrador ha amenazado ya con la convocatoria de un referendo en el que la ciudadanía se pronuncie sobre la reforma energética más allá de lo que se cueza durante las próximas semanas en el “Es la racionalidad, el criterio político, el conocimiento de los peritos y el buen hacer institucional los que debieran prevalecer a la hora de forjar la reforma energética” Parlamento y en los distintos foros en los que políticos, técnicos y académicos abordarán el temario.

Tal sugerencia implica un desprecio hacia la soberanía popular que debería descansar en el legislativo mexicano a la hora de solventar estos trámites.

Y supone, además, una apuesta de alto riesgo, ya que hablamos de un contencioso que levanta pasiones atávicas, que cursa con lo más recóndito del orgullo nacional, siempre tan maleable, cuando es precisamente la racionalidad, el criterio político, el conocimiento de los peritos y el buen hacer institucional los que debieran prevalecer a la hora de forjar la reforma energética que permita a México recuperar el pulso petrolero.

DESTERRAR LA DESCONFIANZA

La independencia financiera de PEMEX, que algunos reivindican para evitar su privatización parcial, no es viable en las actuales circunstancias de dependencia fiscal por parte de un Estado que durante décadas, con el PRI y con el PAN en el Gobierno, ha estrujado a la gallina de los huevos de oro.

Hoy ésta se encuentra exhausta y descapitalizada, no sólo por la deficiente administración, sino también por las estocadas que le han propinado las sucesivas crisis económicas, en especial la de 1994.

Por lo pronto, todos han coincidido en la conveniencia del debate. Pero si quieren llegar a buen puerto, los políticos mexicanos tendrán que desterrar antes la profunda desconfianza que se profesan y que hasta ahora representa el principal obstáculo para facturar en comandita las políticas de Estado que le urgen a un país con gravísimos problemas y de porvenir muy incierto, y no sólo por la evaporación de su petróleo.