armenios

El genocidio armenio a menos de los turcos fue un drama horrible y espantoso, que avergüenza nuestras conciencias, y que permaneció en el anonimato por lustros. Hoy es la gran asignatura de la democratización plena de Turquía.

(Desde Madrid) NO DEBEMOS OLVIDAR que hace ya más de 94 años, en 1915, los líderes turcos de entonces –entre los que destacaban Taleat Pashá, ministro del Interior del Imperio Otomano, Djemal Pahsá, ministro de Guerra y Marina, y el principal responsable, el siniestro primer ministro Enver Pashá– decidieron asesinar a todos los armenios que vivían en el territorio turco. Los planes, previamente analizados y estudiados por las autoridades turcas, que supuestamente se sentían acosadas por las potencias aliadas y Rusia, preveían convertir a Turquía tierra «pura y limpia» de «elementos» que consideraban ajenos a su cultura y tradiciones; se trataba del primer precedente serio en el siglo XX de las tristemente conocidas prácticas de limpieza étnica. Hasta el embajador norteamericano en la Turquía de entonces, Henry Morgenthau, da fe de una de las más grandes matanzas de la historia, aunque el Gobierno de Ankara sigue tratando de negarlo.

«Turcos y armenios están obligados a entenderse, a vivir incluso juntos en paz, armonía y libertad, pero ese reencuentro tan sólo podrá producirse cuando Turquía se reencuentre con su propia historia»

El máximo líder turco de entonces, el aclamado y venerado Mustafá Kemal Atatürk, el «padre de todos los turcos», avalaría, apoyaría e incluso defendería dichas prácticas, en el fin claro y meridiano de borrar de la faz de la tierra a todos los «infieles». «Los turcos son superiores», decían los jóvenes líderes turcos de la época.

CASI 2 MILLONES DE MUERTOS

Lo triste del caso es que dicha política de asimilación, homogeneización forzada y exterminio del diferente tuvo éxito. Miles de armenios y griegos, de religión cristiana y lenguas diferentes a las de los turcos, fueron asesinados en apenas ocho años (1915-1923) por las autoridades otomanas en un proyecto macabro, cruel, demencial y sádico; muy pocos pudieron escapar a las razzías ordenadas y ejecutadas por las fuerzas de seguridad y el ejército turco. Se calcula que casi 2 millones de armenios y otras decenas de miles de griegos fueron asesinados sin contemplaciones por las fuerzas turcas. Otros varios de miles más, siguiendo las más crueles y rancias tradiciones, fueron expulsadas de sus casas, tierras y propiedades para siempre siendo obligadas a un duro y terrible peregrinaje, a través de desiertos y territorios inhóspitos, hacia otros países que les brindaron la suerte del auxilio y el hospedaje. Hoy los armenios viven repartidos, sobre todo, entre Alemania, Argentina, Canadá, Chipre, Egipto, Estados Unidos, Francia, Grecia, Irak, Irán y Líbano.

«Los Lobos Grises son sicarios al servicio de la verdad oficial turca y han gozado de una impunidad que clama vergüenza»

Hay numerosas pruebas documentales, escritas y gráficas de este desconocido y olvidado genocidio armenio, a pesar de que el Gobierno turco de hoy siga tratando de negarlo y que difundir esta verdad histórica en la Turquía de la Alianza de Civilizaciones y Eurovisión es un tabú. Puedes perder tu trabajo como periodista e informador si hablas de ello. Es más: es un delito castigado por el Código Penal y perseguido con cárcel por las autoridades «democráticas» de Ankara. También te puede costar la muerte, como le ocurrió al periodista turco de origen armenio Hrant Drink, asesinado en una oscura calle de Estambul por militantes de ultraderecha pertenecientes a los tristemente conocidos como Lobos Grises, siniestra «manada» donde convergen, por supuesto, policías, militares y agentes secretos de los servicios secretos turcos. Es un secreto a voces que los Lobos Grises han sido tradicionalmente tolerados, y amnistiados, por las autoridades policiales y judiciales turcas. Son sicarios al servicio de la verdad oficial turca y han gozado de una impunidad que clama vergüenza.

LAS RESPONSABILIDADES TURCAS

¿Y cómo fue posible que se perpetrara este crimen tan espantoso? En primer lugar, porque nadie hizo nada por evitarlo y porque las potencias democráticas, al igual que ocurrió durante el Holocausto judío, callaron. Luego, y en un segundo orden pero no menos importante, porque no existía un Estado armenio como existe hoy y porque los armenios que huían del infierno turco tenían escasos medios para reivindicar la memoria de los miles de muertos, torturados, expulsados, desaparecidos y ejecutados. Fue un drama horrible y espantoso, que avergüenza nuestras conciencias, pero que permaneció en el anonimato por lustros. A nadie le interesaba enemistarse con los turcos, pues los negocios con esta gran nación estaban en juego y porque en los tiempos de la guerra fría eran nuestros aliados contra el comunismo. Turquía primero, la verdad histórica sobre los armenios después.

«Turquía, hoy por hoy, por muchos que algunos se engañen, sigue sin ser una democracia y no lo será nunca, como le ocurrió a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y descubrió el horror de Auschwitz y otros campos».

Tan sólo condena del parlamento francés hace años, que provocó la exacerbada y desproporcionada ira de las autoridades turcas, junto con las atizadas y nada espontáneas protestas organizadas por Ankara para desacreditarse con todo lujo de detalles ante el mundo, volvió a poner sobre la mesa un tema que millones de armenios en la diáspora y en Armenia no han olvidado ni olvidarán nunca. Tampoco lo olvidaremos los miles de demócratas en el mundo que seguimos creyendo que sin memoria no hay reconciliación posible y que sin justicia no se asientan las bases para una verdadera y justa democracia.

Turquía, hoy por hoy, por muchos que algunos se engañen, sigue sin ser una democracia y no lo será nunca, como le ocurrió a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y descubrió el horror de Auschwitz y otros campos, hasta que no reconozca sus responsabilidades en el brutal e innegable genocidio armenio.

MEMORIA HISTÓRICA

Hoy, sin embargo, cuando Turquía trata de ingresar en la Unión Europea e incluso participa junto a la «democrática» Irán en las cumbres y encuentros de la mal llamada Alianza de Civilizaciones –¿se le puede llamar así con semejantes socios y aliados?–, sería el momento de ejercer la necesaria catarsis colectiva y, una vez sumidos en este esfuerzo, asumir la responsabilidad en este pavoroso genocidio que asoló a las tierras de Anatolia, el Kurdistán y el Egeo durante ocho largos e interminables años. No se puede vivir toda la vida en la mentira, sólo sobre la verdad histórica y la justicia se puede reconstruir el presente y avanzar hacia el futuro.

Turcos y armenios están obligados a entenderse, a vivir incluso juntos en paz, armonía y libertad, pero ese reencuentro tan sólo podrá producirse cuando Turquía se reencuentre con su propia historia y asuma sin más dilación un pasado que a veces presenta sinuosos y siniestros episodios que a estas alturas de la civilización resultan imposibles de eludir. El genocidio armenio, por mucho que algunos traten de negarlo, sigue siendo la gran asignatura de la democratización plena de Turquía. Que cierren página de una vez por todas y asuman su propia historia.