delreymorato.jpgEl 21 de mayo de 1976 aparecieron en Buenos Aires los cadáveres del presidente de la Cámara de Diputados de Uruguay, Héctor Gutiérrez Ruiz, del senador Michelini, y de los ex tupamaros William Whitelaw y Rosario Barredo. El entonces presidente Juan María Bordaberry es culpable de los 4 asesinatos.

(Desde Montevideo) EN URUGUAY QUIEREN anular la ley 15.848, o ley de la Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, aprobada bajo la presidencia de Julio María Sanguinetti, que exime a los responsables de la dictadura de los crímenes perpetrados en los años 1973-1985.

Y el Parlamento votó a favor del Ejecutivo, comunicando a la Suprema Corte de Justicia que comparte el criterio del Gobierno: tres artículos de la ley de Caducidad son inconstitucionales. Pero al margen de esa reivindicación, legítima, hay otros crímenes que esa ley no cubre, y que están siendo sometidos a la justicia.

GUTIÉRREZ RUIZ, MICHELINI, BARREDO Y WHITELAW

«Para Bordaberry, la Reforma protestante, la Revolución francesa y el desmembramiento del Imperio español habían terminado con la Civilización Cristiana» El 21 de mayo de 1976 aparecieron en Buenos Aires los cadáveres del presidente de la Cámara de Diputados de Uruguay, Héctor Gutiérrez Ruiz, del senador Michelini, y de los ex tupamaros William Whitelaw y Rosario Barredo.

Treinta años después de los últimos asesinatos perpetrados por la dictadura uruguaya en Buenos Aires, el entonces presidente Juan María Bordaberry, y su ministro de Exteriores, Juan Carlos Blanco, fueron detenidos, acusados de ser coautores responsables de cuatro delitos de homicidio. El juez Roberto Timbal ordenó la detención del dictador y de su ministro para procesarlos por coautoría de homicidio especialmente agravado.

Años después, este articulista recibió un documento con unas palabras de Bordaberry que le parecieron alarmantes. Confesando su ideario católico y carlista, el dictador decía que Dios le había llevado a recorrer un largo camino de pensamiento, al cabo del cual llegaba a esta conclusión: la Reforma protestante, la Revolución francesa y el desmembramiento del Si el político que había alcanzado el cargo más alto del Estado tenía esas ideas perversas en la cabeza, ¿qué otra cosa podía hacer que disolver el Parlamento? Imperio español habían terminado con la Civilización Cristiana.

Tras recordar los días en los que había aceptado ser presidente del Uruguay, afirmaba que, en poco más de un año, se había manifestado la contradicción entre la defensa de las ideas liberales y la defensa del orden y la paz de la sociedad uruguaya y el restablecimiento del principio de autoridad. Y añadía estas palabras: El Parlamento, vana pretensión de sustituir la soberanía divina por la de los hombres, fue disuelto; el gobierno se ejerció con el sostén de las Fuerzas Armadas y aquellos valores fueron restablecidos, para dar base a la búsqueda del bien común de la sociedad que los había perdido.

Estas palabras dicen mucho sobre lo que aquel hombre tenía en la cabeza en aquellos años oscuros.

LICENCIA PARA MATAR

El Parlamento, ¿vana pretensión de sustituir la soberanía divina por la de los hombres? Si el político que había alcanzado el cargo más alto del Estado tenía esas ideas perversas en la cabeza, ¿qué otra cosa podía hacer que disolver el Parlamento?

«El presidente Bordaberry era un iluminado, pero con pocas luces, y escasas lecturas» Él, que era ilegítimo, un dictador, con esa peculiar legitimidad que conceden las armas y las ideas perversas como esas, ¿por qué no iba a ordenar el asesinato del presidente (legítimo) de la Cámara de Diputados? ¿Y por qué no a un senador? ¿Y por qué no a dos ciudadanos uruguayos, que habían abandonado el terrorismo y estaban en la negociación y en la política?

Para ver la pobreza de argumentos de los que le defienden no hay más que consultar una carta de su hijo Santiago Bordaberry, fanático católico y fanático carlista, en La Voz de la Tradición Católica.

El tomismo trasnochado de aquel hombre le llevaba a creer que todo poder procede de Dios, y Dios no parecía contemplar en sus ilustres planes la perversión de un Parlamento que osara cuestionar o contrariar sus divinas órdenes.

El presidente Bordaberry era un iluminado, pero con pocas luces, y escasas lecturas. Tal vez creía que gobernaba en nombre de Dios, y la soberanía popular –que le había llevado al poder–, acaso le parecía un chiste de mal gusto, por lo que no debió costarle nada reírse de ella, y perpetrar un golpe de Estado contra las instituciones de la República.

CULPABLE DE CUATRO ASESINATOS

Este articulista comprendió. Aquellos valores que urgía restablecer serían los del cuartel: el orden y el principio de autoridad. El autor de este artículo no es quien para juzgar a nadie. Condena aquellos asesinatos, y no sabe si el presidente es culpable. Pero si es cierto que presidió una reunión en la que se decidieron aquellos asesinatos, su responsabilidad política, moral y penal es indiscutible.

Su ideario era medieval. Y peligroso. Pero el articulista no consigue imaginarlo dando aquella orden macabra. Prefiere pensar que fue iniciativa de los militares, enrolados en el Plan Cóndor, ideado por los norteamericanos. Sin embargo, una idea se le impone, y no puede luchar contra ella: el presidente sabía que les iban a matar. Y una advertencia a tiempo –un emisario de confianza que cruza el estuario, una llamada telefónica–, pudo salvarles la vida.

Pero no hubo ningún emisario. Y el presidente nunca les llamó por teléfono para advertirles de que tenían las horas contadas.

Conclusión: Bordaberry, culpable de cuatro asesinatos.