mariobenedetti

La muerte de Mario Benedetti desató en Uruguay una ola de fervor que, si bien es comprensible, no tiene nada que ver con su literatura.

(Desde Madrid) EL GÉNERO DEL PANAGÍRICO es frecuente cuando alguien muere, los enunciados encomiásticos hacen estragos, las emociones se ponen a caminar, y todo eso hay que aceptarlo, porque es humano. Pero es transeúnte y sin consecuencias.

Otra cosa es la manipulación que de eso hacen los que instrumentan una muerte con fines que nada tienen que ver con la exigente república de las letras.

Porque digámoslo con claridad: Benedetti, hombre honesto, buena gente, hipnotizado por la dictadura soviética, defensor de la dictadura cubana, y distraído para con las violaciones a los derechos humanos en esas dictaduras, fue homenajeado por la izquierda oriental hoy en el poder, y por su presidente, Tabaré Vázquez, que estuvo cursi y poco original: Mario nunca muere, se siembra. Nada que objetar. Que los hombres honren a los suyos, e incurran en la desmesura o en la banalidad, está dentro de lo previsible. Eso está en el guión.

CANTIDAD Y CALIDAD DE LA OBRA

El escritor cubano Miguel Barnet, presidente de la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba, dijo que Benedetti, alcanzó el objetivo de todo escritor: ser popular. «Me ha dolido mucho la muerte de Mario Benedetti. Sus poemas de una estética coloquial han servido mucho a las generaciones más jóvenes para enamorar y para la lectura íntima. Pero, sobre todo, fue un gran cuentista». Sin duda era mejor cuentista que novelista y poeta. Y fue popular. Mario Benedetti fue un gran trabajador, escribió mucho, leyeron su obra en América y en España, fue traducido a varias lenguas, pero nunca consiguió superar el umbral que va de la cantidad a la calidad. Cantidad y calidad son categorías aristotélicas («cualidad, qué clase de cosa es», decía el Estagirita) que nada tienen que ver entre sí, y muchedumbre de páginas escritas no consiguen emular un soneto de Quevedo o una página de Borges.
Benedetti, espejo de una sociedad decadente.

¿Qué le pasó a Benedetti? Que escribió mucho –demasiado–, pero acaso sus páginas no consiguen destacar en el exigente reino de la literatura, cuyas aduanas no admiten páginas banales, por muy bien encuadernadas que estén y por muchos homenajes que reciban de sus contemporáneos incondicionales.

EL PAÍS DE LA COLA DE PAJA

Acaso lo mejor que escribió fue El país de la cola de paja, ensayo en el que criticó a su país, el libro de cuentos Montevideanos y sus Poemas de la Oficina. Y sin duda alguna la frase más brillante que salió de su pluma fue esta: «Uruguay es la única oficina pública del mundo que alcanzó la categoría de nación».

Acaso Benedetti esbozó el dibujo de una sociedad decadente y sin capacidad de reacción, una suerte de oficina pública destinada a reproducir sus rutinas y poco dispuesta a cambiar.

La parafernalia de la despedida no consigue ocultar que era un autor menor.

Pero se comprende la parafernalia nativa, el velatorio en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, el entierro en el Panteón Nacional, y las patéticas y prescindibles palabras del presidente de la República.

Toda despedida es respetable. No lo es, en cambio, la parafernalia desmedida, la desmesura premeditada, con nocturnidad y alevosía, la frase grandilocuente que no consigue ocultar algo evidente: no daban tierra a Víctor Hugo, a Honoré Balzac ni a Gustave Flaubert, no daban tierra a Borges, a Sábato ni a Cortazar.

Y es que Uruguay no tiene su Gabriel García Márquez, su Mario Vargas Llosa, su Julio Cortázar, su Ernesto Sábato, su Pablo Neruda, su Octavio Paz, ni mucho menos su Jorge Luis Borges. Uruguay sólo tuvo a Onetti. Y ahora da tierra a Benedetti, un autor menor, que no deja páginas relevantes ni pasará a la posteridad, pese a los esfuerzos de los que quisieran mantenerlo en la memoria colectiva como si de un Cervantes criollo se tratara.

LA CRÍTICA LITERARIA NO ES NI DE DERECHAS NI DE IZQUIERDAS

Su poesía no es de altos vuelos, y no merece ser recordada, salvo algunos versos que tal vez no están del todo mal, como los del poema Una mujer desnuda en lo oscuro.

Y será tarea inútil –aunque no improbable– acusar al autor de estas líneas de ser de derechas. Ese es un recurso demasiado visto como para tomarlo en serio. Pero es probable que alguien, víctima de las emociones patrias, lo esgrima como argumento contra el autor de estas líneas.

Hortensia Campanella hace lo que puede en su biografía sobre Benedetti, y sobre su libro Jordi Gracia dice en EL PAIS de Madrid: La embarazosa devoción del biógrafo no basta para que el resultado sea una buena biografía, incluso si se trata de escribir la vida de un hombre bueno. Pues eso: el libro no es la crónica de un genio de la literatura, sino la biografía de un hombre bueno.

ALGUIEN QUE SE PARECE MUCHO A URUGUAY

Benedetti es a la literatura lo que Julio Iglesias a la música: algo prescindible. Si el último no recuerda para nada al inigualable Frank Sinatra, el primero no recuerda para nada a Jorge Luis Borges o a Pablo Neruda, ni tampoco a su compatriota Juan Carlos Onetti. Uruguay enterró a alguien que se le parece mucho, un espejo en el que el país pudo contemplarse, y acaso en ello resida su acierto.

Benedetti supo hacerse eco de los oficinistas, de los empleados públicos, con su falta de grandeza, con su horizonte estrecho, con sus rutinas que conjuran el riesgo de hacerse preguntas incómodas, con su esperanza nunca mayor que su aguinaldo, con sus ambiciones del tamaño de pájaro… Sí, acaso el escritor fallecido fue espejo del producto más genuino del Uruguay: el funcionario público.

Pero su entierro fue otra cosa: en noviembre hay elecciones, y la coalición de izquierdas, hoy en el gobierno, amenaza perder su mayoría a manos del Partido Nacional. Y ahí sí que Benedetti, como el Cid, rindió inestimables servicios a la causa: un acto multitudinario en el que la izquierda –a través de él– se homenajeaba a sí misma, en un acto que la moderna retórica llamaría una figura de comunión: un acontecimiento ante el que se congregan, emocionados, los afines a la causa, y los ingenuos susceptibles de ser captados por esa república de emociones inducidas que es la televisión.

LA TEORÍA ESTÉTICA DE THEODOR ADORNO

Adorno decía que la expresión de la obra de arte no es la de comunicar un sujeto, sino el temblor de la historia primigenia de la subjetividad del alma. En un artículo sobre la teoría artística del filósofo, decíamos que la obra de arte es enigma y criptograma, una escritura jeroglífica, y es como si su código se hubiera perdido: su contenido está determinado por esa pérdida. Y añadíamos: el arte completa el conocimiento en torno a lo que es inasequible, desde ese impulso que es la mimesis, en la que el ser humano tiende a entregarse a la naturaleza, debilitando los límites del yo ( 23/05/2009).

Sospechamos que Benedetti no alcanzó la obra de arte. Su obra no nos cuenta el temblor de la historia primigenia de la subjetividad del alma, no es enigma y criptograma, no hay en ella escritura jeroglífica, y no se ha perdido el código: su contenido es obvio, como obvia es su expresión, su léxico, sus personajes, su peripecia, su desenlace. Muchas veces Benedetti ha solemnizado lo obvio. Y su obra recuerda la lectura del periódico: se olvida fácilmente, acaso porque hay poco que recordar.

Este articulista se aproximó varias veces a su obra, a lo largo de los años, y le pareció un armario en el que había muchas cosas, pero ninguna era memorable.

La posteridad de un escritor afamado siempre es incierta, por una razón: no la escriben sus incondicionales, no la homenajea ni la controla el poder. Y muchas veces depara sorpresas no queridas por sus allegados. Descanse en paz el hombre bueno, al que despedimos con respeto.