logowikipediaLa información ha sustituido al capital como generador de riqueza. El verdadero poder estará en la innovación, en la tecnología, en los servicios avanzados y en las altas finanzas.

(Desde Madrid) TRAS CADA CRISIS, hay fuertes cambios sociales proporcionales a su gravedad. Aún no sabemos en qué dirección irán y qué profundidad tendrán esos cambios, pero ya hace tiempo que estamos recorriendo un camino que no sabemos dónde nos lleva. Un camino, no obstante, lleno de pistas que nos pueden orientar para encontrar la dirección correcta. Distinguirlas entre la confusa situación en que vivimos puede ayudarnos a salir indemnes de esta travesía y prever la nueva sociedad hacia la que nos encaminamos. Y es que esta crisis no es sólo una crisis económica: es un cambio de paradigmas sociales.

«Uno de los emblemas de esta sociedad informacional es el acceso fácil y barato a la tecnología, sobre todo la que afecta a la comunicación»

El elemento básico, y que se suele perder de vista, es que ya no vivimos en una sociedad industrial. Como señalan Gaggi y Narduzzi, «en el área OCDE en 2004 –los países más desarrollados del planeta–, el 71,2 por ciento de los empleados trabajaba en el sector terciario, frente a un 3,9 por ciento que lo hacía en la agricultura y un 24,9 por ciento que lo hacía en la industria». En este sentido, en 2007 el vicepresidente chino declaró en el foro de Davos que «el verdadero poder lo da la innovación, las nuevas tecnologías, los servicios avanzados y las altas finanzas», lo que supone un reconocimiento de las limitaciones de la aparentemente ilimitada capacidad china de crear riqueza basándose en la industria.

La sociedad postindustrial que anunciaban Daniel Bell o Alain Touraine a finales de los años sesentas del pasado siglo ya está aquí: la información ha sustituido al capital como generador de riqueza. No vivimos, por tanto, en una sociedad industrial, sino en una sociedad que por analogía morfológica podemos llamar «informacional».

LA CRISIS DE LOS MEDIOS

Uno de los emblemas de esta sociedad informacional es el acceso fácil y barato a la tecnología, sobre todo la que afecta a la comunicación. Al aumentar las posibilidades de comunicación entre los individuos, hasta niveles nunca experimentados por la especie humana y a un coste bajísimo, han aparecido algunos elementos imprescindibles para nuestro análisis. El primero es la posibilidad real de que el individuo sea oído: cualquier persona puede convertirse en un generador de ideas, información o conocimiento compitiendo, incluso, con los medios de comunicación tradicionales que hacían, hasta ahora, la misma función. Aunque principalmente se achaque a la falta de publicidad, este hecho está teniendo un papel muy importante, aún sin estudiar, en la actual crisis de los medios de comunicación.

«La red permite al individuo tener más radio de acción que nunca para organizarse y luchar por intereses concretos»

Otra elemento a considerar es la creciente importancia de la comunidad (entendida como red de individuos). Tanto es así que algunos, como el sociólogo Manuel Castells, han bautizado a esta sociedad como «sociedad red» (frente a la «masa» de la sociedad industrial). El éxito de las redes sociales, inesperado para sus propios gestores, es sólo una consecuencia lógica de una sociedad en la que las herramientas de comunicación son abundantes y casi gratuitas. El ser humano sólo se explica en el seno de un grupo (como ya explicara Carlos Marx) y tiende a generarlo en cualquier contexto en el que coincidan unos cuantos individuos. Aunque parezca paradójico, la comunidad informacional, la red, permite al individuo tener más radio de acción que nunca para organizarse y luchar por intereses concretos lo que provoca que «lo macro», la teoría, pierda importancia frente a «lo micro», la experiencia de los individuos.

TODO POR EL PRESTIGIO

Mientras que el capitalismo pudo proveer de bienes y servicios esenciales a los ciudadanos, el sistema fue útil, pero al tener todas las necesidades cubiertas, fue necesario convertir a los ciudadanos en consumidores superfluos que, en lo que a política se refiere, se limitaban a hacer lo que hace cualquier consumidor cuando un producto no le gusta: no entrar a la tienda a comprar, es decir, no votar. Era «el fin de las ideologías», según algunos, pero, en realidad, no habían muerto «las ideologías», sino «algunas ideologías»: las relacionadas con la era industrial.

«La lucha social va a moverse teniendo en cuenta nuevos factores. El tiempo, y su gestión, será uno de ellos»

En el futuro inmediato, la lucha social va a moverse teniendo en cuenta nuevos factores. El tiempo, y su gestión, será uno de ellos. El individuo, una vez conseguido, como decíamos, lo esencial para vivir es más consciente que nunca de que no quiere invertir más tiempo trabajando para adquirir bienes superficiales (lo que, por cierto, está mucho más cerca de Kropotkin que del pensamiento marxista). En dicho tiempo, el objetivo principal es buscar reconocimiento de la comunidad.

Autores como Pekka Himanen han explicado claramente cómo el prestigio obtenido por nuestras acciones se convierte en una recompensa más que suficiente. Las cosas que nos gustan las hacemos por mucho esfuerzo que conlleve y por poco o nada pagada que esté; la motivación intrínseca, es decir, la pasión, es el motor que hace avanzar la sociedad informacional, como lo era la remuneración en la industrial.

NECESIDAD DE GUÍAS

Esto está conllevando ya la aparición de lo que David de Ugarte ha dado en llamar la «oligarquía participativa», una nueva clase social en la que se ingresa por el valor del trabajo intelectual realizado, al estilo de los hackers, y en la que no tiene valor el origen social, la raza, la religión o el sexo. A los miembros de esta oligarquía sólo les mueve el afán de prestigio dentro de su comunidad no la pertenencia a un partido o empresa concreta, valen tanto como lo valgan sus acciones. De alguna manera, se trata de una recuperación del (católico) valor de la obra, frente al capitalismo protestante que enunciaba Max Weber.

«El tiempo y una nueva jerarquía social, pero también el «pleno desempleo» o la ciudadanía frente a la nacionalidad, son, por ejemplo, conceptos que los políticos deben incluir en su discurso y pensamiento con urgencia»

Saber que no podemos basar la economía en la producción, que el individuo tiene más acceso que nunca a los medios de comunicación –lo que le permite un mayor control de los gobiernos y un mayor margen de cooperación–, conocer que el discurso político no puede seguir manejando aparentemente conceptos del siglo XIX para diseñar el XXI, que los objetivos de la lucha social son otros. El tiempo y una nueva jerarquía social, pero también el «pleno desempleo» o la ciudadanía frente a la nacionalidad, son, por ejemplo, conceptos que los políticos deben incluir en su discurso y pensamiento con urgencia si quieren entender y conducir las transformaciones de esta sociedad.

«Ahora son los líderes políticos, como guías a los que la sociedad se encomienda, lo que tienen que ser capaces de conducirnos indemnes a un paisaje social nuevo»

En definitiva, en estos tiempos de cambio, necesitamos buenos guías que sepan encontrar el camino. Algunos hitos ya están ahí, marcándonos el sendero, ahora son los líderes políticos, como guías a los que la sociedad se encomienda, lo que tienen que renunciar a los antiguos mapas de la era industrial y ser capaces de conducirnos indemnes a un paisaje social nuevo que nadie, ni ellos ni nosotros, aún conoce.