Lkarzaia prueba que significaba para Afganistán las elecciones del 20 de agosto de 2009 ha sido superada con su mera celebración, aunque en determinados momentos se dudó de la posibilidad de su realización. Sin intentar minusvalorar el significado de las mismas y el reto que suponía poner en marcha el proceso electoral, las preguntas que cabe plantearse son: ¿qué ha cambiado en este país centroasiático en el plano de la reconstrucción en estos cinco años desde la celebración de las anteriores presidenciales? y ¿cómo van a incidir los resultados de estas elecciones en el futuro del país, cuando el proceso de cambios es exógeno?

Bajo la premisa de que el proceso electoral se considera tan importante con independencia del resultado final, entonces ¿para qué el proceso?, si tampoco se observan grandes diferencias en cuanto a los programas de los candidatos. Parece obvio que el resultado de las elecciones no va a modificar significativamente la política de Estados Unidos y de los 41 países que componen el contingente internacional. El absoluto silencio de la Administración estadounidense, posicionándose de forma neutral y equidistante respecto a los principales candidatos, es bastante revelador en este sentido. Por tanto, nuestra intención es analizar brevemente el proceso electoral en sí con independencia de los resultados, todavía sin publicar, y las posibles consecuencias derivadas del mismo a corto plazo.

De los 33 candidatos oficiales que se presentaron a la presidencia de la República de Afganistán, el anterior presidente Karzai es el que goza de mayor popularidad y respaldo, a pesar de que su figura como aspirante a la reelección fue muy cuestionada por los Estados Unidos y otros actores internacionales, tanto por su comportamiento político, en ocasiones muy ambivalente, como por la permisividad en el terreno de la corrupción y por su proximidad a determinados grupos integristas. A pesar de no tener una excelente sintonía con la actual Administración norteamericana, y ante el temor de que el futuro presidente de la nación resultara peor que el actual, la apuesta de la comunidad internacional parece inclinarse ligeramente por la figura de Karzai. Su principal rival, Abdullah Abdullah, ex-Ministro de Exteriores, también es un viejo conocido en Washington y estaría dentro de lo que podríamos considerar “órbita estadounidense”.

PRINCIPALES DESAFIOS

En las semanas inmediatamente anteriores a las elecciones, eran cuatro los principales desafíos a los que hacía frente la celebración de las mismas:

1.Aumento de la violencia. En los días previos al 20 de agosto, los Talibán recrudecieron su campaña de terror contra todo tipo de objetivos, tanto población civil afgana como intereses occidentales -teóricamente en lugares más protegidos-, con el propósito de boicotear la celebración de las elecciones, temiéndose que el día de las mismas los niveles de violencia alcanzaran cotas insostenibles. De hecho, el gobierno afgano prohibió a la prensa informar sobre actos violentos durante ese día, para evitar extender la desazón y el pánico entre la población. Finalmente, la jornada electoral transcurrió de forma más tranquila de lo esperado, con aproximadamente 50 víctimas mortales resultado de los 130 atentados cometidos, lo cual entra dentro de la relativa “normalidad” diaria en Afganistán, pues a modo de ejemplo, una semana más tarde, el día 26 de agosto de 2009 el número de víctimas mortales fueron 40.

2.Nivel de participación. Como consecuencia de la amenaza talibán y su llamamiento al boicot, el nivel de participación se consideraba un test para calibrar las fuerzas del movimiento radical y su capacidad de influencia sobre la población. A pesar de la enconada violencia y la consigna talibán, alrededor del 40% de afganos (a falta de confirmación de datos, y con el 10% de los votos escrutados) acudió a las urnas, y se pudieron abrir casi todos los colegios electorales, lo que ha sido considerado, tanto por la clase dirigente afgana como por la comunidad internacional, como aceptable y positivo. Sin embargo, las cifras muestran una alarmante y creciente desafección de la población afgana por los procesos electorales, ya que las cifras de participación han pasado del 70% en las presidenciales de 2004, a poco más del 50% en las parlamentarias de 2005, para quedar por debajo de esas cifras en las últimas celebradas en agosto de 2009.

3.Fraudes masivos durante las elecciones. Era uno de los grandes temores de la comunidad internacional: que se tuvieran que anular los resultados de las mismas si se evidenciaban irregularidades flagrantes y numerosas. Sin embargo, tanto la OTAN, como la ONU y la UE, a través de su misión de observadores, se han apresurado a mostrar su beneplácito al desarrollo electoral en general, a pesar de haber detectado graves problemas, como los ataques al personal electoral. No obstante, la corrupción ha planeado en todo momento sobre las elecciones, debido a la inexistencia de un censo que impide comprobar la edad y el domicilio de las personas que se registran. El ex ministro de Finanzas y candidato presidencial, Ashraf Ghani, sostiene que hay entre 600.000 y 800.000 registrados falsos cuyos votos irán a Karzai.
En los últimos días ha crecido el número de voces que han denunciado la falta de transparencia y las irregularidades cometidas, siendo un ejemplo significativo la organización afgana “Fundación para unas Elecciones Limpias”, que ha manifestado que se han encontrado pruebas de compra-venta de carnés electorales falsos en el 20% de los colegios visitados, algunos estudiantes habrían votado sin haber cumplido los 18 años y otros electores, en teoría, podían hacerlo dos o más veces. La mayoría de los votantes duplicados serían mujeres, ya que los familiares varones han podido inscribirlas y obtener sus carnés electorales sin que ellas estuvieran presentes, simplemente facilitando su nombre. Como resultado, en provincias como Logar, el 72% del electorado es femenino, una cifra más alta de la real.

4.Disputas interminables sobre los resultados entre los diferentes candidatos. Tal vez sea éste el desafío más peligroso al que hace frente el proceso electoral, y es un temor que empezó a materializarse apenas unas horas después del cierre de los colegios electorales, ya que tanto la candidatura de Karzai como la de Abdullah se apresuraron en adjudicarse una victoria clara, de más del 50%, lo cual evitaría una segunda vuelta. El relativo éxito que ha supuesto un nivel de participación considerado digno podría quedar diluido si ambos contendientes se enzarzan en una disputa acusándose mutuamente de falsear los resultados. En la lógica de las divisiones étnicas en Afganistán, la tensión Karzai (pastún) – Abdullah (tayiko) podría traducirse en un enfrentamiento enconado entre la mayoría pastún (el grueso del electorado de Karzai) y las minorías tayika, uzbeka y hazara (partidarios de Abdullah), con lo que algunos observadores apuntan que un desenlace no satisfactorio de este punto podría incluso degenerar en una guerra civil entre afganos, un fantasma no muy lejano en la historia reciente del país centroasiático. En cualquier caso, se teme la posibilidad de llegar a una segunda vuelta, ya que el enfrentamiento entre ambos candidatos, además de aumentar la inestabilidad y las tensiones interétnicas, retrasaría considerablemente en el tiempo los planes de reconstrucción.

El AUMENTO DE LA VIOLENCIA

En lo que va de año, 295 soldados extranjeros han perdido la vida, según icasualities.org, una web que contabiliza las bajas militares en Irak y Afganistán basándose en datos oficiales, convirtiendo 2009 en el más trágico para las fuerzas internacionales desplegadas en Afganistán desde la caída del régimen talibán a finales de 2001. La violencia ha experimentado un ascenso continuo, sobre todo a partir de 2005, que se cerró con la cifra de 231 soldados muertos, frente a los 59 del año anterior. Desde entonces las cifras han ido en aumento coincidiendo con el reforzamiento de la ofensiva talibán contra las tropas extranjeras asentadas en el país centroasiático: 191 muertos en 2006; 232 en 2007 y 294 en 2008.

Los talibán han conseguido aumentar el miedo de los 16,7 millones de afganos inscritos para votar. Desde que se marcaron como objetivo inmediato incrementar el número de atentados de cara a las elecciones, la violencia se ha recrudecido, aunque no de forma significativa, por las medidas extremas intensificadas de las fuerzas internacionales en vísperas de las elecciones con unos 100.000 soldados extranjeros, entre ellos los 1.250 españoles. En esta lógica, se ha podido observar que no han conseguido sus pretensiones puntuales. Pero es innegable que una situación de tan extrema alerta no se puede mantener en un país con fronteras tan porosas, cuyo gobierno es incapaz de mantener el control más allá de la capital.

LA ESTRATEGIA DE RADICALIZACIÓN

La elección final de un candidato u otro es meramente anecdótica, ya que las verdaderas causas de la inestabilidad afganas están imbricadas en los cimientos de una sociedad controlada por warlords -apoyados mayoritariamente por la comunidad internacional tanto en cuanto sean sus aliados-, considerados tan peligrosos como los talibán. En este sentido, la ONU ha criticado los pactos ofrecidos por Karzai a algunos de los señores de la guerra más poderosos del país, ante su regreso al centro de poder. A cambio de puestos ministeriales, el comandante de la etnia uzbeka Abdul Rashim Dostum, el tayiko Mohamed Qasim Fahim y el hazara Muhamad Mohaquiq han aceptado dar su apoyo y el de las comunidades que lideran a Karzai, de la mayoritaria etnia pastún.

Pese a las numerosas críticas recibidas, una prueba más de esta perversa alianza con los señores de la guerra y con los sectores más conservadores es la ley de Estatus Personal, que permite a los maridos castigar a sus esposas sin alimentación en el caso de rechazar sus deseos sexuales o no tener derecho a salir de la vivienda sin el permiso del cónyuge, o favorecer al marido en los temas relacionados con la custodia de los hijos. Esta ley, aprobada con extrema precipitación unas semanas antes de los comicios electorales, representa una concesión de Karzai a los hazaras chiíes más conservadores, estableciendo una peligrosa ecuación a cambio de votos, en detrimento de los derechos de las mujeres. A pesar de la modificación del texto original, todavía más duro, sigue siendo represiva y se enraíza en la línea de la tradición afgana, porque en este país, por ahora, se hace más caso a la tradición que a las leyes.

Sin embargo, no se puede desestimar la hipótesis de que los señores de la guerra pueden ser más peligrosos para lograr la pacificación de Afganistán fuera del poder que dentro del mismo, aunque como Karzai no controla gran parte del país, tarde o temprano tendrá que ceder más poder a las provincias, por lo que no es beneficioso que se haga de forma anticipada, lo que supondría que la corrupción se disparase. De lo que no hay duda es que un futuro presidente de Afganistán no debe hipotecar su mandato con pactos preelectorales, que se sumarían a los ya existentes.

Conclusiones

Un final electoral pacífico, en el que todas las facciones rivales en liza aceptasen los resultados, supondría un signo claramente positivo, ya que sería la primera vez en la historia reciente de Afganistán que se produciría un proceso no violento y no traumático de cambio o continuación del poder, aceptado por todos los actores principales (a excepción, claro está, de los Talibán). Este requisito es fundamental para la estabilización del país, ya que las recientes elecciones suponen el primer “round” que tendrá su continuación en las elecciones al Parlamento (Cámara Baja o “Wolesi Jirga”), previstas para verano / otoño de 2010.

Las elecciones del 20 de agosto son cruciales no por el resultado en sí, sino por la necesidad de que el proceso no desemboque en mayores tensiones, violencia y diferencias inter-étnicas. Los nuevos planes de la Administración norteamericana y de los otros países directamente implicados que han puesto su foco de atención en la reconstrucción y pacificación de Afganistán, sólo pueden llevarse a cabo en un entorno de cierta calma, basado en un orden político estable que ha de venir derivado de la elección de un gobierno legítimo.

Con unas nuevas elecciones en el horizonte de 2010, los afganos habrán acudido a las urnas en cuatro ocasiones en poco más de un lustro, planteando el dilema de si el “frenesí democrático” que está viviendo la población afgana no tendrá más que ver con un proceso de maquillaje político, con un producto de consumo interno y de auto-complacencia de la comunidad internacional, que con un proceso de cambio real que traslade a la población hacia mayores cotas de afganización. Los ciudadanos de Afganistán cada vez están más frustrados ante una realidad marcada por la corrupción, la violencia, la miseria y el caos. ¿Acaso no estarían dispuestos la mayoría de los ciudadanos a cambiar sus papeletas por un poco de dignidad, o las urnas por seguridad y alimentos?, ¿cuánto tiene que ver el ascenso de los talibán en los últimos años con el desencanto consecuencia de la incapacidad de los poderes públicos y la comunidad internacional para reducir los niveles de pobreza, corrupción e inseguridad?.

Este artículo fue escrito en conjunto con Borja Fontalva Cabeza, Investigador de la Universidad Complutense de Madrid.