rumaniaLas elecciones llegaron, prácticamente, a la par con el vigésimo aniversario de la caída de la dictadura sanguinaria del régimen de Nicolae Ceausescu, el 22 de diciembre de 1989.  Si realizamos una breve radiografía, observamos los escasos cambios producidos, a pesar de la caída del comunismo, y la llegada del capitalismo, difícilmente reconocible en su salvaje versión rumana.

Si nos remontamos a los acontecimientos de hace 20 años, recordaremos que Rumania fue una excepción en el concierto de los países de la Europa del Este, tanto por la crueldad del régimen que duró 25 años, como por la decisión de los que tomaron el poder, de fusilar al dictador, tras un breve juicio, el 25 de diciembre de 1989. Todas estas peculiaridades fueron ampliamente analizadas, y lo ocurrido en aquel sangriento diciembre, dio la vuelta al mundo.

Actualmente, vistos los resultados de las últimas elecciones, después de 20 años, Rumania sigue siendo una excepción. El pueblo parece haber quedado impasible a su propia realidad.

Políticamente, la transición de Rumania al capitalismo estuvo marcada por numerosos momentos de choque. El Frente de Salvación Nacional (FSN), creado en cuestión de horas tras la huida del dictador (el 22 de diciembre de 1989), por antiguos miembros del partido comunista y de la Policía política secreta Securitate, se transformó en una formación socialista mayoritaria. El pueblo, inseguro, abrazó como salvador, al nuevo auto proclamado presidente, Ion Iliescu, un antiguo colaborador del dictador al que ordenó fusilar. Siguieron violencias callejeras, robos, mineriadas, injusticias, manipulaciones y traiciones. En 1996, llegó en el poder el presidente Constantinescu, representante de la derecha, que parecía tener la vocación del cambio, ya que enderezó la economía y comenzó a negociar con las estructuras euroatlánticas para el ingreso de Rumania en la OTAN y en la UE. Pero poco duró la esperanza, porque en 2000, los rumanos se encontraron, de nuevo, en la segunda vuelta del escrutinio, entre la espada y la pared. Tuvieron que elegir entre el mismo Ion Iliescu, y Corneliu Vadim Tudor, el representante del ultranacionalismo rumano. La situación fue calificada por los analistas internacionales como “un paso atrás en el futuro…”

En 2005, llegó a la presidencia otro salvador de la nación, un astuto líder providencial,Traian Basescu, que, más allá de que bajo su mandato Rumania ingresara en la UE, llevó al país a sucumbir a un mundo de pobreza y corrupción. En su trayectoria presidencial, mediante discursos simbólicos, sin ofrecer soluciones, pasó de las promesas que provocaron reacciones a medida, y precipitó la polarización de la sociedad rumana. Basescu utilizó todas las artes maléficas para ganarse a la población, desde la presión para la despolitización de la justicia, la imposición del voto uninominal, hasta las iniciativas para la condena del comunismo (con la publicación del “Informe Tismaneanu”). Sus conflictos abiertos con el premier, con el Parlamento, mantuvieron una atmósfera tensa, hasta el punto que, desde el mes de octubre de 2009, tras una moción de censura, Rumania se quedó sin gobierno.

Económicamente, después de 20 años, Rumania es un país hecho de contracciones: los carros con bueyes circulan libremente por las avenidas de las grandes ciudades, mientras que en las chozas de los pueblos olvidados, existen telvisiones de plasma. A pesar de que haya desaparecido la economía socialista y su industria pesada, sus planes quiquenales con sus mentiras, desastres y escasez, la nueva industria no consigue equilibrar la balanza comercial. Los analistas económicos sostienen que Rumania se saltó la etapa del capitalismo productivo, resumiendo de esta manera la situación: importaciones sin exportaciones, grandes superficies sin fábricas, y coches sin carretaras.

Es verdad que los desastres comunistas golpearon gravemente la economía, que la gran privatización y reestructuración de las empresas siderurgicas y metalurgicas afectaron a miles de trabajadores, pero pasaron 20 años, y Rumania, miembro de la UE, carece de una industria, de una infraestructura para atraer al turismo internacional, o para desarrollar su agricultura.

El gobierno de Petre Roman (1989-1991) fue el que intento el cambio económico legislativo, adoptando la Ley sobre la transformación de las empresas estatales en sociedades comerciales, la Ley de los salarios, la Ley de Hacienda, la Ley de las Inversiones extranjeras o La Ley de las sociedades agrícolas. Pero el desastre siguió y se agravó. Los años 1997-1999 representaron el más difícil periodo para la ineficaz e inflexible economía rumana. El país se sitúo al borde del colapso, (inflación de más de 300%, desempleo, y falta de crecimiento económico), siendo salvado únicamente por la firma de acuerdos con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

No existe un régimen de los terrenos y de los inmuebles de Rumania ni siquera después de 20 años de la Revolución. Además, las lagunas legislativas en el ámbito de la propiedad constituyeron uno de los más importantes factores que favorecieron la corrupción en el sector público.

La economía subterránea de Rumania (como la de su vecina Bulgaria) representa entre un 36 y un 39% de su PIB, en el contexto en el que el mercado negro cobra fuerza con el telón de fondo de la crisis económica global. En Rumania, el paro aumentó considerablemente (7,1%), y sólo en enero de 2010, se quedarán sin empleo otros 200.000 funcionarios del Estado. Para sobrevivir, la economía del país necesitará unos 40 mil millones € aproximadamente.

¿Y el pueblo? La sociedad rumana sobrevive entre la nostalgia de un pasado tenebroso y el declive de un futuro que nunca llega.
Cerca de 3 millones de personas viven sin ingresos en la más absoluta pobreza. Los jubilados tienen pensiones de menos de 50 euros al mes, mientras que buena parte de los jóvenes se compran los títulos universitarios y no parecen interesados a trabajar. La ineficacia del sistema médico, asociada a la falta de educación sanitaria y alimenticia, determina un triste récord europeo en la mortalidad infantil, enfermedades cardiovasculares, tuberculosis o cáncer. Al mismo tiempo, disminuyó considerablemente la tasa de natalidad.

Fue la emigración al extranjero la que sostuvo al pueblo en los últimos años, ya que impulsó el aumento del nivel de vida de los rumanos de las regiones más pobres del país. Según un estudio de la Fundación Soros de Bucarest, más de una tercera parte de los hogares rumanos tuvieron al menos uno de sus miembros en el extranjero, en los últimos 20 años. Las autoridades rumanas estiman que, actualmente, 2 millones de rumanos trabajan en el extranjero, mientras que otro millón practica la movilidad circulatoria laboral, sobre todo en España e Italia. Y por ahora, dada la situación, los emigrantes no parecen interesados a regresar definitivamente. Según el último Informe del Banco Mundial, Rumania ocupa el octavo lugar entre los países que más remesas envían en el origen.

En este contexto, y volviendo a las recientes elecciones, siguiendo con la excepción en el contexto europeo, éstas fueron ganadas, en segunda vuelta, por el mismo presidente de 2005, Traian Basescu, con un 50,33% frente al candidato socialdemócrata de la izquierda, Mircea Geoana, que obtuvo un 49,66%. La diferencia es ínfima, y los analistas rumanos señalan que se trata de una manipulación. A pesar de no ser validados aún, éstos son los resultados, que los socialdemócratas quieren denunciar como fraude.

Tal vez, Geona hubiese merecido una oportunidad. La oportunidad “de la izquierda”, a la que rehúye la mitad del electorado rumano, bajo el lema de “todos son iguales”.

Por ello, no tiene que llamar la atención el hecho de que la mitad de los electores votaran, nuevamente, a Traian Basescu. Obviamente, no se trata de una victoria, sino de una continuación de la misma orientación política, del mismo régimen.
Después de cinco años de turbulencias perpetuas que alteraron gravemente no sólo el sistema de gobierno, sino también la confianza de los rumanos en su clase política, la realidad de las urnas demuestra que el pueblo sigue desorientado.

Las elecciones de 2009 marcan, pues, el declive de Rumania, un pueblo dividido y paralizado, que únicamente consiguió sobrevivir en las últimas dos décadas, gracias, básicamente, al apoyo europeo que la incluyó en sus esquemas de cooperación, y cómo no, a las ya aludidas remesas de los 3 millones de emigrantes rumanos dispersos por el mundo.

Rumania queda tras 20 años como un país excéntrico que, únicamente, sabe la lección de pasar de una crisis a otra, de un sistema a otro, un país robado por corruptos, que parece indiferente frente a su propio destino.