corrupcionUn drama, al que se unen, claro está, los desplazados, los desaparecidos, los amenazados, los desempleados, los millones de pobres, los huérfanos, las viudas. Y una especie de apasionada y ‘perdonable’ forma de ser en que algunos sectores de la sociedad diferencian, con un cinismo macabro, al corrupto del vivo, del audaz.

¿Dónde están pues los límites? ¿Por qué hacen, unos y otros, una diferencia entre corrupción pública y corrupción privada? ¿Cómo entender la ética cuando en vez de la condena pública y social al corrupto, existe el elogio? ¿Qué implicaciones tienen estas conductas en la construcción de la nueva sociedad? ¿Por qué se desvía la atención de los verdaderos problemas? ¿Y los medios qué papel juegan en estas circunstancias? ¿Quiénes dan los premios por los excelentes trabajos periodísticos y quiénes despiden y censuran? ¿Otra forma grotesca de ser corruptos?

Cuántas preguntas y tan pocas respuestas. En buena medida las respuestas están en las columnas de opinión que unos pocos periodistas y analistas hacen en unos escasísimos medios de información, la mayor parte de los cuales están coaptados por el poder político y económico, más voceros de la corrupción que de la ética, igualmente proclives a tapar todo, a dar apenas unas pocas puntadas, a no explicar y reconocer a los verdaderos culpables del nunca bien conocido y denunciado problema de la corrupción, a divulgar con bombos y platillos lo que es insulsa comidilla de todos los usuarios, a despertar en algunas campañas los amores que no van a encontrar en las verdades que están obligados a denunciar. Uno a uno se podrían detallar con precisión los ardides con que construyen y alimentan sus falsos, pero muy difundidos, argumentos. Ahí está, como ejemplo, una muestra palpable de intereses y de subterfugios en lo que en Colombia -tan orgullosos del buen uso del idioma- se ha dado en llamar el Tercer Canal ¿o único?

Otra vez el uso indebido de las palabras. Las mismas con que se construyen cortinas de humo, las mismas que sirven para desconocer errores, usadas con un cinismo que asusta, valen luego para omitir conductas, para condenar y satanizar. Una conspiración de intereses públicos y privados, en los que unos y otros, con ocultas intenciones, van sembrando el camino de sus simulados razonamientos. Son tantos y tan peculiares los casos que serían muchas las páginas para solo enunciarlos. Algunos producen escozor: las chuzadas del DAS, los terribles “falsos positivos”, los aberrantes subsidios de “Agro  Ingreso Seguro” -cuyo solo título encierra la más abominable perfidia de que se tenga noticia-, la financiación del referendo reeleccionista, la parapolítica y los ingredientes que ella tiene, la yidispolítica y la teodolindez, el absurdo caso del senador Villamizar y su hijo pidiendo al Estado cientos de millones de pesos regalados, las zonas francas, los nunca bien comentados casos del hermano del ministro del interior y ahora los hermano y los primos del asesor -nunca ex, que es otro juego gramatical- oficioso del presidente. Y dejo de citar otros muchos, para poder concluir esta descriptiva nota de opinión.

Lo grave es que en muchas ocasiones hay una especie de concubinato, casi siempre imposible de comprobar, entre lo público y lo privado. Detrás está en juego mucho dinero y mucho poder, por no ser eufemísticos, ahí está el anuncio con bombos y platillos del apoyo irrestricto al Presidente del dueño del poderosísimo grupo bancario Aval. Podremos los mortales corrientes dilucidar o cifrar los alcances de estos escándalos, o podremos conocer las intenciones que tienen en campos tan inescrutables como la política. Poco sabemos y poco sabremos. Mientras tanto, claro, las campañas más indecorosas recorrerán estas denuncias. Una muy bien montada cadena de improperios alcanzará a quienes con valor se paran a denunciar el tamaño de la canallada. Y, otra vez la palabra, los calificativos van y vienen con la misma sordidez con que se planean los actos: terrorista, secuestrador, chavista (el peor de los insultos), enemigo de la patria…, esa extraña sucesión de insultos y amenazas que coartan libertades y el mínimo sentido de la democracia, agravios coreadas con enfático sentido patriótico por ignorantes cibernautas y codiciosos apologistas del delito. Todo vale para que las FARC no sigan su camino de crímenes y de desmanes en estos más de cuarenta años de tenerlas ahí, unos días poderosas, otros débiles, según convenga a quienes las necesitan para atornillarse, con ellas ahí, en el poder.

Un panorama en el que es muy difícil responder tantas preguntas. Incluso es difícil preguntar. Muchas voces acallan las preguntas y las respuestas que necesita la sociedad colombiana para volver por los cauces de la normalidad. Y en buena medida se debe a que solo conocemos una parte de la respuesta. ¡Una parte! La otra parte no se conocerá por ahora. Son muchos años de historia y poca voluntad de cambiar o, quizás, miedo de cambiar. No hay una voluntad general de cambio. Buena parte de la sociedad ha sabido aprovecharse de la situación, pues en algún momento puede salir beneficiado, o espera ansiosamente la oportunidad de aprovecharse. Lo hemos aprendido y ahora lo enseñamos, a veces sin darnos cuenta. Es lo más cercano a uno de los sentidos que da el Diccionario de la lengua española cuando dice que la corrupción es el “vicio o abuso introducido en las cosas no materiales”. Y subrayo cosas no materiales, porque encierra hondos significados emocionales y psicológicos. Pero otras acepciones sí nos plantan en este mundo terrenal: “Alterar y trastrocar la forma de algo”, “Echar a perder, depravar, dañar, pudrir”, “Sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”, “Pervertir o seducir a alguien”, “Estragar, viciar. Corromper las costumbres, el habla, la literatura”. O quizás, como dicen en otras latitudes: “Incomodar, fastidiar, irritar”. Y no faltarán quienes se incomoden, fastidien e irriten con estas líneas. Pero ahí están los hechos, sin más ni más.