elenasalgado21Para superar la grave recesión económica que padece, España necesita de un nuevo espíritu empresarial, nuevos nichos de negocio y una administración más competitiva.

(Desde Madrid y Bogotá) LA GRAVÍSIMA RECESIÓN ECONÓMICA que padecemos y en la que estamos inmersos desde hace meses, pese a que algunos todavía tratan de negarlo con inútiles sofismas y datos maquillados que la dura realidad contradicen día tras día, amenaza con provocar una profunda transformación de la estructura económica española.

En primer lugar, el paro amenaza con llegar no ya a los cuatro millones que predecían los peores agoreros, sino a los cinco millones, es decir, casi el 20 de la población activa; como segundo elemento a destacar, y no menos importante que el anterior, es que aparte de la pérdida de miles de puestos de trabajo, numerosas empresas de todos los sectores cerrarán sus puertas en los próximos meses si es que no han hecho ya, constatándose una caída creciente en la actividad económica y que el país parece anclado en una recesión que ya no distingue sectores de producción ni empresas de todos los tipos (hasta el número de turistas ha bajado); también está la peligrosa (y no novedosa) marcha de capitales hacia otras latitudes más competitivas y con un mercado laboral más atractivo; y, por último, otro aspecto que debe reseñarse, tal como se percibe en el sector inmobiliario, el sector servicios y las importaciones, es la magnitud de la verdadera crisis que padece España: se trata de un problema de competencia. O nos hacemos más competitivos, con mejor formación y rendimiento, o estamos abocados a un tsunami económico de impredecibles resultados.

ESCASA COMPETITIVIDAD

Sí, la verdadera crisis es de competitividad; en medio de todo este marasmo de datos, predicciones halagüeñas en el corto plazo escasamente argumentadas e incluso autojustificaciones injustificables de los máximos responsables económicos, España está soportando peor que ningún país de Europa la actual coyuntura económica y sus indicadores macroeconómicos son los peores de toda la UE y, por supuesto, del área OCDE.

Estamos en un momento delicado que debe ser examinado con realismo, capacidad crítica y un análisis exhaustivo del cómo hemos llegado a esta situación y a este punto muerto de una economía agónica, casi sin vida. Sólo así, sin escatimar esfuerzos en la crítica y en señalar las verdaderas carencias de nuestro sistema económico, podremos elaborar un diagnóstico adecuado de la situación, que es mucha grave que la que señala nuestro propio ejecutivo, tal como se ha ido viendo en los últimos meses, y señalar las deficiencias de la estructura para afrontar adecuadamente los inmensos desafíos que tiene ante sí la economía española. Es la hora del realismo y de aplicar medidas quirúrgicas, aunque sean dolorosas y tengan costes sociales.

Esta debilidad estructural de la economía española a la que me refería antes se manifiesta en numerosos elementos.

Se han evidenciado las carencias de una economía que se intentaba presentar como ejemplar e inmune a las turbulencias. No era así, y el país no se quedaría al margen de la crisis. Qué estupidez pretender en esta era de la globalización poder quedar al margen de las influencias de una economía internacional que funciona como un todo y donde todos los elementos (los países) están interconectados. Resulta especialmente alarmante, en estas circunstancias, las escasas medidas quirúrgicas adoptadas por el actual ejecutivo y la nula voluntad de cambio de rumbo. Y aviso para navegantes: la OCDE, la UE, el FMI y otras instituciones internacionales ya han alertado acerca de la gravedad de la crisis y han alterado sus peores pronósticos iniciales con respecto a España.

En nuestro país, en vista de los tozudos hechos, se echa en falta un análisis de mayor calado sobre la crisis y el verdadero impacto que la misma puede tener en los próximos meses. Menos autocomplacencia, más autocrítica.

UNA NUEVA CULTURA EMPRESARIAL

«¿Como pudieron estar tan mal estas empresas y por tanto tiempo?», se preguntaba al referirse a la crisis económica el analista Thomas Friedman en el The New York Times. Y esta pregunta está de sobrada actualidad en el caso de España, donde grandes gigantes inmobiliarios han cerrado sus puertas y una buena parte de las empresas punteras anuncian recortes en sus plantillas. El proceso, sin embargo, respondía a una lógica aplastante: la economía española no está preparada para hacer frente a una crisis de esta envergadura porque presenta numerosas deficiencias constatables y relatadas por numerosos informes de organizaciones económicas internacionales. ¿Qué hacer, entonces, para acometer este ingente reto?

En primer lugar, hace falta una nueva cultura empresarial más innovadora, con una visión más global y con la suficiente capacidad para internacionalizar sus proyectos.

La llegada de las nuevas tecnologías ha sido tardía a la empresa española, sus empresarios muestran muchas carencias en este terreno y el personal muchas veces se muestra poco preparado en el manejo de las mismas. ¿Una visión más global? La presencia de la empresa española en Europa del Este, Asia y África es mínima; no estamos lo suficientemente representados en numerosos mercados donde otros países con menor peso demográfico sí lo están.

Luego hay que ser más innovadores, apostar por otros sectores estratégicos, como las nuevas tecnologías, las energías renovables y los nuevos nichos en el turismo, el comercio internacional y el desarrollo energético. En definitiva, la empresa española está todavía poco internacionalizada, los empresarios deben hacer sus maletas y salir a vender sus proyectos e ideas. También apostar por otras industrias, ya que las que hasta ahora daban empleo y beneficios ya no lo dan. Cambiar es difícil, pero si no se afrontan los cambios significará el cierre de numerosas empresas, permanecer estáticos en el actual momento puede ser letal.

Pero no sólo hay malos empresarios que no saben adecuarse a los nuevos tiempos, sino que también hace falta una nueva cultura del trabajo. En España, y así lo señalan los indicadores de competitividad, se trabaja poco, mal y caro. Nuestros costes de producción son muy altos, parecidos a los de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, pero se hacen peores productos y nada competitivos. Trabajamos más horas pero lo hacemos peor, qué desastre. Por si fuera poco, vendemos menos fuera y, por tanto, nuestro mercado es mucho más reducido. Hace una nueva cultura del trabajo, abaratar los costes, y superar el actual estado vacacional en que vive el país desde hace décadas. Si alguien cree que trabajando tal como se hace en España el país va a superar la crisis, está absolutamente errado y no se entera de por dónde van las cosas en el mundo de hoy. Vive, literalmente, en la inopia.

Hay que trabajar más, mejor y siendo más innovadores, esa es la fórmula para salir de la crisis.

LA INUTILIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN

Como tercer factor que explica el subdesarrollo de España en muchos aspectos y el motivo por que la crisis está golpeando más fuerte que en otros países desarrollados, es la infuncionalidad y casi congénita inutilidad de nuestra administración. Realizar gestiones burocráticas en España es un calvario. La administración de justicia está paralizada, registrar una empresa es una tarea mucha más ardua que en ninguna parte del mundo y la fiscalidad es elevada, compleja y nada ligada al dinamismo del mundo de la empresa. Sin una administración ágil, eficiente y responsable, que no es el caso, será muy difícil competir en el mundo global con las grandes economías que, como las anglosajanas, tienen unas administraciones mucho más preparadas y eficaces, capaces de dar soluciones y adaptarse a los nuevos tiempos. En la administración española sobran sindicatos y liberados, mientras que se echa en falta más trabajo, disciplina y sentido del deber.

Puede resultar reaccionario decir así las cosas, pero es la pura verdad. Se tardan casi siete semanas en crear y registrar una empresa, mientras que en el resto del mundo desarrollado –Norte de Europa y Estados Unidos, por ejemplo–, es una cuestión de días. Tres millones de funcionarios para un país como España, además, es un absoluto disparate; sobran la mayoría, falta mayor racionalidad y trabajo para ser más eficientes en el mundo global.

LA RIGIDEZ DEL MERCADO LABORAL

Luego está la rigidez del mercado laboral. En tiempos de crisis hay que flexibilizar el mercado laboral, facilitar y abaratar los despidos y también ser capaces de generar un sistema que permita contrataciones rápidas, baratas y ágiles. En un momento en que emergen en el mundo numerosos mercados laborales más competitivos que el español, nuestra economía demanda de una forma urgente e imperiosa una profunda reestructuración del mercado laboral, por mucho que les pese a nuestros sindicatos y algunas fuerzas políticas residuales se opongan tenazmente, mostrando a las claras su sentido de la irrealidad. Hace falta ya esa reforma laboral y no se debe perder más tiempo, pues en la rigidez de este mercado se halla una de las carencias que explican nuestra falta de competitividad. La verdadera crisis es la de la competencia, incluyendo aquí la de nuestros dirigentes políticos a la hora de gestionar la actual coyuntura.

Y, por último, se echa en falta en España una cultura social mucho más emprendedora, dinámica y empresarial; sobran funcionarios y aspirantes a la carrera pública y faltan empresarios y emprendedores. Hace falta la promoción de esta figura en una sociedad y una mayor comprensión por parte de los poderes públicos hacia unos colectivos muchas veces desantendidos e incluso incomprendidos. Es realmente vergonzoso el trato que sufren los autónomos en la administración española. ¿Y qué decir de los empresarios? Siguen demonizados por una cultura decimonónica y arcaica que tiende a presentarlos como explotadores de clase y caricaturizados como terribles amos con látigo. Hay que apoyar, con incentivos fiscales y mayores facilidades, a las pymes y los autónomos, como una parte fundamental de la estructura económica. En España sobran funcionarios y faltan empresarios para que comiencen a cambiar las cosas en profundidad.